Josele Santiago: «Las multinacionales han sido devoradas por su propia avaricia»

El líder de Los Enemigos, con los que actúa este viernes en Madrid, acaba de estrenar también su quinto disco en solitario: «Transilvania»

Josele Santiago debutó con Los Enemigos en 1985 ÁLEX RADEMAKERS
Israel Viana

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«Cuando empecé con Los Enemigos a mediados de los 80, mi concepto de futuro era como de media hora», comenta entre risas Josele Santiago . Pero así, a la chita callando, este rockero madrileño del barrio de Puerta del Ángel supera ya las tres décadas de carrera en las que ha pasado por encima —o más bien por debajo— de todas las tendencias musicales que han arrasado España desde entonces: «Hemos visto pasar de todo, desde los últimos coletazos de la Movida madrileña hasta el indie», apunta tranquilo el cerebro detrás de « La vida mata » (1990), « La cuenta atrás » (1991) o « Las golondrinas etcétera » (2004).

En total, Santiago ha sumado con Los Enemigos nueve discos de estudio, dos en directo, dos bandas sonoras, dos recopilatorios y varios epes. A estos hay que sumar otros cinco álbumes en solitario. El último, « Transilvania » (Altafonte, 2017), es un trabajo «puñetero» para el que llamó al omnipresente Raül Fernández «Refree» (Silvia Pérez Cruz, Rosalía, Kiko Veneno). El productor catalán y él gestaron algunas de las canciones más bonitas de su carrera como solista. Un disco «cabreao», con joyas como « Un guardia civi l», « Magia negra » o « Ángel », que este rockero con alma de cantautor ha vestido por primera vez en su carrera con sintetizadores, melotrones y banjos, para cantarle a este mundo convulso y siniestro en el que vivimos. «No tengo motivos para hacer un disco alegre. Yo, como mucha gente, no comulgo ni con unos ni con otros. Lo veo todo muy mal y así es como me salen las canciones. Yo diría que es hasta apocalíptico», asegura a ABC en la sede de Altafonte, el sello al que ha recurrido ahora, tras seis años sin publicar bajo su propio nombre y con la reunión de Los Enemigos de por medio (« Vida inteligente », 2014). «Para este disco, ni se me ha pasado por la cabeza volver a una multinacional. La mayoría de ellas quieren ahora su cacho de las giras, del management… de todo», advierte con la calma que le otorga la veteranía.

Y es que, en estas más de tres décadas de carrera, Santiago las ha visto de todos los colores. Hace seis años incluso tuvo que abandonar la música para ponerse a trabajar, durante casi un año, de auxiliar de veterinaria. Y echó manos después de los conciertos acústicos en solitario: «Los empecé a hacer por necesidad económica, claro que sí, pero ahora mismo los echaría de menos si no los tuviera. Es un formato que me encanta. A día de hoy, entre el regreso de Los Enemigos y mis propios discos, estoy mejor económicamente que hace cinco años… por suerte».

—¿El regreso de Los Enemigos también tuvo que ver con el dinero?

—Por supuesto. Nos juntamos porque nos ofrecieron un pastón por tocar en Logroño , no porque nos quisiéramos mucho. Y luego seguimos, eso sí, porque nos fue bien tanto en lo artístico como en lo profesional. Nunca hemos visto motivos para volver a dejarlo.

—En 2001 también dijo que no existían «motivos concretos» para dejarlo...

—Allí tuve una contrapartida anímica: el sentimiento de pérdida lo compensé con la ilusión de comenzar mi carrera en solitario. Yo era el único de la banda que no tenía un proyecto paralelo, ya que era el que componía. Todas mis canciones iban para Los Enemigos. No fue muy traumático en ese sentido.

—El regreso de Los Enemigos provocó que apartara un poco su carrera en solitario.

—Volver diez años después me produjo cierta perplejidad, pues me pillaba trabajando en mi quinto disco, que ya tenía muy avanzado. Esa reunión puntual y nostálgica se fue convirtiendo en una etapa más, porque nos siguieron llamando para tocar y acabamos comportándonos de nuevo como una banda viva. Por eso nos planteamos grabar y, por eso, algunas de la canciones de aquel trabajo mío acabaron en «Vida inteligente».

—¿Cuándo pudo vivir exclusivamente de la música?

—Desde «La cuenta atrás», en 1991. Antes tuve que compaginarlo con el trabajo de transportista o poniendo copas y discos en bares, entre otros muchos curros. Fue algo gradual hasta que empecé a cobrar derechos de autores y cachés por los conciertos, porque antes no cobraba más que las cañas. Fue una cuestión de cabezonería posterior, porque salir a la carretera con veinte años era un placer. Me daba igual cobrar o no.

—¿Nunca tuvo un plan b?

—Sí, muchas veces, claro. Y he tenido que recurrir a ellos.

—¿Y pensó en dejar la música alguna vez?

