«Penélope» teje su independencia y desteje la leyenda de su sumisión en Mérida

Belén Rueda encarna al personaje homérico en su debut en el Festival de Teatro Clásico de la capital emeritense

Belén Rueda, en «Penélope» Jero Morales
Julio Bravo

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Penélope acaba de morir a manos de Ulises -«la que creí mi mujer ya no es mía ni es mujer, es una serpiente cruel que ha devorado mi esperanza»-; Euriclea , la nodriza del héroe, se adelanta hasta el borde del escenario. «Qué cuento tan cruel. Pero es un cuento verdadero. Quizá lo contó una mujer, Nausicaa , hace miles de años. Pero este horror es todavía un cuento de hoy». Así concluye «Penélope», la función escrita y dirigida por Magüi Mira (sobre una dramaturia de Emilio Hernández ) que cerrará el domingo esta por tantas razones bizarra edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida . Se basa, naturalmente, en la «Odisea» de Homero -aunque en el montaje se introduce de manera un poco forzada el personaje de Nausicaa para desliza la teoría de que fue ella la autora del histórico poema-; su versión pasa de puntillas sobre el aspecto más subrayado de su historia: las noches que Penélope pasó destejiendo lo tejido durante el día, para presentar a una protagonista que desteje la leyenda de su sumisión y aparece segura, firme, capaz, al tiempo que sensual y femenina, decidida a tomar las riendas de Ítaca, el reino que Ulises deja atrás. A una mujer a la que sin embargo los nobles (e incluso su hijo, Telémaco , que se rebela contra su autoridad) no toman en serio, porque para ellos una mujer no deja de ser un trofeo de caza: «Mía... Eres mía...», proclama Ulises en los primeros compases de la obra.

Sobre este aspecto -el de la mujer que toma las riendas de su vida en un mundo de hombres que le niega todo derecho y toda autoridad- gravita la puesta en escena de esta «Penélope» que ha supuesto el debut en el Teatro Romano de Belén Rueda . No se habían extinguido todavía los ecos de los aplausos del público y la actriz, con los ojos arrebatados de emoción, confesaba estar aún embriagada por la experiencia que acababa de vivir. Ya más calmada, minutos más tarde aseguraba que todo lo que le habían dicho sobre lo que suponía actuar en Mérida se había quedado corto.

Y es que la actriz es la protagonista absoluta de este espectáculo, en el que también baila e incluso esboza una canción, y en el que exhibe alguna de sus mejores armas interpretativas -la lejanía del escenario impide apreciar uno de los más destacados: su mirada-: elegancia, distinción, intensidad, claridad, naturalidad... Sabe navegar con soltura por la fisicidad con que Magüi Mira ha tejido el espectáculo -convertido por momentos en una coreografía- para aliviar lo discursivo del texto.

Magüi Mira se ha mirado en el espejo del teatro clásico tanto en el elevado y poético texto como en la puesta en escena, con un coro de nobles. Una puesta en escena que descansa sobre un retorcido e imponente árbol, unas luces pictóricas y una significativa música (aunque en algún momento, como el vals, resulta cuanto menos chocante). También en ese código clásico se sitúa la interpretación. El público, con sus rotundos aplausos, premió con especial calor el trabajo de María Galiana , que aporta su serenidad y su incuestionable sabiduría al papel de Euriclea; y también para el resto de los intérpretes, de los que hay que destacar el oficio y la autoridad del siempre magnífico Jesús Noguero (Ulises).

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