Pícara, pelandusca y parlanchina

Marta Poveda, en 'Malvivir' David Ruiz
Diego Doncel

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La fórmula que Álvaro Tato y Yayo Cáceres han creado para revisitar a nuestros clásicos solo ha sabido acumular éxitos. En 'Malvivir' nos muestran esa picaresca femenina que ha sido ocultada en los arrabales de nuestra historia literaria y nos descubren a una Elena de Paz que se mueve entre la miseria, la audacia, la prostitución y la supervivencia. Creada a partir de textos de Salas Barbadillo, de Castillo Solórzano, de López de Úbeda o de Quevedo, Elena de Paz vive el revés del sueño de la España Imperial con la cabeza de pobre, la boca llena de hambre y el corazón solitario, es decir, buscando una manera de hacerse un hueco en ese mercado de mujeres a la deriva que recorren las ciudades, los caminos y las ventas del siglo XVII. Malvivir es por eso una fiesta de homenaje a quienes desafiaron su época mediante el ingenio y a quienes desafiaron su mala suerte, su origen y el determinismo de su vida mediante aquellas formas marginales de libertad.

Algo más de hora y media para relatar esta existencia desde su nacimiento hasta el cadalso final, desde el río de sus ancestros hasta el río que lleva su cadáver, una existencia de esta patrona del malvivir que cabe en una frase: «No hay placer que dure ni humana voluntad que no se mude». Hay humor y moralidad, amor y venganza, pero en este relato hay esplendor teatral y algunas caídas que quitan la gracia de las grandes obras picarescas.

Toda la obra se sostiene mediante el recurso de poner sobre el escenario a dos actrices que se desdoblan en múltiples personajes y un músico, como si se tratara de un ñaque clásico. Con una escenografía muy simple, hay que destacar el trabajo interpretativo de Marta Poveda y Aitana Sánchez-Gijón que nos muestran un intenso combate actoral donde voz y gesto alcanzan una expresividad y una fuerza verdaderamente resaltables. En el caso de Marta Poveda su nivel interpretativo va más allá: es grande, arrebatador, extremadamente convincente, y junto a Sánchez-Gijón capaz de dotar de vida a esta ficción llamada Elena de Paz, de darle matices, psicologías y hacerla real. Unas interpretaciones que de ninguna manera pueden pasar desapercibidas. El arte de juglaría de Bruno Tambascio, mezclando música de Yayo Cáceres y narración, es solvente pero hubiera sido deseable que acentuara más la dimensión sentimental de la obra para dotarla de mayor viveza. Malvivir es un espectáculo necesario porque en él están las vidas de esas mujeres que la corriente de la historia no puede llevarse de nuestro recuerdo.

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