Crónica del concierto en Sevilla

Andrés Calamaro: leyenda viva del rock hispano (después de todo y antes que nada)

El artista argentino brindó un concierto espectacular y lleno de matices en su regreso a Sevilla

Andrés Calamaro brilló anoche en Fibes con su gira Cargar la suerte Manuel Gómez

Fernando Rodríguez Murube

A veces, durante el fragor de los conciertos, las facultades evocadoras invitan a realizar una gestión asaz retroactiva. Anoche, durante el sublime concierto que ofreció Andrés Calamaro en Fibes enmarcado dentro de su gira «Cargar la suerte» , fue una de esas ocasiones. Manes del rock como Bob Dylan, Lou Reed, Ian Gillan, Pepe Risi, Silvio Fernández Melgarejo o Miguel Abuelo han sido más que generosos a la hora de dotar a este artista de prodigiosas cualidades para triunfar en su desempeño: sensibilidad musical, dominio técnico y del escenario (tempo) excepcional, autenticidad, temperamento, honestidad y carisma.

Es por ello por lo que lleva casi treinta años en la cima de la aristocracia de este género maldito (querido, respetado y admirado por sus pares) y lo que explica que el argentino sea un músico de creatividad torrencial al que muchos admiramos sin reservas.

El Salmón arrancó el show interpretando «Right place wrong time» (más tarde, durante la presentación de la banda, volvió a recurrir al mismo tema), un guiño a Dr. John, el «más sevillano de los músicos de Estados Unidos» , fallecido esta semana a los 77 años. Su repertorio propio lo estrenó al ritmo eléctrico de «Alta Suciedad» y «Verdades afiladas» y la oscura «Clonazepán y circo» , una canción cuyos fraseos avalan por sí solos los argumentos que le consignan desde el siglo pasado como franquicia hispana de Bob Dylan.

Luego saludaría al público explicando que la cita en tierras hispalenses era «la más exigente de toda la gira» porque iban a tocar en «la capital del mundo del arte y el duende» . En este sentido se acordó de Morante de La Puebla, de Silvio y Sacramento y de Jesús Quintero , a quien echó de menos en la televisión.

Menos locuaz que en citas precedentes de esta gira, a lo largo de las casi dos horas y media que duró el concierto Calamaro despachó —desde el teclado— 25 canciones como 25 soles en las que irradió gracia, ritmo, sentido y emoción, y con las que, en definitiva, dejó constancia de ser poseedor de un mundo melódico propio que ha servido de referente para infinidad de grupos y artistas pertenecientes a generaciones posteriores a uno y otro lado del charco.

Entre ellas sonaron himnos como «La parte de adelante», «Las oportunidades», «Tuyo siempre», «Los Aviones» (con una brillante intro de «Esa estrella era mi lujo» de los argentinos Redonditos de Ricota), «Crímenes perfectos», «Flaca», «Estadio Azteca» y «Paloma» , todas ellas coreadas con pasión por un público completamente entregado a la causa de «el Salmón» y al que el propio artista respondió saludando desde el tercio como si de la Maestranza se tratara.

Muchas de las arriba mencionadas fueron concebidas en el siglo pasado, y ahora, décadas después de ver la luz, siguen impregnando de emoción a los presentes cuando suenan en directo gracias a su capacidad para conmover al atemporal oyente sensible, hasta el punto de convertirlas en clásicos —siempre atendiendo a aquellos cánones de Juan Ramón en los que descifraba dicho concepto como «todo aquello que habiendo sido exacto a su tiempo, trasciende, perdura», ¡y vaya si perduran!—.

Exactamente el mismo efecto provocaron «A los ojos», «Milonga del marinero y el capitán» y «Me estás atrapando otra vez» , con la que cerró el concierto. Tres canciones de su etapa al frente de Los Rodríguez, aquella bocanada de aire fresco que llegó a España desde Argentina a principios de los noventa que lejos de amainar, sigue sumando adeptos a pesar del tiempo transcurrido (más de un millón de oyentes mensuales en Spotify).

F.R.M.

No obstante, la auténtica descarga de rock vino de la mano de «Los chicos» (y la prolongación de «Música ligera», del desaparecido Gustavo Cerati y sus Soda Stereo) , ese canto a los amigos ausentes que invita a ser coreado por la hinchada en un estadio de fútbol. Asimismo, también tuvieron muy buena acogida algunas de las perlas del nuevo e interesante «Cargar la suerte»: «Cuarteles de invierno», «Tránsito lento» y «My mafia».

Quinteto de primerísimo nivel

Una vez desgranado el repertorio, bien merece una mención aparte la banda que le escoltó anoche, un quinteto cien por cien argentino que rugió de manera cristalina y que formaban, además del propio Andrés, Germán Wiedemer en teclados, Mariano Domínguez al bajo, Julián Kanevsky en guitarras, y Martín Bruhn en la batería .

Esto no es nuevo en el autor de discos tan míticos como «Alta suciedad» o «Honetidad brutal» , quien siempre se ha rodeado de instrumentistas de nivel top (Ariel Rot, Jerry González, Candy Caramelo, Niño Josele, Guingui Herrera, Twanguero, José «Niño» Bruño, Guille Martín y un larguísimo etcétera) para desarrollar sus creaciones musicales, ésas que han significado una tierra dispuesta a la semilla en la que a lo largo de casi cuarenta años ha ido injertando esquejes para que florecieran melancolías y esperanzas, anhelos y fragilidades, nostalgias y cantos canallas.

Para concluir, se me viene a la mente eso de que «a veces los árboles no nos dejan ver el bosque» . Este dicho tan recurrente en los últimos tiempos viene al pelo para abrochar la crónica del espectáculo que el cantante ofreció anoche en la capital andaluza. Digo esto porque en la red de redes hay quien critica o afea determinados posicionamientos del argentino en diferentes temas. Hasta ahí todo bien, cada uno es libre de opinar lo que quiera, Andrés el primero. Distinto es, al menos para quien escribe, que el hecho de no estar de acuerdo en según qué asuntos, prestar excesiva atención a esos detalles, haga difuminar un aspecto capital en lo que a su figura se refiere —y que siempre ha quedado, queda y quedará meridianamente claro como el agua estancada—: Andrés Calamaro es, por méritos propios, una leyenda viva del rock hispano .

Y es que tanto su vida como su obra son una constante rueda de sentimientos en la que su estética y su ética, su locura y su cordura, su calma y sus reivindicaciones tienen siempre una meta suficiente que le consuela de todo: la música. El gentío que ayer llenó Fibes sí era consciente de ello y, por ende, pudo y supo disfrutar del bosque «calamariano» en todo su esplendor.

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