Rocío Márquez ha acompañado a Dani de Morón
Rocío Márquez ha acompañado a Dani de Morón - J.M. SERRANO

Dani de Morón, el toque del XXI

El guitarrista de la tierra gastoreña sienta las bases del futuro, tanto en concierto como en acompañamiento, en una noche loca más de Israel Galván

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Dani de Morón ha puesto boca abajo la escuela gastoreña. Toca para abajo con la mano que ejecuta, como el antiguo estilo barbero de pulgar hasta las agudas. Pero con la que piensa, como decía Paco de Lucía, toca para todas partes. Es un revolucionario de la izquierda. Un superdotado armónico y rítmico al que, por su idiosincrasia, le falta melodía.

La bulería de entrada fue un compendio perfecto de lo que supone su irrupción en la guitarra flamenca contemporánea. Virguerías a contratiempo de todas clases, acordes imposibles en el infinito del palo y expresionismo con la mano derecha. Pinceladas que marcan un horizonte melódico, pero que no lo perfilan del todo nunca. Una forma de tocar que, más allá del formato de concierto, aporta una nueva dimensión al acompañamiento.

A eso vino al Alcázar. A enfrentarse a los arabescos con un toque enrevesado en su concepc ión, pero no en su puesta en escena. Y tal vez se le fue la mano en los arreones iniciales con remates demasiado bruscos, estridentes, excesivamente voluminosos. Pero en el esbozo paquero del Himno de Andalucía se llenó de almíbar. Tiene esas dos caras: la agresividad desmedida y el gusto contenido. En eso también es extraño. Usa la caja para hacer percusión con los nudillos. Y las manos para saltar por los aires. Es bueno porque es totalmente distinto. Y porque a cada cantaor le da un arrope digno de su cante. A Rocío Márquez le ofreció tonos en la granaína que pedían sollozo. Esa media voz que la de Huelva convierte en caricia, sobre todo cuando mete el gemido en el pozo, abajo del todo, donde ya casi no hay sonoridad. Y luego se engarzaron con la milonga de Marchena, la del dios omnipotente que talló con sus melismas la fachada entera de la Montería. Rocío borda esos estilos, esas referencias. Y Dani le aporta un sentido rítmico que es oro para su queja, en la que caben la vieja rumba cubana, el lamento de terciopelo y los caracoles canónicos chaconianos con recursos de tanguillos. Pero el gran salto mortal lo dio con Jesús Méndez. Porque eso es pasar de los higos a las brevas. Del caramelo al papel de lija. La fuerza bruta del jerezano en la bulería por soleá exige brío en el toque. Dani lo llevó en volandas por la corriente caudalosa de su protesta. Le dio soniquete hasta el estrago por bulerías. Se echó para atrás cuando el cantaor se fue a la boca del escenario a cuadrar por fiesta un fandango a pelo. Y le recogió remates en sitios insospechados. Jesús es uno de esos cantaores que arañan. Que rompen cristales. Y la bajañí se tuvo que ir de madre varias veces con porrazos que mostraban un nerviosismo natural en una cita así. Pequeños detalles que no oscurecen el sol que Daniel tiene en las manos.Con Israel Galván se rebanó el sentido por soleá. El divino majareta, probablemente el bailaor más importante del siglo XXI, insurgente que mete a compás el catón pero con una estética que pone del revés todos los cánones del baile flamenco, volvió a sembrar la incredulidad entre la gente: ¿esto es demasiado bueno o es cachondeo? Probablemente las dos cosas. Ir por delante del tiempo genera esa duda siempre. Así que con esa vacilación rebotando en las yeserías tuvo el guitarrista que bajar la pelota al suelo por granaínas. Mostrando otra vez sus cartas. Ese combate entre la mano derecha aparentemente rudimentaria, que vive del pulgar y del rasgueo —mil rasgueos distintos porque estamos ante el mejor rasgueador de siempre—, y la izquierda, que ausculta armonías que todavía están por descubrir. Es como si tuviera un ángel bueno y un ángel malo cayendo sobre la misma sonanta en una batalla que demuestra que no hay uno más fuerte que el otro. Que lo de siempre no es ni mejor ni peor que lo que ha de venir. Y que en el toque de Dani de Morón hay un mundo nuevo por escrutar. Hay una música sofisticada que, sin embargo, no se puede tararear. Pero que le pone el tono en bandeja al alarido camaronero, camaronero bueno, genial, de Duquende por Levante. Y se guarda el trémolo de la noche para la antesala de la cartagenera y el seguiriyón. El temple para los tientos de Arcángel, que cantó poniendo orden en el escalafón sobre la falseta de María de la O. Y remató, más allá del ojú de su garganta rota, por soleá. Para la soledad del toque del de Morón, que va el primero hacia el toque del siglo XXI. Con mucha ventaja. Y por derecho.

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