Rosalía y la envidia española

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Se veía venir. El huracán de merecidos elogios a Rosalía tenía que venir acompañado por una pequeña pero molesta borrasca de indignaditos con el éxito ajeno. Igual que indignaba en el Siglo de Oro el talento de Góngora, y por eso muchos de sus coetáneos la emprendían irracionalmente contra su aspecto físico, ahora indigna que Rosalía triunfe en medio planeta. Veinte años después de que Los del Río lograran que el imperio Clinton bailase al son de La Macarena, ahora el imperio Trump se rinde a los pies de Rosalía. Y hay quien no lo soporta. O quien lo soporta malamente. Tra, trá.

Pero es lo que hay, quillo. A los criticones (me niego a usar la denominación «hater») les queda el derecho al pataleo, muy español, muy legítimo, pero muy cutre. Para empezar, deberían ponerse de acuerdo con ellos mismos. Una de dos: o Rosalía está rompiendo con el purismo del flamenco o es un calculado producto de laboratorio. No se puede ser transgresor y dejar de serlo al mismo tiempo. Ni siquiera Rosalía es capaz de sorber y soplar a la vez. Esa falta de coherencia de sus adversarios descubre el auténtico motor que los mueve, o más bien los remueve: la envidia, que según Unamuno, es la íntima gangrena del alma española.

Los exabruptos -pocos, pero sonoros- que viene recibiendo Rosalía desde su formidable actuación, otra más, del sábado en la gala de los Goya no hacen sino engrandecer la figura de una artista que siempre deja a sus detractores con el pie cambiado. Esperaban otra de sus coreografías, un espectáculo a mitad de camino del trap y el flamenco, y sin embargo descubrimos, oh cielos, que Rosalía también reina en la copla desnuda, que también puede convertir en oro una canción medio olvidada de Los Chunguitos.

No tenemos la culpa los que defendemos a Rosalía, ni aún menos ella, que sea la chica que más prepara cada una de sus apariciones públicas. Sin necesidad de hacerlo, acude a cuerpo descubierto a los pocos espacios televisivos (la gala de los Goya, por ejemplo) que aún dejan sitio para la música en directo. Nadie tiene la culpa, ni aún menos ella, que cada vez que sale al escenario deje en evidencia a tanto artista de medio pelo que no arriesga y que sigue viviendo de las rentas. Su triunfo no es fruto de la casualidad, de las modas o de una planificada campaña de marketing, como a menudo se le acusa. Triunfa porque compone con gusto y porque canta y hasta baila como los ángeles. Triunfa porque trabaja más y mejor que el resto. Y eso en España no se perdona.

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