Juegos Paralímpicos

Pascoe y Kinghorn, de accidentes caseros a medallas

El camino de algunos deportistas hacia los Juegos Paralímpicos comienza en el jardín de casa por acciones diarias que cambian toda una vida y que le pasan a cualquiera

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Sophie Pascoe, durante la competición en Tokio AFP

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Ni se consideran héroes ni quieren que se los considere así. Son personas que, por una suerte distinta, han tenido alguna circunstancia que hace que compitan en los Juegos Paralímpicos y no en los Olímpicos. A veces, están aquí como consecuencia de un accidente de coche o de una explosión o por un problema de nacimiento. Otras veces llega por una tontería, en el jardín de casa. Como les ocurrió a Sophie Pascoe y Samantha Kinghorn. Como le puede ocurrir a cualquiera.

La primera, neozelandesa de 28 años, ha conquistado en Tokio cuatro medallas en natación: dos oros, una plata y un bronce. Tiene un buen currículo, pues debutó en Pekín 2008 con solo 15 años y se llevó tres oros y una plata; se superó en Londres 2012, con tres oros y tres platas, y en Río conquistó tres oros y dos platas.

Está más que superada su discapacidad, aunque en su casa todavía cuesta hablar de ello, sobre todo a su padre, Garry. De hecho, no trascendió la causa de la falta de la pierna izquierda hasta muchos años después de que ocurriera, cuando la nadadora lo contó en su biografía 'Stroke of fate' ('Golpe del destino'). Garry tiene ese día clavado en la memoria, una mancha negra en su interior. Porque Sophie quería estar con él aquella mañana de 1995, cuando tenía dos años, no lo soltaba, ni siquiera cuando se puso a cuidar el jardín. Le dijo a su hija que se quedara lejos, y él comenzó a cortar el césped. Retrocedió para no dejarse nada del jardín y, de repente, la máquina se paró; Garry se acercó a ver lo que pasaba y lo que vio fue a su hija, debajo de la podadora, y mucha sangre . Corrió a casa de unos vecinos que no pudieron hacer nada, y con los siguientes vecinos voló hasta el hospital, con su hija en brazos y la pierna colgándole de un tendón. «Nunca superas algo así. Hay algunas cosas de ese día que nunca compartiré con nadie. Esa imagen me persigue cada día», dice Garry.

La nadadora necesitó varias cirugías para que le reconstruyeran el talón derecho, que también quedó dañado, pero no pudieron hacer nada con su pierna izquierda. Pero la niña enseguida convivió con esa parte de su cuerpo invisible: corría, se subía al tejado, comenzó a nadar con personas sin discapacidad, y a ganar, y a ser una campeona en todas las piscinas a las que saltaba. Para ella, la discapacidad es lo mejor que le podía ocurrir. Aunque en 2018 tuviera que volver a pasar por el quirófano para que le extirparan los restos del peroné que le quedaba y el nervio que atravesaba el muñón, pues comenzó a dolerle cuando buscaba una nueva prótesis. El dolor nunca se ha ido de casa de los Pascoe; a su padre todavía le vienen flashes de aquel instante cada día .

También en la familia de los Kinghorn el drama llegó en casa; también por una acción fortuita y también entre padre e hija. Samantha ayudaba a quitar la nieve de la granja cuando la viga del montacargas que conducía su padre cayó sobre su espalda. «Tenía 14 años y quería ser zoóloga. Pero esa noche, cuando me rompí la espalda, me esperaban seis meses de rehabilitación y no sabía qué iba a poder hacer con mi vida. Todo lo que he querido hacer es que mi familia se sienta orgullosa de mí, no que sintieran pena . Que la gente me mirara y dijera 'ha pasado por todo esto y mira lo que está logrando'», admitía tras colgarse el bronce en 100 metros en silla de manos, desquitándose del quinto puesto en Río 2016 y terminar cuarta en la prueba de 800. «No quería terminar otra vez en esa posición», advirtió la británica. Ayer, sumó a su palmarés una plata en 400 metros.

Samantha Kinghorn OIS

Ya tiene ganas de llegar a la granja donde todo ocurrió porque para ella es un lugar de alegría y no de sufrimiento. Le encanta estar en la época de los partos de las ovejas, y tiene un corderito llamado Ruby que acude corriendo cuando lo llama. Por supuesto, espera abrazar a su madre y a su padre, que no han podido estar en Tokio por la pandemia. «Sin ellos no estaría aquí. No puedo poner un pie delante del otro, pero puedo volar en los 100 metros ». Su madre no quería que hiciera deporte, su padre sabía que podría conquistar el mundo encima de la silla de velocidad, aunque todavía lamente aquel tonto accidente en casa. Nadie está libre de ellos.

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