—Sólo una, después de grabar « Lecciones de vértigo », en 2011. Hubo una sequía de bolos y me puse a trabajar de auxiliar de veterinaria, pues tengo el título. Pero no llegué al año. Mi recurso para salir de aquello fueron los conciertos acústicos. Tuve que reaprender el oficio, porque es muy distinto. Las dinámicas de tocar con una banda a hacerlo yo solo con la guitarra no tienen nada que ver. Al principio sufrí un poco.

—¿Recuerda sentirse de alguna manera especial el primer día que llegó a su trabajo de auxiliar de veterinaria, después de tantos años en la música?

—No sentí nada, me puse la bata y a currar. Es un trabajo divertido.

—Grabaciones Accidentales, RCA Records (propiedad de Sony), Virgin, Altafonte y hasta se ha autoproducido. Ha vivido todas las opciones de la industria. ¿En cuál se ha sentido más cómodo?

—Por un lado es lo mismo, pues nunca he sentido presiones de ningún tipo, si exceptuamos alguna tontería que no viene al caso al principio. Por otro, en las multinacionales que estuve con Los Enemigos siempre me he sentido el último mono. Por ejemplo, en lo que respecta a distribución. Vas a tocar a Oviedo y resulta que no hay discos. Ese tipo de cosas no las digería bien. Y por último, la autogestión, que te quita mucho tiempo. Los cierto es que, actualmente, las multinacionales casi no cuentan. Por eso ni me planteé publicar «Transilvania» en una de ellas. Ha quedado claro que jugamos en ligas distintas.

—Y, además, la venta de discos ya no da dinero...

—Exacto. A estas altura, por ahí ya no paso. Son muchos años ya, coño. Las multinacionales están donde están porque les ha podido la avaricia, debido a su mala gestión. Han querido abarcar demasiado. No pueden echarle la culpa a la crisis ni a nada, han sido ellas solas. Han sido devoradas por su propia avaricia.

—La salida de las bandas ahora son los directos, pero tampoco es fácil encontrar salas en las que tocar en condiciones buenas. Muchos músicos se quejan de eso...

—Naturalmente, es que es muy complicado. Así está el patio, y no sólo para los chavales que empiezan, también me pasa a mí. Tratándose de música popular, la contradicción es muy grande. Asumimos que las instituciones pongan barreras, pero que las pongan la iniciativa privada… no sé. Yo les digo a las salas: «Oye, quédate con la barra y yo me quedo con la taquilla, como se ha hecho toda la vida, coño». Pero no.

—Pues algunas entradas de los Rolling Stones en Barcelona [27 Septiembre de 2017, Estadio Olímpico] estaban en taquilla por encima de los 300 euros. Y las más baratas, 86.

—¿300? ¡Qué dices! No, por Dios, qué les den por culo. Me encantaría verlos, pero no pago yo más de 50 euros. Son los putos Stones , pero… ¡cuidado, hay una ética! Este negocio se ha convertido en un espectáculo para las élites. Son precios que la gente normal no puede permitirse. Es una barbaridad, estamos hablando de música popular.

—¿Cuál es el precio más alto que se ha pagado por uno de sus conciertos?

—No sé, pero no creo que haya ido más allá de los 20 euros.

—¿Se ha peleado alguna vez con algún promotor por intentar poner sus entradas a un precio que usted considerara demasiado alto?

—Sí, hace bastante tiempo. Este fue un tema que incluso hablamos entre los cuatro miembros de Los Enemigos. Y llegamos a la conclusión de que más de 15 o 20 euros, no. Aunque también cuesta mucho dinero sacar esto adelante. Hay salas que, incluso, te cobran por actuar. Esto ya es el colmo. Vamos a llegar a un punto en el que los únicos grupos que se puedan permitir tocar serán los que pertenezcan a las clases más altas. Un grupo de chavales de clase media o baja no puede dar a conocer su música, porque tiene que pagar por actuar. Es de locos.

—¿Todo ese pesimismo se refleja en «Transilvania»?

—En una entrevista que le hicieron hace dos meses, El Cabrero decía una frase que me encantaba con respecto a los otros cantaores: «El que vea el mundo perfecto, que siga cantándole a los farolillos de la Feria de Sevilla». No se puede expresar mejor lo que yo siento. Me identifico mucho con esa frase, porque yo soy de los que tampoco puedo cantar a según qué cosas. Yo hablaría más bien de cierto descreimiento, aunque es verdad que, a veces, mi mensaje suena apocalíptico. Con el cambio climático, la naturaleza está a punto de colapsar y hablamos de ella como en tercera persona, como si no formáramos parte de ella. Como sigamos así, nos vamos a tomar por culo, y eso sí que es un hecho contrastado, aunque se siga negando. Parece que lo que importa es hacer dinero rápido. No tengo motivos para hacer un discurso alegre.

—Pero echa mano del sarcasmo...

