Froome corre por las rampas del Ventoux
Froome corre por las rampas del Ventoux - REUTERS
Tour de Francia

El Tour de Francia enloquece en el ascenso al Mont Ventoux

La imagen de Froome corriendo a pie hacia la meta tras impactar con una moto daña el prestigio de la carrera

Vaison la Romaine Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hay imágenes que lo dicen todo. Como la del rostro de uno de los cerca de 200.000 espectadores repartidos a orillas del Mont Ventoux. Parece haber pasado la tarde entre cervezas. Ojos flotantes. Se los frota. No puede creer lo que ve venir: el maillot amarillo, Chris Froome, aparece corriendo a pie y sin bicicleta, como loco, como metido en un encierro de San Fermín. ¿Está en Pamplona? No. Es el Ventoux. Y es el día en que el Tour hizo el ridículo.

Froome, que se escapó de Quintana junto a Porte y Mollema antes de incrustrarse en una moto frenada por el público, tuvo que echar a trotar durante un rato y alcanzó la meta instalada en el Chalet Reynard desesperado y detrás de todos sus rivales.

Había perdido el liderato. Los jueces se lo devolvieron. Del peor día del Tour, la decisión de los árbitros fue lo menos malo. Hizo justicia. Eso dijo el juez principal, Bruno Valcic: «Es lo justo».

Los comisarios tenían dos opciones: aplicar el artículo 14 del reglamento de la Unión Ciclista Internacional (UCI), que contempla expulsar a los que intentan clasificarse sin bicicleta (esa regla para los que atajan, falsean el recorrido o entran sin bici en la meta) o acogerse al artículo 2.2.029, reservado a situaciones excepcionales que alteran el resultado de las carreras. Que el público cierre el paso a la moto que precede a los ciclistas y que eso provoque la caída de los corredores es algo que varía el desenlace de la etapa. Eso pasó. Froome sigue siendo el líder de este Tour chapucero con 47 segundos sobre Yates y 54 sobre Quintana. De la penosa etapa en el Ventoux, Froome sacó otros 19 segundos de ventaja para quizá sentenciar la ronda en la contrarreloj que viene ahora. «Es una decisión expecional para un hecho excepcional», declaró el patrón del Tour, Christian Prudhomme, que apoyó al jurado.

El Mont Ventoux está maldito. El monte asesino que mató a Simpson en 1967 se cobró una nueva víctima: el prestigio de este Tour. La carrera más grande del mundo convertida en un esperpento. Todo empezó con el viento, que obligó a recortar el recorrido en seis kilómetros. Así, el público que iba a ocupar 20 kilómetros se apretó en 14. Sobrepeso. Y falta de civismo. Hace tiempo que algunos aficionados han cruzado el límite: invaden las carreteras, tocan a los ciclistas, a veces hasta les insultan... Y tenía que ser en el Ventoux, el monte maldito, donde todo explotara.

Porte, Froome y Mollema rodaban con la meta casi a la vista. Detrás, a medio minuto, Quintana, Yates, Bardet, «Purito» y Valverde sudaban tinta con la que escribían su derrota en el Gigante de Provenza. Fue ahí cuando se cerró la cremallera de gente. Francia celebrando su fiesta nacional, el 14 de julio. Embudo. El Ventoux se quedó sin carretera. La moto de la televisión francesa que filmaba a Porte frenó en seco para evitar el atropello. Porte se incrustó contra ella. Froome y Mollena frenaron mientras se caían sobre Porte. El caos.

El desastre

Y el esperpento. Froome cayó en el pánico. Se echó la bici rota al hombro y, keniano él, salió corriendo a pie. El público asistía con las manos en la cabeza a un Tour ridículo. Froome, loco, dejó la bici inútil y siguió pateando con el maillot amarillo hacia la cima. El ciclismo del absurdo: eso no se puede hacer. Pero en un lío así nadie piensa en el reglamento. «Sabía que el coche de mi equipo iba a tardar cinco minutos. Por eso corrí», contó. Vio cómo le pasaba Porte, cómo le superaba el grupo de Quintana. Al fin, desde el coche neutro le dieron una bicicleta de repuesto que tenía el sillín bajo y, para colmo, los tacos de sus zapatillas no eran compatibles con los pedales. El líder patinaba en cada giro de las bielas. Subía a cámara lenta. Las imágenes repartían por el mundo el desprestigio del Tour y de la Policía, incapaces de contener a la marabunta.

En ese desastre, cuando ya se le habían ido todos los rivales, llegó un coche del Sky. Froome se subió a una bici buena y tiró a la meta. Según el crónometro, ya había perdido el liderato. «Esto es un mierda inadmisible», bramó Porte. Froome callaba. Esperaba a los jueces. Al podio subió el vencedor de la etapa, el belga De Gendt, más fuerte que sus compañeros de fuga Pauwels y el asturiano Dani Navarro. Pero nadie apareció para recoger el maillot amarillo. Los jueces de la carrera, tras un hora de reunión, decidieron colocar a Froome y Porte con el mismo tiempo que Mollema.

La decisión de los árbitros fue lo menos malo de una jornada negra, triste y patética. Más allá de lo que dice el reglamento -abierto a interpretaciones-, el veredicto hizo justicia. Froome no merecía perder el liderato el día que confirmó su dominio. El escándalo del Ventoux tapó la fuga de De Gendt, Pauwels y Dani Navarro. Ellos se repartieron la montaña más extraña de la historia del ciclismo. De Gendt fue el que mejor la descifró. Subió como si su rival no fueran los otros ciclistas, sino el Ventoux. Así lo domó. Y en el podio le dedicó el triunfo a Stig Broeckx, el amigo y ciclista belga que se encuentra en estado vegetativo por otro accidente en carrera. El ciclismo tiene que revisar su tamaño. O controla su éxito de público y mediático o se repetirá el penoso espectáculo del Ventoux. «Lamentamos profundamente lo que ha ocurrido», dijo Prudhomme, guía de este Tour enloquecido.

Ver los comentarios