El territorio de la incertidumbre

Carlos Hipólito y Emilio Gutiérrez Caba, en «Copenhague» Marieta

Diego Doncel

Fernando Pessoa habló de lo relativa que es nuestra identidad, esa galería de fantasmas que habita el fantasma de nuestro yo. Michael Frayn , en « Copenhague », da una vuelta de tuerca, nos sitúa antes las versiones casi infinitas, profundamente fantasmales, que podemos tener sobre la historia, sobre la realidad, sobre lo vivido o sobre lo recordado porque, en realidad, cualquiera de nosotros está guiado por la probabilidad y la incertidumbre de nuestras percepciones.

Niels Bohr y Werner Heisenberg , dos científicos que revolucionaron la física de nuestro tiempo, vuelven, una vez muertos, para tratar de rememorar todas las incógnitas de aquel encuentro que tuvo lugar en 1941 en la capital de Dinamarca. Dos espectros, por tanto, enfrentados a la incertidumbre de su memoria, a las arenas movedizas de lo real: ¿Cuál fue el motivo que hizo viajar a Heisenberg desde Alemania? ¿Por qué Bohr dio por acabada bruscamente la conversación al poco de haberse iniciado? ¿Cuál fue el papel de ambos en las investigaciones sobre física nuclear y los proyectos que llevaron a la construcción de la bomba atómica?

Lo mejor de la obra es convertirse en un juego de espejos donde todo se pone en duda. Lo peor: el exceso de debate meramente científico. La grandeza de « Copenhague » reside, sin embargo, no en plantear una discusión científica o histórica sino en construir una obra que refleja hasta qué punto lo «cuántico» puede ser un recurso dramático y, sobre todo, el principio en el que se asienta nuestra vida. Los juegos de tiempo, las equivocaciones o vacíos en la percepción de la realidad, esa manera de convertir la realidad en un conflicto, en un problema, es lo más seductor de una obra exigente para el espectador, tanto en el nivel teórico como en el plano emocional.

«Copenhague» es la fisión de realidades, la fisión de estas dos personalidades acompañada de un gran descarga de energía dramática, de emociones vitales. De eso se encargan Emilio Gutiérrez Caba y Carlos Hipólito , interpretando ambos las perplejidades, los conflictos morales, el territorio inestable de la amistad, narrados, juzgados, expuestos ante nosotros por Malena Gutiérrez en el papel de Margrethe, esposa del viejo Bohr. Y haciéndolo todos ellos con ese temblor y esa verdad, con esa gestualidad y esa voz de los grandes momentos.

En ese paseo otoñal, escenográficamente ideado por Elisa Sanz , en ese Faedellpark que es muchos Faedellpark, del pasado y del presente, de la realidad y de lo espectral, Claudio Tolcachir monta esta obra con toda su potencia dramática, con toda su carga humana y arroja en el patio de butacas la incertidumbre de algunas preguntas: ¿Cuáles son los límites éticos de la ciencia? ¿Hasta qué punto la ciencia puede abandonar el proyecto ilustrado de razón y felicidad y convertirse en un arma contra el hombre? ¿Quién fue el culpable de aquellos hongos gigantescos en las dos ciudades de Japón?

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