«Las canciones»: la fiesta de Pablo Messiez

Tiene la fuerza de la mejor música, la emoción del mejor teatro y es una obra total que busca al espectador para hacer que su cuerpo vibre

Diego Doncel

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La idea que sostiene «Las canciones» , de Pablo Messiez, es bellísima: hablar es opinar y, por lo tanto, hacer ruido, mentir; la escucha, sin embargo, la escucha de la música es un acto absoluto de entrega, una contemplación sin concesiones y tal vez un regreso a aquellos lugares donde el dolor no duele. El Teatro Pavón Kamikaze estrena esta nueva temporada con una fiesta sobre la fuerza de los sentimientos y el poder de la escucha en estos tiempos de la cháchara política, del juicio generalizado como una forma de infamia. Messiez hace una lectura pop de «Las tres hermanas» e «Ivanov», de Anton Chéjov, pero escribe también la partitura de un duelo, de una forma de matar al padre, de olvidarlo y de expresar el laberinto emocional de unos personajes perdidos en su propia vida. Dividida en dos partes, el disco existencial de todos ellos tiene una Cara A donde se muestra la catarsis, el efecto purificador de la música, y una Cara B donde la dimensión de los infiernos personales se vuelve contra todos ellos.

Messiez hace de la obra una fiesta, y de la fiesta de las canciones un camino hacia la salvación personal. La historia de estos tres hermanos que se retiran del mundo tras el fallecimiento de su padre y el escándalo montado alrededor de este por un asunto inconfesable tiene tanta poesía dentro que es una lección estética de primera magnitud. Con humor, con profundidad, «Las canciones» tiene el romanticismo de querer aspirar a una especie de armonía mientras el abismo no deja de socavar por dentro, y se muestra también como un ejercicio de meditación, de suspensión de la angustia mientras el ruido de nuestro dolor no deja de perturbarnos. «Las canciones» traza una poética de la escucha o, lo que es lo mismo, escuchar como un acto poético. También propone una moral: la música como el umbral de una felicidad posible.

Obra de una enorme exigencia interpretativa, cada uno de estos actores o actrices se vacían en ese camino que traza Messiez entre los distintos géneros que se funden en la obra: el musical, el drama, el teatro psicológico… El resultado es tan brillante como destacable. Como brillante y destacable es la escenografía, una caja de música que es una caja de escucha, un mundo de altavoces para intentar alcanzar una vida retirada. Un nuevo locus amoenus a ritmo de Leopoldo Mastelloni, Carmen Linares, Liza Minelli, Bárbara Hendricks, Arthur Sullivan y toda una banda sonora que el público acompaña e incluso baila.

«Las canciones» tiene la fuerza de la mejor música, la emoción del mejor teatro. Es una obra total, a pesar de los vacíos en la trama, una obra que busca al espectador para hacer que su cuerpo vibre. La fiesta en el Kamikaze estuvo en cada uno de los asientos del patio de butacas, incluido el de la nueva Consejera de Cultura, Marta Rivera de la Cruz, y el concejal Martín Casariego, que tuvieron la buena idea de participar en la inauguración de la nueva temporada teatral.

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