Patti Smith y la rutina de la gloria

La cantante brilla en Pedralbes con un emotivo repaso a sus viejos éxitos y a sus ídolos caídos

Patti Smith, durante su actuación en Pedralbes Efe

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Sale Patti Smith, levita y chaleco negros a pesar de que el termómetro bordea los 30 grados y, como siempre, se dispone a hurgar en la memoria de sus viejos héroes y sus poetas muertos. Melena cada vez más blanca, sonrisa de oreja a oreja y taza de té para intentar proteger la garganta del bochorno barcelonés. También como siempre, porque la repetición no tiene que ser necesariamente mala, se arranca viajando a los días de mugre y furia de los setenta para encomendarse por millonésima vez a la rutina de la gloria.

Se apagan las luces y suena 'Redondo Beach'. Los bellos suicidas y la humareda del reggae como antesala del aguijonazo del punk. «It's time for us to do our fucking work!», bramará más tarde, con el público ya rendido y extasiado. Y en su regreso a Barcelona seis años después de su última actuación, también en el Festival Jardins de Pedralbes, su trabajo no es otro que el deletreo de la gloria y el rock and roll cum laude. La (hada) madrina del punk, sentando cátedra y exhibiendo galones de leyenda. Bendita rutina, sí.

A estas alturas, es cierto, es relativamente fácil saber de qué lado caerá una actuación de Patti Smith: embarcada desde hace años en una cruzada literaria que ha acabado reduciendo a la mínima expresión sus grabaciones de estudio -su último disco, 'Banga', es de 2012-, la autora de 'Horses' lleva ya unos cuantos años dando vueltas alrededor del mismo concierto. Cambian las versiones, el retablo de ídolos caídos, pero se mantiene el esqueleto. A saber: el gran calambre de 'Free Money', el rodillo de 'Pissing In A River', la épica noctámbula de 'Because The Night', el desparrame de 'Gloria (In Excelsis Deo)', el chute de energía final de 'People Have The Power'...

Patti Smith, durante el concierto Efe

Ninguna falta en Barcelona, aunque en realidad el concierto empieza a despegar de verdad cuando Smith pica a la puerta de Bob Dylan y le birla 'The Wicked Messenger'.  Sube la temperatura y crece la electricidad. La garganta de Smith, a ratos ajada, entra en erupción y escupe lava y arenisca. Desde las guitarras, Lenny Kaye y el hijo de la cantante, Jackson Smith, se ensañan con el de Duluth y le devuelven la canción hecha un guiñapo. Magistral. Luego caerá, también de Dylan, 'One Too Many Mornings', pieza de factura acústica y tierna que Smith despacha a solas con su hijo. La misma emoción, sí, aunque un envoltorio completamente diferente.

Vale que sigue siendo un tanto desconcertante escuchar canciones como 'Free Money' y las arengas de Smith en contra de las corporaciones en uno de los festivales más opulentos de la ciudad, pero 'Dancing Barefoot' y 'Don't Say Nothing' lo hacen todo mucho más digerible. También la intensidad con la que se acuerda de sus caídos ( el aullido de Allen Ginsberg, esa 'Nine' dedicada a Tupac Shakur en el 25 aniversario de su muerte) o verla bailando en un lateral del escenario mientras la banda le da un respiro vocal atacando 'I Wanna Be Your Dog' de los Stooges y 'Stone Free' de Jimi Hendrix. Saltan chispas del escenario y Smith, a sus 75 años, se mueve con más agilidad que la mayoría del público.

«Feel your blood, feel your fucking freedom», exclama justo antes de rematar la faena y abrir de par en par el arcón de los grandes éxitos. Minutos antes, la noche se había encallado en una aparatosa 'Beneath the Southern Cross' alargada más allá de lo razonable, pero ahora caen del tirón 'Because The Night', 'Pissing In a River', 'Gloria' y 'People Have The Power' y, vaya, el público siente la sangre y la libertad, también la gloria, corriendo por sus venas.

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