Emilio de Justo: «Si los toreros defendemos verdad, también debemos pedírsela al toro»

Conquistador de la última Puerta Grande de Madrid y torero revelación de la temporada 2018, demostró con un sensacional volapié que la muerte también es bella

Emilio de Justo posa en la Puerta de Alcalá tras su triunfo en Las Ventas Guillermo Navarro

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A Emilio Serrano Justo le pirraba un capote desde que era niño. Como a José Monge Cruz, su gran ídolo: «Es mágico, una inspiración». Con Camarón se perdió un espada, pero partió la pana como mesías del flamenco. Con Emilio de Justo se han roto los moldes de lo imposible: tras casi una década en el ostracismo, se ha alzado torero revelación del año y es hoy ejemplo para muchos desterrados. Su última y más cantada hazaña : la Puerta Grande de Madrid, con dos cornadas, la del muslo partido y la del padre muerto una semana antes.

—¿Qué fue más duro?

—La cornada me dolía, pero era un dolor soportable. Lo de mi padre es lo duro, me da mucha pena. Habíamos soñado juntos tantas veces con este triunfo... Él siempre me acompañó en mi travesía por el desierto.

—¿Ha merecido la pena tanta lucha en soledad?

—Sin duda. En la época dura, cuando estaba en el olvido, me alimentaba de mi afición. Y eso me hizo fuerte mentalmente. Había estado años sin torear prácticamente nada. En Madrid me echaron un toro al corral y casi me enterraron como torero. Pero ahora ha llegado esto tan bonito. En esta profesión cambia todo en minutos.

De Justo, cosecha de 1983, guarda silencio. Su mirada limpia, como ese agua del genio gitano que tanto admira, se refleja en el espejo frente al que transcurre la entrevista tras un paseo por los alrededores de la Puerta de Alcalá. Su enjuto porte de torero no pasa inadvertido para los turistas, que apuntan con sus móviles mientras posa para ABC.

«El dolor de la cornada era soportable, lo de mi padre es lo duro. Habíamos soñado tanto este triunfo»

—¿Qué ha mantenido viva su pasión?

—Creer en mí cuando nadie lo hacía. He tenido la capacidad de aprender a sufrir. El toro me ha enseñado a ello. Y la recompensa ha llegado con el triunfo más grande de mi vida.

—¿Quién es Emilio de Justo?

—Soy un chico que viene de una familia humilde, de pueblo (Torrejoncillo, Cáceres). Siempre quise ser torero y desde que cumplí catorce años he entregado mi juventud y mi vida, todo, al toreo.

El torero extremeño, con la Gran Vía al fondo Guillermo Navarro

—Su historia es la de una superación, la de una esperanza para aquellos que hoy no ven ni un pitón.

—Es bonito si sirvo de ejemplo. Cuando aprendes a sufrir tantos sinsabores y estás aparcado en la cuneta sin un contrato, todo se hace muy duro. Aun así, siempre he sido feliz. ¿Sabe por qué?

—Adelante...

—Me mantenían mi afición y mi vocación, hacía lo que me gustaba y sabía que podía cambiar la moneda.

—Y ese día llegó el domingo pasado.

—Madrid es muy exigente, te absorbe, te come, te puede afligir y debilitar mentalmente. Si lo superas y tienes condiciones, todo llega. Hice dos faenas diferentes a dos toros que no pusieron la oreja en bandeja, con planteamientos muy serios. Si no me he aburrido en diez años, no me iba a aburrir una tarde...

«La muerte del primer toro tuvo mucha belleza: por cómo lo maté, por cómo murió el toro y por cómo lo vivió la gente. Puse el corazón por delante»

—Todo el mundo ha ensalzado su rectitud en las estocadas, con un volapié al primero en el que demostró que la muerte también puede ser bella.

—Fue espectacular, por cómo lo maté, por cómo murió el toro y por cómo lo vivió la gente. Tuvo mucha belleza. Puse el corazón y la fe por delante.

—Cuando pisa la arena, ¿ve más arte o guerra?

—El toreo es ante todo arte, pero hay que ponerlo al servicio de la verdad y entregar la vida al toro. Es imprescindible ir con la mente abierta: unas veces será más artístico y otra más épico.

Su humildad le hace grande, tanto que, en lugar de darse coba con la gloria, reflexiona sincero: «Ha habido tardes en las que he toreado mejor que en la Feria de Otoño, a pesar de que hubo muletazos y pases de pecho muy buenos. Hay que adaptarse al toro y las circunstancias. Ser torero es afrontar retos, sin renunciar a los principios ni vender nada». Entra en escena un amigo del extremeño: «Es muy humilde, no se queja y quita importancia a las cosas, pero no se imagina cómo tenía el muslo. A mí me ha hecho pasar miedo muchas veces». Hasta ocho cornadas tatúan su piel, una de ellas cuando entraba a matar al carretón con el banderillero Pedro Lara. Tan de verdad se tiró, que hasta entrenándose derramó su sangre.

«La Fiesta es autenticidad. Y si defendemos verdad, también debemos pedírsela al toro»

—Como buscador de la pureza y estoqueador de todo tipo de encastes, en una temporada en la que se han lidiado demasiados toros indignos, ¿defiende la integridad?

—Por supuesto. La Fiesta tiene que ser verdad y autenticidad. Si defendemos verdad, también debemos pedírsela al toro. Eso es lo que da emoción, como ha sucedido en Madrid.

—¿Sus toreros?

—El maestro Manzanares, Joselito y Finito. Pero busco mi propio concepto y tengo mi propia personalidad.

—Su carrera está muy ligada a Victorino.

—Admiro mucho a Victorino y me gustaría que mi carrera estuviese siempre ligada a esta ganadería, porque te da categoría y porque, además, la considero partícipe de mi historia.

—¿Es justo el toreo?

—De momento, para mí, lo está siendo, aunque haya tardado. Ahora me toca tener los pies en el suelo: por salir a hombros en Las Ventas no me puedo volver loco. Me queda mucho techo aún y debo seguir creciendo.

El tiempo lo dirá. Y su leyenda. Al compás de Camarón.

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