Toros en Jaén 2020
Juan Ortega ha toreado un toro
El trianero alcanza en Jaén la cima de la torería con una faena digna de convertirse en el paradigma de quienes sueñan con ser toreros
Como ya ocurriera con los grandes del toreo de otras épocas, a un aficionado le basta con escuchar que « Juan Ortega ha toreado un toro » para saber que ha ocurrido algo grande. Una faena única, personalísima y de cante grande . El trianero tiene en su poder la famosa moneda; y este sábado la cambió en Jaén. Una obra fastuosa de principio a fin que ilustró el toreo clásico por verónicas, chicuelinas, ayudados por alto, en redondo, naturales y con garbosos remates . Nuevamente, su ingrávido toreo quedará perpetuado en la memoria de quienes lo vieron.
En el palquillo del cielo no cabía un alfiler: Cagancho, los Puya, Chicuelo y Pepe Luis; Curro y Paula desde sus casas. El capote de Ortega homenajeó a los más grandes de este palo. Sin afectaciones, con el pecho y la pierna por delante, el mentón encajado y las yemas sin rebasar la cadera. Las tres chicuelinas fueron antológicas , así como el insospechado híbrido final que empezó por Manuel Jiménez Moreno y acabó en media verónica.
No empieza las faenas de hinojos. Ni tampoco recortando. Simplemente los torea. Hoy improvisó con ayudados por alto. La prestancia de la ejecución recordaba al turrón alicantino . Después vino lo esperado: veinte muletazos . Ni uno más. Verticalidad, clasicismo, elegancia, gusto y mucha personalidad.
Lo de este sábado viene a confirmar lo que ya hablamos hace escasas fechas: Juan Ortega es el último reducto de la escuela sevillana . Y aunque suene ridículo en estos momentos, precisamos que cortó dos orejas .
Hasta que asomó por chiqueros en sexto lugar ese bravo y enclasado « Basurrilla », fino y entipado de hechuras , la corrida había sido de las que hacen tragar saliva a quienes se ponen delante , y poco se percatan los que están arriba. Peligro sordo que lo llaman. El primero con la vista cruzada, el segundo sin entrega y descompasado, el tercero morucho, el cuarto suavizó un poco la tragedia y el quinto fue áspero y violento.
Sin salirse de su guión, Ortega se impuso al moruchón con el que rompió plaza . Lo puso a prueba con el percal y brilló por bajo con la franela. Le quitó las moscas de costado a costado . Sin tensar la musculatura ni descomponer el semblante. En cada lambreazo deshacía el bronco poder de aquel basto animal.
Mucho mérito tuvo la actuación de Curro Díaz , que pechó con el lote más desclasado y con mayor temperamento. Por más que lo intentaba (y llegó a conseguir por momentos), sendos animales le negaban la relajación . Su primero no terminaba de entregarse: con la inercia inicial pasaba, pero cuando perdió esa movilidad desarrolló el sentido que escondía . Y el quinto directamente no la ocultó: salió pegando gañafones y no paró hasta desprenderle el capote. Merece mención especial Juan Carlos García , que no se amilanó en su lidia y consiguió, si no corregirle, evitar que se desencadenara aún más su violencia. Expuso el diestro de Linares por ambos pitones . Este victoriano era como la gaseosa : empezaba con mucho brío y perdía la fuerza conforme iba soltándose. A la tercera seria lo tenía por los tobillos. El público reconoció el esfuerzo del maestro con las dos orejas.
Era el día de Enrique Ponce . Cerraba en Jaén su XXX aniversario de alternativa. Y aunque en su afán estuvo el triunfo, poca agua potable pudo extraer . Se alargó con el primero, que tuvo problemas en la vista, y consiguió momentos de acople con el cuarto, al que aprovechó su pitón más humillador (derecho) para dejar lambreazos con ritmo y gusto. Una faena que tardó en construirse y que tuvo dos cierres que fueron reconocidos por el respetable: el primero por bajo y el segundo con sus particulares poncinas. Le pilló el primer aviso cuando estaba cuadrándolo. Tras un pinchazo dejó una estocada caída que le permitió cortar la oreja con la que ha despedido su «triunfal» temporada .
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