En la muerte de Aquilino Duque

Aquilino y las luces

Así es su poesía, elegante, sobriamente andaluza, más luminosa que tenebrista, más dada a la bendición que al patetismo

Aquilino Duque en una imagen de 1972 ABC

Lutgardo García

Como entrar en una maravillosa máquina del tiempo, era estar una tarde en Viñamarina , el predio de Bormujos donde vivía, ya retirado de su intensa vida de funcionario internacional, el escritor Aquilino Duque Gimeno . Generoso, sensible, divertido, lúcido… era un regalo verlo cómo iba contando anécdotas, hablándote de Octavio Paz o de María Zambrano , imitando las voces incluso, y era como si acabaran de levantarse de aquella mesa con mantel a cuadros sobre la que Sally , su mujer, iba trayendo tazas de café e improvisados aperitivos de insólitas combinaciones. Su memoria era inagotable y era capaz de llevarte, montado en la alfombra mágica de su palabra, por la Europa de la segunda mitad del siglo XX. Una Europa por la que empezó a viajar en la década de los 50, después de cursar los estudios de Derecho en Sevilla.

Las aguas de la política -aguas estancadas que todo lo envenenan en la España de hoy- hizo que muchos vieran en Aquilino un personaje visceral, oscuro y antipático. Los que tuvimos la suerte de gozar de su amistad sabemos que pocas personas eran tan libres en sus opiniones y tan generosas con el adversario. Lo había leído todo, de un lado y de otro, y seguía buscando lecturas que levantaran el vuelo de cometas de su alma. A menudo me gustaba preguntarle cosas de su convivencia con Rafael Alberti en Roma, de sus cenas con Romero Murube , sus travesuras con Quiñones o los whiskies en Ginebra con José Ángel Valente . Siempre hablaba de ellos hasta emocionarse. Yo sentía entonces que tocaba con mis dedos a la generación del 27 y a medio siglo de literatura que estaba en su cabeza y en su corazón.

Aquilino Duque Gimeno (Sevilla, 1931) destacó desde muy joven como poeta y hasta que el Documento Nacional de Identidad lo incorporó, llevó escrito allí que su oficio era el de poeta. Sus primeros libros - ‘La calle de la luna’ y ‘El campo de la verdad’ - vieron la luz en 1958. En aquellos años, hondamente influenciado por ‘Marinero en tierra’ de Rafael Alberti, se decantó por un estilo que partía de un culto neopopularismo que, poco a poco, fue rompiéndose para dar paso a un poeta lírico de clara pincelada y un profundo humanismo de perfil cristiano. Nunca ocultó sus ideas ni su preocupación por la actualidad de España y, en plena transición, una vez de vuelta a su país después de décadas viviendo fuera, su libro ‘Aire de Roma Andaluza’ empezó a molestar a los entusiastas del nuevo sistema, al señalar algunos peligros que planeaban sobre la nación. Muchos empezaron a recelar de él en los primeros años de la democracia cuando escribió aquellos ensayos de ‘La España imaginaria’ o ‘El suicidio de la modernidad’ . Y es que Aquilino ha sido un reaccionario, pero al estilo del colombiano Gómez Dávila , para quien un reaccionario es un «cazador de sombras sagradas sobre colinas eternas».

Polémico, divertido

Aquilino, polémico, divertido , siempre a la contra de casi todo, hasta de sí mismo, ha sido, además, un excelente articulista al que le han ido siempre apagando las luces de los medios e invitándolo a tomar la puerta de salida. La libertad , ay, ha sido para él una moneda de valor innegociable . Ha escrito numerosos libros de ensayos así como una preciosa guía natural de Andalucía que es un regalo para los lectores amantes de la naturaleza y de la buena literatura.

Muchas veces le escuché decir que solo escribía poemas cuando estaba de buen humor y así es su poesía, elegante, sobriamente andaluza, más luminosa que tenebrista, más dada a la bendición que al patetismo. Su muerte ha llegado a la vez que su último libro ‘Juegos y fuegos’ (Renacimiento). Un libro en el que, junto a poemas antiguos y descartados para otros poemarios, nos deja unos versos finales como los que le dedica a Pepe Luis Vázquez . Un poema escrito con naturalidad y mesura, construido con cuatro elementos simples, como un maestro que enseña cómo hay que darle los lances a una becerra en una plaza de tientas. Ahí es donde dice que «Dios reparte a voleo / las luces entre los mortales».

Dentro de Aquilino se sembraron muchas luces, luces que dieron su fruto en los libros y en la amistad. Luces que fue contagiando a aquellos que tuvimos el privilegio de gozar de su cercanía . Luces que están en esos versos que hoy leo a modo de oración, «hay que cantar siempre algo nuevo,/ nacer un poco cada día. / No permitas que el tiempo te aprisione / en su círculo mágico. Cada aurora es distinta, / y lo que anoche se te derrumbaba / se yergue con el alba más triunfante que nunca». Que brille para él la luz perpetua .

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