La primera hipnosis de Damien Rice en Madrid

El cantautor irlandés debuta después de veinte años de carrera con un concierto en el Circo Price

Damien Rice, anoche en el Ciro Price de Madrid ABC
Jesús García Calero

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Empecemos por el final. Después de dos horas de recital hipnótico, de arrancar risas al público, entregado, y de ponerle en dos segundos los ojos húmedos, Damien Rice llegó a los últimos bises en su primer concierto en España . Han hecho falta 20 años de carrera para que viniera anoche al Circo Price . Y en ese momento, cuando todo estaba a punto de acabar, se concentró de una manera especial. El público no quería irse, pateó hasta que volvió al escenario. Pero él se había guardado esos dos últimos disparos directos al corazón, dos grandes canciones para disolver las protestas en belleza.

La primera, «Trusty and true», ese himno a la edad imperfecta , a la vida imperfecta de los errores adultos, de las alas que están rotas o gastadas, con calvas donde había plumas y sueños. Anoche cantaba solo, acompañado por la guitarra con la que ata los latidos a las cuerdas, que te afina las derrotas y las hace cantar y que a ratos se convierte en una banda al completo, de la que saca percusión, bajo, distorsión y acústico a la vez, mientras juega al póker con esa voz cálida y dulce entre las sombras que todos percibimos dentro de nosotros. Inútil resistirse. Y él sube las apuestas.

«Trusty and true» iba servida sin las gaitas ni panderos irlandeses que abrigan el himno en «My favorite faded fantasy», su último disco, pero Damien Rice tiró del público, se hizo director de coro, para extender ese final medio en broma medio en serio sobre los ecos de las más fieles esperanzas. Nos tocaba cantar «Come, let yourself be wrong » (Ven, permítete equivocarte) mientras él invocaba desde la letra a los solitarios, a los enamorados, a los olvidados, a los temerosos, a los perdidos, a los diferentes, con ese aire de bienaventuranza quebrada, en el paraíso imposible de la madurez.

Rice al piano

Y la segunda canción del bis, el tremendo final, nos cortó el aliento , cuando el cantautor irlandés decidió ponerse un poquito más cerca para acariciar los acordes que todos recordamos. En el borde del silencio se quedó parado, apuntando al corazón. Apagaron las luces. Desenchufó la guitarra, se acercó sin micro al límite del escenario y empezó, con la misma sutileza, piano piano, a rasguear los acordes de «Cannonball».

La letra de esta vieja canción de Rice -tan célebre como «Cold Water» y «The blower's daughter», los dos temas que aparecían en la Banda sonora de «Closer» que le dio el salto a la fama-, se desliza entre paradojas, cuenta cómo las piedras nos enseñan a volar, el amor a mentir, la vida a morir, así que «no resulta difícil caer cuando flotas como una bala de cañón». En aquella oscuridad, el silencio se hizo total, la música podía percibirse, débil pero muy cálida, parecía la luz de una vela, lejana y temblorosa en mitad de la noche. Una voz humana en el espacio sin luces , en la vida sin culpas, apenas unos móviles, donde los ojos, para qué os quiero, también servían para escuchar: «Still a little bit of your taste in my mouth/ Still a little bit of you laced with my doubt» («Aún tengo un poco de tu sabor en la boca, todavía algo de ti se mezcla con mis dudas…»).

Han tenido que pasar 20 años para que Damien Rice debutara en España . Ayer explicó por qué: «No quise cantar nunca en España porque soñaba con venir a vivir aquí ». Quería mantenerse anónimo entre nosotros, para poder vivir sin las molestias de la fama. «Soñaba con la luz del sol y vuestros cielos azules, pero no contaba con internet, un invento que me impidió guardar mi secreto a un país completo». Le gustaba Alcalá de Henares, dijo. El diálogo con el público sirvió a ratos para reír y a ratos para conocer cómo compuso canciones, como «Amie» en una noche de depresión irlandesa, con nubes, autobuses y lluvias grises y el corazón alfombrado de tristeza junto al asfalto mojado.

Pero el humor iba siempre de la mano de los sentimientos, no hubo una emoción sin risa en toda la noche , como cuando para hablar de los graves problemas del amor citó medio en broma su pasión amorosa por el chocolate, cómo le gusta, lo devora y lo apura en todo su sabor, en todo lo que da, y al final lo digiere y luego lo defeca (sic)… «I love you too», añadió entre las risas del personal. Para «Cold water» hizo subir para los coros a dos fans, madre e hijo que ya le han seguido por otros conciertos en Europa, según contó. Aunque quizá fue, musicalmente, el momento más flojo de la noche, el público respondió con entusiasmo al despliegue de buenos sentimientos e intenciones. El compositor que canta a la edad imperfecta y las alas gastadas predica con el ejemplo, sin miedo a experimentar.

Y así, acompañándose a veces al piano y casi siempre a la guitarra, presentó un tema nuevo, «más de amistad que de amor», y repasó su repertorio, canciones de «0», «9» y «My favorite faded fantasy» . Un tratado hipnótico de desamores y pasiones encontradas, de música mínima y emociones mezcladas con su voz dulce y poderosa y su mirada ácida . Justo la que cambia el sabor de las cosas en el final de «The blower’s daughter», que también interpretó, cuando después de esa declaración de amor total que repite hasta la saciedad «I can't take my mind off you» (no puedo apartar mi mente de ti), añade: «‘till I find somebody else» (hasta que encuentre a otra).

No pasarán otros veinte años para volver a escucharle. Damien Rice sigue feliz al borde del silencio y ha prometido volver.

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