Mishima: «Existe cierta manía hacia las bandas que cantan en catalán»

David Carabén formó el popular grupo barcelonés de pop en el año 2000, firmando sus dos primeros discos en inglés, antes de pasarse a su lengua paterna

Mishima se formaron en el año 2000 LEILA MÉNDEZ
Israel Viana

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Astrud podría haber pensado en el líder de Mishima , David Carabén (Barcelona, 1971), cuando escribió aquello de « Hay un hombre en España que lo hace todo ». Ambas bandas, de hecho, han compartido escenario en más de una ocasión. «No paro. Estoy metido en demasiados fregados y ninguno lo acabo de hacer bien», reconoce entre risas el cantante y compositor catalán. «Ten en cuenta que me dedico a la música, algo ya de por sí inestable, y encima cantó en catalán, por lo que el mercado es aún más pequeño», añade.

Por eso Carabén —que formó la banda de pop en el año 2000, firmando sus dos primeros discos en inglés— es también escritor, realizador televisivo, traductor, copropietario de una coctelería, colaborador en dos programas de radio y columnista semanal en la sección de Deportes de «La Vanguardia». «Y por si fuera poco, he sacado hace no mucho tres referencias de vinos Mishima, cada una con el nombre de una canción o un disco del grupo: “ Vine ”, “ Guspira ” y “ Set tota la vida ”. Producimos unas 12.000 botellas al año, es decir, que también somos indies en el vino», bromea el hijo del que fuera responsable, en 1973, del fichaje de Johan Cruyff por el F.C. Barcelona, Armand Carabén.

Fue precisamente su trabajo en la televisión del club azulgrana —«el que me daba de comer»— el que abandonó en 2010 cuando decidió que podría dedicarse profesionalmente a la música. Una arriesgada decisión que tomó como consecuencia de la creciente atención que estaba recibiendo Mishima, por lo menos en Cataluña, al cumplir una década de vida en los escenarios. «En ese momento experimenté una sensación que intenté describir en algunas canciones, parecida a la que sufre un niño cuando le dejan volver solo del colegio por primera vez. Entre miedo y aventura. Como si pisara un suelo poco firme, pero a la vez me sintiera liberado de otras cosas», explica.

Uno de los últimos programas que hizo en el canal barcelonista fue « Recorda Mister », en el que él mismo realizaba entrevistas a antiguos entrenadores del Barça. De una respuesta de César Luís Menotti, precisamente, sacó el título del disco del aquel año: « Ordre i aventura » (The Rest is Silence / Sones, 2010): «El fútbol se basa, por un lado, en el orden táctico y en tener un buen esquema de juego. Y por otro, en la inspiración de los jugadores y su capacidad para improvisar», defendió el míster argentino citando al escritor José Luís Borges.

Carabén aguantó cuatro años de dedicación exclusiva a la música. Después «vinieron la crisis y los baches» y tuvo que empezar a diversificarse. No le fue mal, puesto que Mishima ha publicado desde entonces cuatro discos, convirtiéndose en una de las bandas de referencia del pop cantado en catalán. Hasta fichó por Warner, donde fueron el quinto grupo que más discos vendió en España con su anterior elepé: « L'ànsia que cura ». «Y eso que noto que el idioma es una barrera. En Barcelona podemos meter tranquilamente unas 1.500 o 2.000 personas. Hace poco llenamos Razzmatazz, pero en Murcia hace dos años eran 15 o 20. Ahí no salen las cuentas. Y en Madrid llegamos a las 200 o 300 personas. Con esas cifras, un mal día puede llevar todo al traste. Es triste, pero es así con el catalán, porque no sucede con otros idiomas. Recuerdo hace muchos años que les preguntaron a los responsables del Festival de Benicassim que por qué no programaban a más bandas catalanas. Su respuesta fue: “Es que no queremos traer a grupos que se autolimitan”. Y acto seguido programaron a Sigur Ros , una banda que no solo no canta en islandés, una lengua que tiene menos hablantes que el catalán, sino que encima canta en un idioma inventado por ellos. Una cierta manía a los grupos que cantán en catalán sí que existe», comenta el guitarrista.

Con un último trabajo —« Ara i res » (Warner, 2017)— Mishima ha realzado su espíritu pop mediante arreglos sencillos y estilizados y una producción cuidada: «Si miras el álbum anterior no verás muchos cambios, pero si lo comparas con los dos anteriores, sí. Yo veo que hay una depuración de las canciones. Ahora están más desnudas, hay más silencio. Nuestra evolución es lenta, pero siempre hay cambios porque nos criticamos mucho de disco a disco. El cambio más importante fue cuando cerramos la trilogía grabada con Paco Loco y nos fuimos a un estudio a Francia para grabar “L'ànsia que cura” y este último trabajo», analiza Carabén, que disfruta más hablando de sonido y canciones. Es ahí donde está la verdadera batalla: «La única manera de valorar la situación de tu banda son tus seguidores y el valor que estos le otorgan a tus canciones en sus vidas. Hace poco una chica me pidió que le escribiera a mano el título de uno de nuestros temas, “ Guspira, estel o caricía ”. Quería tatuárselo y... ¡coño, eso quiere decir que no son cualquier cosa! Que la gente se relaciona con tus canciones de una manera muy íntima y poderosa. Esa es la valoración definitiva».

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