Fuera de sitio

El final de 'Secretos de un matrimonio': la monogamia y lo irresistible

«Cuando quieres a alguien y tanto; cuando te gusta de esa manera; cuando todo tu cuerpo y tu ser entero reacciona, sin más, a su presencia»

Lola Sampedro

Lola Sampedro

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Ya está, ya hemos llegado al capítulo final de ese serión, 'Secretos de un matrimonio' (HBO). Hace unas cuantas columnas hablé de él; con su fin, no me queda otra que volver. Me ha gustado demasiado. Si aún no lo has visto, no sigas leyendo.

Me niego a comparar esa serie con la de Ingmar Bergman, ya lo dije, eso es absurdo y no te deja disfrutar de la nueva. La de Jessica Chastain y Oscar Isaac es grande por sí misma. El último capítulo no está a la altura del segundo, tercero y cuarto; aún así, ocurren y se dicen muchas cosas importantes. Esas cositas que se te meten y siguen ahí rasgando un buen rato, mordiéndote en el interior como los insectos que acompañan a la muerte. Ese picor.

Entiendo que el mensaje más claro es la monogamia . Hablan de eso y, de repente, la parte de la pareja que parecía tender hacia ahí no lo es. La vida a veces resulta larga y te sorprendes a ti mismo. Cambias.

El marido de 'Secretos de un matrimonio' parecía el monógamo de ellos dos, el que quería jugar a las casitas. Ella le cuenta primero que no está con nadie. Por fin ha descubierto la soledad y la libertad que implica. El reverso, la sorpresa, es que él le pone los cuernos a su nueva mujer, no solo con ella, le confiesa que ya ha tenido ‘affairs’. «En plural», resalta Mira, y adivinas el dolor y su sorpresa. Yes, 'darling' (mi amor, mi locura, mi todo), ya no estoy tan obsesionado con ser una buena persona. Esa obsesión, la impostura de la bondad, su potencial egoísmo y narcisismo, nunca la han escrito mejor que Camus en 'La caída'.

«Estaba en el lado bueno y eso bastaba para la paz de mi conciencia. El sentimiento del derecho, la satisfacción de tener razón (...) ¿Cuántos crímenes se han cometido simplemente porque su autor no podía soportar el hecho de hallarse en falta?».

El mensaje más claro del último capítulo de 'Secretos de un matrimonio' es la monogamia. Ella lo reduce a algo genético, cuando al final es solo una convención social. Para mí lo interesante es otro mensaje: lo irresistible .

Los hemos visto aburrirse, como en el primer capítulo. Detestarse, como ella a él en el segundo («¿Cómo vas a solucionar que ya no me atraes?»). Los hemos visto volver a la zona segura, ellos juntos, y que ella se niegue a aceptar que él ha roto el vínculo, que le diga que ya no la quiere (en el cuarto). En todos esos capítulos vivían los dos en otro diapasón, tan distinto al de la otra persona. Aún así, el amor siempre es evidente. Complicado, mucho, pero evidente. Siempre vuelves ahí. Es un cliché, pero es la única figura que se me ocurre: vuelven a ellos como el acero y el imán. ¿Sabéis cuando pasa eso? Ese acero tiene que tener mucho hierro, cobalto o níquel. Es la regla básica del magnetismo. Si ese acero está bastardeado y no tiene la cantidad suficiente de uno de esos metales, el imán no funciona. Para eso, tienes que ser de acero puro. Y él o ella, ese imán.

En el último episodio hemos visto a una pareja con los egos casi borrados. Para llegar ahí el ego tiene que ser diminuto, por eso olvidas todo lo anterior. Un exmatrimonio consciente de que el amor (y el desamor) que vivió y que aún siente es inigualable. Al menos para él, así lo dice. Nunca voy a querer a nadie tanto como a ti. El resto que ha venido después es mero sucedáneo. Me va bien, confiesa, es muy cómodo. Es patético, mucho, muchísimo, pero lo entiendes. Basta con ser un cobarde.

Ella no dice eso, Mira llora por el trauma que no consiguen superar cuatro años después de la separación. Es un trauma , esa es la palabra apropiada. Él le contesta: este es el segundo peor dolor. Por delante de hacer una mudanza y solo por detrás de que se muera alguien querido.

Mira y Jonathan representan en 'Secretos de un matrimonio' lo irresistible. Cuando quieres a alguien y tanto; cuando te gusta de esa manera; cuando todo tu cuerpo y tu ser entero reacciona, sin más, a su presencia. Claro que es inigualable, irresistible. Lo jodido es aceptarlo y seguir como si nada.

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