La «Turandot» de Franc Aleu deshiela el Liceo

La nueva puesta en escena de «Turandot» recibió una ovación de casi nueve minutos -y también algún silbido nada destacable- por parte del público

Aleu ha sabido crear imágenes profundamente poéticas enmedio del despliegue tecnológico, A. BOFILL

Pep Gorgori

La nueva puesta en escena de «Turandot» a cargo del videocreador Franc Aleu, estrenada ayer en el Gran Teatro del Liceo, recibió una ovación de casi nueve minutos -y también algún silbido nada destacable- por parte del público. Con un delicado juego de referentes, Aleu conecta, a través de la retina del espectador, con los mitos, los miedos y las distopías contemporáneas, trayendo al presente la reflexión sobre el poder, el amor y la muerte implícita en la partitura de Puccini y sus libretistas.

Su estética tiene que ver con el cine, el manga y los videojuegos más que con ningún montaje anterior del mismo título. Es fácil pensar en «Mad Max», «Blade Runner» e incluso «Star Trek» y «Star Wars» en muchos momentos. Tras un primer acto en el que las proyecciones tridimensionales son las protagonistas absolutas, el juego tecnológico se hace más liviano (que no más sencillo) a medida que el poder de Turandot pierde peso primero ante la osadía de Calaf y luego ante el valor de Liù.

El desenlace de la obra que Puccini dejó inacabada siempre ha dado juego a los directores de escena para hacer interpretaciones libres. Así, si Espert causó polémica al hacer que la protagonista se suicidase, Aleu ha optado por hacer que la gélida princesa que rechaza a todos los hombres bese en la boca el cadáver de la esclava Liù, que le ha descubierto lo que es el verdadero amor.

Enmedio del despliegue tecnológico, Aleu ha sabido crear imágenes profundamente poéticas. Un ejemplo es la representación de los cuerpos decapitados de los pretendientes de Turandot que han muerto previamente -recuerdo lejano de las almas que atraviesan la Estigia en la película de 1991 «L’inferno» de Bertolini-.

Iréne Theorin es una impresionante Turandot , y sigue siendo adorada por el público liceísta. Ermonela Jaho emocionó con una Liù etérea, fascinante en cada matiz -la belleza de su voz y su capacidad actoral son de sobras conocidas-. El Calaf de Jorge de León posee un timbre un tanto oscuro, pero aun así potente e impactante. El emperador de Chris Merrit, el Timur de Alexander Vinogradov y los Ping, Pang y Pong de Marsol, Vas y Atxalandabaso dejaron así mismo buen sabor de boca. El maestro Josep Pons, por su parte, supo dar a la partitura la tensión y el equilibrio necesarios, dejando a los cantantes libertad para lucirse.

El Liceo quiere iniciar una nueva etapa con esta producción, en la que el coro se confirma como la gran asignatura pendiente. La promesa de mejora que el propio Pons hizo meses atrás, en la presentación de la temporada, debería concretarse pronto. Años de abandono lo han dejado bajo mínimos, y también necesita una reconstrucción, pese a la buena labor de la directora, Conxita García: el Liceo no volverá a ser el que era mientras no tenga un buen coro.

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