Entrevista

Adriana Ozores: «Me esforcé por mostrar que había otras caras de los Ozores»

La intérprete recibirá el próximo jueves el premio Corral de Comedias del Festival de Teatro Clásico de Almagro, que se inaugura con este acto

Adriana Ozores, inmortalizada durante la entrevista con ABC Maya Balanya
Julio Bravo

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La memoria, dice la Real Academia Española , es esa «facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado». Pero la palabra memoria lleva prendidos en muchas ocasiones sentimientos tales como la añoranza, el agradecimiento o la nostalgia. Y algo de eso hay en el hecho de que el Festival de Teatro Clásico haya decidido otorgar el premio Corral de Comedias de Almagro a una actriz como Adriana Ozores ; hay que echar la vista atrás y avivar la memoria para recordarla en las tablas del teatro de la Comedia o del propio certamen almagreño volando los versos de Calderón , Tirso o Fernando de Rojas bajo las órdenes de directores como A dolfo Marsillach , Alonso de Santos , Gerardo Malla y Pilar Miró . Pero de aquello hace ya unos cuantos años, porque la carrera de Adriana Ozores tomó a finales de los noventa otros derroteros, y los clásicos pasaron al baúl de los recuerdos, de donde Almagro los ha sacado ahora.

Imagino que recibir este premio es un honor especial para usted.

Estoy encantada. Junto con el Goya y el Onda, es el que más ilusión me ha hecho. Me ha hecho muchísima ilusión. Supone volver a un pasado muy querido y a una parte muy importante de mi vida.

¿Cuándo fue la última vez que hizo teatro clásico?

En 1995. Estuve casi diez años en la Compañía Nacional de Teatro Clásico...

¿Qué supuso para usted pertenecer a esa compañía, en un momento además especial para usted como actriz?

Fue una experiencia que marcó mi vida y mi carrera por completo. Supuso mi entrada en la profesión como yo quería. Yo venía de una familia, los Ozores, y de una manera de entender la profesión; yo quería darle un giro, aportar a mi gente y a su currículum otro modo de entenderla. Y la oportunidad de entrar en el Clásico y estar allí tantos años; de representar papeles de tanta responsabilidad y de tanto calado fue magnífica. Supuso sin duda para mí un antes y un después.

¿Cómo fue su entrada en la Compañía?

Inesperada. José Luis Alonso y Adolfo Marsillach estaban haciendo pruebas; para el personaje de Isabel en «El alcalde de Zalamea» el primero y para la Melibea de «La Celestina» el segundo. Yo hice pruebas para los dos, igual que varias actrices más. Iba muerta de miedo, pero salí convencida de que lo iba a hacer yo.

Usted estaba entonces en televisión...

Sí, estaba haciendo las zarzuelas con Fernando García de la Vega, estaba haciendo la serie «Turno de oficio»... Era el arranque de mi carrera, y que me llamara el Clásico... Además, Adolfo Marsillach me acogió con mucho cariño y respeto.

¿Había hecho ya algo de teatro clásico?

No, era mi primera vez. Y realmente, la escuela que nos ofreció Adolfo fue abandonar esa forma de decir el verso por encima del fondo y centrarnos en qué estamos diciendo, qué les está pasando a los personajes. Y realmente su música y su ritmo se daba de manera natural si entendías bien de dónde venía tu personaje; debíamos tener cierto sentido musical, claro, y además todo eso se trabajaba. Pero no era lo primordial. Adolfo, con esta manera de entender la aproximación a los clásicos, quien dio un giro definitivo a la hora de ponerlos en escena.

Carlos Hipólito, su antecesor en el premio, dice que hay que entender que los personajes hablan en verso porque piensan en verso.

Sí, es eso. No hay que estar pendiente de la forma, porque eso no te va a llevar a ningún lado salvo a una declamación que hoy en día suena muy extraña, y estar pendiente de lo que le sucede al personaje.

¿Qué recuerda de la primera vez que se subió al escenario con la Compañía Nacional de Teatro Clásico?

El pánico... –ríe–. Recuerdo el miedo que tenía el día del estreno de «La Celestina», la sensación de responsabilidad... Y recuerdo verlo todo blanco; luego enseguida se entra en el personaje y en la obra, pero ese primer momento de vértigo fue difícil... Y a la vez bonito.

¿Cambió también la percepción que tenía la gente de usted como actriz? Se le había visto sobre todo presentando un programa musical en televisión y en las películas de su tío, Mariano Ozores, y de pronto desembarca en el Clásico.

