Édith Piaf, en una imagen publicada por «Paris Match»
Édith Piaf, en una imagen publicada por «Paris Match» - ABC

Cien años de Édith Piaf: nada que lamentar ni que olvidar

Hoy, 19 de diciembre, hace un siglo que nació la cantante que mejor ha expresado el espíritu de París, una ciudad tan eterna como su voz

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Édith Piaf sí que es París. Y no todos esos borregos. Hoy habría cumplido cien años. Es mucho suponer, bastante con que cumplió 47, como Judy Garland (a 44 llegó Billie Holiday). Mujeres menudas y artistas enormes. Mujeres poco comunes con el aspecto de cualquiera. De vidas atribuladas y hábitos poco saludables. Édith Giovanna Gassion nació en París el 19 de diciembre de 1915 y murió en Placassier el 10 de octubre de 1963 de un cáncer hepático (o quizá el 11, como Cocteau). Su padre era saltimbanqui y su madre cantante callejera, prostituta ocasional y borracha habitual. El padre la mandó con su abuela, que regentaba un burdel. En «Mi vida», su autobiografía, escribió: «Esa educación no me hizo muy sentimental… Pensaba que cuando un muchacho elegía a una muchacha, esta no debía rechazarlo.

Creía que las mujeres debían comportarse de esa manera».

A los catorce años empezó a actuar en los cabarés de Pigalle. El boxeador Marcel Cerdan, casado, fue el amor de su vida

A los 14 empezó a actuar en los cabarés de Pigalle. Tuvo una hija con un chico de reparto, pero murió a los dos años de meningitis. Los fantasmas de la madre que la abandona y la hija que pierde la acompañarán toda la vida. Al empresario Louis Leplée lo conoció a los 20. Gracias a él grabó su primer disco, «Les mômes de la cloche». Pero Leplée fue asesinado y tuvo que volar y beber sola. El amor de su vida fue el boxeador casado Marcel Cerdan. «Te amo irracionalmente, anormalmente, locamente, y no hay nada que pueda hacer». O «Te amaría de cualquier manera, aunque fueses un asesino», le decía en sus cartas. Luego llegarían Eddie Constantine, Yves Montand, Jacques Pills (marido), Paul Meurisse, George Moustaki, Louis Gérardin y, finalmente, Theo Sarapo, otro marido (ese nombre se lo puso ella, en griego significa Te amo).

Mujer de carácter

Era una hombreriega. «Es imposible para mí cantar si no estoy enamorada». Las conquistas le hacían sentirse menos insegura. Hay quien sostiene que con las mujeres era diabólica. Pero protegió a Suzanne Flon y Annie Girardot. Y era amiga de Marlene Dietrich. Una vez llamó a «France Dimanche»: «Mándenme un fotógrafo, he cambiado de amante». Le mandaron a Huges Vassal, que ya fue su fotógrafo de cámara (ay). Vassal ha recordado algunos de los arrebatos de la estrella. Una mañana, Piaf llamó a su acordeonista: «Eres feo. A partir de ahora vas a tocar detrás de la cortina».

Roland Barthes habló de su «poesía directa», de que fue la portavoz de «los débiles, los oprimidos y los infelices». De que expresaba «la tristeza trágica del pueblo, el alma de un mundo sin corazón y el espíritu de un mundo sin esperanza». El vestido negro representaba a la gente humilde. Nunca se aburguesó. Se compró un palacete y dicen que se instaló en la portería.

Ambigüedad

En el París ocupado cantaba «Mon legionnaire», que dedicaba a la resistencia. Es verdad que mantuvo cierta ambigüedad bajo los nazis y que hasta participó en uno de esos viajes de propaganda a los campos nazis. Pero también escondió a amigos judíos y fue absuelta por el comité de purga política que examinaba el colaboracionismo. En 1954, Sacha Guitry la redimió dándole el papel protagonista de «Versailles m’etait conté» (1954). Tras la guerra, se convirtió en una estrella, en la cantante de intelectuales y artistas. Raymond Asso, también letrista, le enseñó a cantar. Triunfó en el extranjero. En España nunca actuó. Piaf cantó al amor cuando nadie creía en el amor y eso es más revolucionario que mayo del 68.

Su vida de hombres, depresiones, tranquilizantes, drogas, alcohol y morfina fue también la de sus canciones

Su vida de hombres, depresiones, tranquilizantes, drogas, alcohol y morfina (tras el accidente de tráfico) era también la de «La vie en rose», «Milord», «Padam, Padam», «Les trois cloches», «L’Accordeoniste» (de cara fea o no), el Olympia de París y «Non, je ne regrette rien», que Charles Dumont y Michel Vaucaire habían escrito para ella.

Creía en Dios y rezaba antes de salir al escenario. El 14 de octubre de 1963 miles de admiradores la acompañaban a Père Lachaise. El arzobispo de París le negó el funeral religioso por amoral, pero el abate Leclerc, sacerdote de la gente del espectáculo, le dio la bendición cuando el ataúd era depositado en la tumba. Allí estaban Marlene Dietrich, Gilbert Bécaud o Charles Aznavour. Este había sido su secretario. Años antes, la Piaf se empeñó en que se operara la nariz.

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