—Intento meter una chispa de humor. Estamos haciendo canciones, no panfletos. Y mi discurso nunca ha sido para tirar cohetes. Hombre, cuando Los Enemigos empezaron en los 80, sí que fuimos una especie de revulsivo en clave de humor, incluso surrealista, dentro de una escena rockera muy purista como la de Malasaña en la cual no encajábamos. La historia de toda mi carrera artística ha sido siempre la de no encajar y, sin embargo, el tiempo ha transcurrido a mi favor. El repertorio de Los Enemigos sigue vigente hoy en día, tal y como le ocurre a 091 , que siguen llegando a mucha gente después de haberse reunido. Es porque no estamos ligados a ningún movimiento estético o artístico concreto, ni a ninguna tribu urbana. Son canciones que puede sentir una chaval de 20, 30, 40 o 50 años. Son canciones dirigidas a los sentimientos, no a movimientos sociales.

—¿Pero no se ha sentido integrado en ningún movimiento musical desde mediados de los 80?

—No. De hecho, cuando los festivales eran monotemáticos, no encajábamos en ninguno. No había manera. Siempre éramos el bicho raro. Demasiado rockeros para los del pop y demasiado poperos para los rockeros. Pero mira, con el tiempo y mucha cabezonería, nos hemos podido reunir los cuatro miembros originales, porque muchos grupos siguen y sólo queda uno o dos. Para mí lo importante es que a la gente le sigan llegando canciones que escribí hace 20 o 25 años.

—Su asociación con el productor Raül Refree para «Transilvania» ha sorprendido a algunos.

—Está pasando lo mismo que con mi primer disco en solitario, donde a todo el mundo le sorprendió mi asociación con Nacho Mastretta. En principio son universos bastante alejados, pero siempre está bien ampliar horizontes. Raül, de hecho, hace cosas con Rosalía y Rocío Márquez , pero también produce a Lee Ranaldo , de Sonic Youth. Nos conocimos hace más de diez años, porque me llamó para tocar en la fiesta del 20 aniversario de la revista «Rockdelux». Él fue director musical. Desde entonces hablamos de hacer algo juntos, porque nos entendimos muy bien en el escenario. Y ahora que somos casi vecinos, estaba claro.

—¿También escucha usted tanta música como ellos?

—Raül y Nacho son bastante más eclécticos que yo, pero no existen en mí esas militancias que puedan parecer desde fuera. No sé si será sorprendente para mis seguidores, pero lo cierto es que escucho más jazz que rock. También escucho música clásica y, hace una temporada, tuve a mi señora medio loca con el kraut, con grupos como Neu! o Can . Y creo que se nota un poquito en el disco.

—¿En donde?

—En el uso de los sintetizadores, por ejemplo, un instrumento con el que yo nunca había contado y con el que me apetecía mucho jugar. Y como Raül controla bastante, era el momento perfecto.

—¿Qué ha aportado él que no hubiera en sus otros discos?

—En mis tres primeros discos en solitario estaba obsesionado enfermizamente con el sonido natural, en riguroso directo. Ahora me apetecía jugar con el estudio, añadir «overdubbing», trabajar la voz al final... Raül tiene el estudio en su casa, que está a 20 minutos escasos de la mía, así que hemos tenido mucho tiempo para trabajar. Ha sido muy generoso y hemos podido probar muchas cosas. Y eso que a mí, hasta hace muy poco, nunca me ha hecho mucha gracia grabar, prefería hacer los discos en directo, incluida la voz.

—Estando en Cataluña desde hace ocho o nueve años, ¿había vivido un momento de tensión como este?

—No, ni mucho menos. Esto está tomando tintes muy serios.

—¿Cómo se vive en Barcelona?

—Es muy complicado hablar de esto. Hay preocupación, tristeza y rabia, porque se podía haber evitado sentándose a hablar. Tiene un punto de testosterona, de patio de colegio, de cabezonería que me da mucha rabia.

—¿Nunca se imaginó que la situación llegara a este punto?

—Sí me lo imaginaba, se veía venir. Cuando no te escuchan, lo que haces es gritar. Lo que tampoco puedes hacer es gritar en nombre de todo el pueblo de Cataluña cuando, en realidad, sólo representas a la mitad. Peor que lo ha hecho el Gobierno del PP no se podía, pero tampoco veo el «proces» legitimado, porque no representa a todos los catalanes ni muchísimo menos.

—Serrat (de quien hizo usted la versión de «Señora») no ha tenido ni el más mínimo problema en pronunciarse sobre Cataluña.

—Me identifico absolutamente con lo que dijo Serrat , palabra por palabra. Y llevo ya mucho tiempo en Cataluña, así que también me siento legitimado para opinar, como cualquier español, por otro lado.

—¿Nunca ha tenido problema en manifestarte libremente? A otros personajes de la cultura les ha costado caro.

—Yo creo que para mí es más fácil posicionarme que para Serrat, porque a mí me insultan cuatro, pero a él le han inflado a saco. Lo que no se puede perder es el respeto y lo que no podemos hacer es callarnos por miedo. Esto es básico. Y si alguien no lo respeta es problema suyo, porque yo sí respeto a un independentista.

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