Yo tenía una necesidad, que ni siquiera era personal, sino por mi legado, de darle a ese carromato de tantas generaciones de actores que llevo detrás de mí un pequeño giro; de mostrar otra faceta. Y me decanté por el trabajo en el Clásico, en otro tipo de cine –aunque he hecho mucha comedia también–... Era, digamos, llenarlo de más color.

Me refería más a la imagen exterior. En este país encasillamos enseguida...

A mí me costó mucho salir de ese encasillamiento. Al principio, en todas las entrevistas me preguntaban por qué hacía teatro clásico con mi tradición familiar. Me costó muchos años que esa pregunta desapareciera de las entrevistas. Yo tenía una impronta; la gente me reconocía por un apellido y un tipo de cine, el que hacía Mariano, que en ese momento estaba en lo más alto. Tuve que hacer un esfuerzo –y el público y los medios también– para mostrar que había otras caras de los Ozores. Afortunadamente todo eso es pasado, yo voy por libre y ya no tengo que estar justificando por qué he orientado mi carrera hacia el otro lugar. Pero me costó muchos años conseguirlo...

Lo que no significa renegar de su apellido ni su familia...

Me han dado lo más grande. Venir con tanto ADN me ha dado una información que no tiene nada que ver con la que tiene el que llega nuevo a esta profesión. Cuando yo me subí al escenario ya tenía muchas cosas aprendidas sobre lo que esta profesión y sobre el profundo respeto que se le debe tener. Eso ya me lo dieron en casa. Y conforme pasa el tiempo soy más consciente de esa herencia que tengo.

¿Nunca se planteó otra cosa que ser actriz?

Sí, quise ser muchas cosas. Soy muy activa y me gusta hacer de todo. Me vuelven loca las artes plásticas, y siempre estoy pintando o alrededor de la pintura... Ahora doy unos cursos de conocimiento a través de las herramientas del teatro; me gusta el conocimiento de uno mismo, el trabajo personal, y llevo muchos años haciendo esto. No solo me dedico a la interpretación, qué va.

¿La imagen de los actores es, en general, demasiado frívola?

En general sí. En este país sobre todo; hay lugares donde los actores tienen una consideración diferente, como Gran Bretaña o Francia. Aquí tenemos que pelear, pero los actores somos parte de la cultura, y en España nos cuesta... Ahora empieza a entenderse y a valorarse no solo como un patrimonio sino como una formación. Nos tenemos que formar, tenemos que formar a nuestros niños en la cultura porque así es como se forma una persona. Y ahora es cuando la cultura empieza a tener otra dimensión. Y por ende el actor. Pero tenemos la imagen de estar todo el día de juerga; pero cuando la gente se da cuenta de lo que cuesta cualquier trabajo que nosotros hacemos se lleva las manos a la cabeza. Mucha gente cree que nuestro trabajo es subirnos al escenario o ponernos delante de una cámara y decir unas frases; pero las dieciséis horas que estamos en un estudio de televisión no las sabemos más que los profesionales que trabajamos en esto. O las ocho horas que le dedicas al estudio antes de empezar una obra, las horas de ensayo en el teatro... Los medios muestran la cara más fácil; es la que se vende mejor.

Y se tiende a generalizar...

Exacto. Pero hay que pelear por ello y si tenemos la oportunidad, como en esta entrevista, de decirlo, lo decimos.

¿Por qué no ha hecho teatro clásico desde hace más de veinte años?

Porque no se ha dado la oportunidad... Pero lo voy a hacer pronto. Y no puedo decir más.

¿Ese es su próximo proyecto?

No, en octubre haré una obra que se llama «Los hijos». Dirige David Serrano y estoy con Joaquín Climent y Susi Sánchez. Es un texto de los que dices: hay que contarlo.

El teatro está para eso, para contar historias, nuestra vida.

El teatro ha dejado de ser solo entretenimiento, y lo más importante es que el público también ha entendido eso; tiene ya la madurez suficiente para entender que el teatro es una herramienta para saber de mí, del otro... del ser humano.

¿Ser actor ayuda a ser más comprensivo, más tolerante?

Nos metemos en la piel de otros. Desde el momento en que tú encarnas a una prostituta ya nunca más la podrás juzgar. Has entendido a nivel profundo todos los vericuetos. Digo prostitutas y digo Mefistófeles o Lady Macbeth. Si eres honesto con él, tienes que justificarlo, nunca juzgarlo. Y a veces duele. Se aprende mucho cuando te das cuenta de que el personaje está por encima de ti.

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