Novela

Félix Machuca: «Adriano midió mejor que Trajano el signo de los tiempos que le tocó reinar»

El escritor y colaborador de ABC continúa su trilogía sobre los emperadores béticos con «Las caravanas de Hadriano»

Félix Machuca con un ejemplar de su última novela Manuel Gómez

Jesús Morillo

Aventuras y rigor histórico , personajes de ficción y tan reales como lo fue Adriano conviven en «Las caravanas de Hadriano» (Algaida) —los romanos escribían con «H» su nombre—, segunda entrega de la trilogía que dedica a los emperadores béticos el escritor y colaborador de ABC Félix Machuca.

En la novela regresan sus personajes como Cara Pescao, Scaeva y Valentiniano , que los lectores conocieron en la anterior «El sueño del búho» y que recorrerán los territorios imperiales, de Britania a Alejandría , pero también la esposa del emperador Vibia Sabina , que le sirve a Machuca parra ilustrar el lado oscuro del emperador.

Para empezar, el momento político de esta novela ha cambiado respecto de la primera. ¿Adriano se dio cuenta de que hay que poner límites al imperio para que sobreviva?

Cuando accede al poder, Adriano, emprende una serie de viajes acompañado de la emperatriz por todas las fronteras imperiales testando la situación real de lo que le tocaba gobernar. Toma decisiones avaladas por esa «toma de temperatura». Y decide hacer todo lo contrario que Trajano, su padre adoptivo: en vez de expandirse más, retranquea las fronteras. El dinero empezaba a escasear.

El eje del comercio se traslada a Oriente. ¿Alejandría se convierte entonces en lo más parecido que había en el mundo clásico a Nueva York?

El traslado de ese eje es consecuencia del agotamiento del mineral noble de las minas de Hispania, entre otras. Y la visión política de Adriano es entender que los ingresos más atractivos y sólidos para las arcas imperiales proceden del negocio incesante con los territorios orientales: la India y China. Lo que entraba en Roma a través de las aduanas orientales producto de ese comercio suponía los dos tercios de su presupuesto anual. Era evidente que el mundo se sintiera arrastrado por la tremenda corriente comercial oriental. Tengo mis dudas sobre si Alejandría fue la Nueva York del alto imperio o se pareció más, en el orden de términos del que hablamos, a Hong Kong.

«Lo que entraba en Roma por las aduanas orientales suponía dos tercios de su presupuesto anual»

En su novela se aprecia que Oriente no es la solución para un imperio que vislumbra su decadencia, sino más bien el oro de África. ¿El oro de los nubios que no escapa del olfato emprendedor de Cara Pescao qué papel jugará en el futuro del imperio?

El oro nubio ya era explotado por Roma porque eran las minas naturales de Egipto. El olfato de Cara Pescao no huele oro en el Alto Egipto. Lo husmea entre los marineros gaditanos que, desde tiempos púnicos, eran unos habilidosos navegantes por las costas occidentales africanas y la fachada atlántica europea hasta llegar a Britania. No era el oro de los nubios lo que buscaba Cara Pescao, sino el del país de los negros, por el actual Senegal, que lo cambiaban por sal. Sin sal era imposible vivir en esos climas tan tórridos.

En esta novela se aprecia que en Roma se podía prosperar aunque se tuvieran orígenes humildes como los de un liberto. ¿Funcionaba el ascensor social en Roma?

Había libertos tan enriquecidos que Petronio, en el «Satiricón», nos avanza el perfil de uno de aquellos «nuevos ricos» hechos a sí mismos a base de trabajo, talento y pocos escrúpulos en los negocios. El primer título que Scott Fitzgerald baraja para su «Gran Gatsby» es el de «Trimalción en West Egg». Trimalción, lo aclaro, es el personaje central de la novela de Petronio. El ascensor social funcionaba en Roma. Y se salía del hambre y la necesidad habitual bien en el ejército, bien en el comercio, trabajando para un potente patrón.

¿Qué es lo que más distingue Adriano de su predecesor?

Siendo ambos militares, quizás Adriano tuvo la prudencia de medir mejor el signo de los tiempos que le tocó reinar. Amaba la paz. Pero su enfrentamiento con los judíos, a los que expulsa de Judea y les destruye su corazón nacional y religioso, Jerusalén, vino obligado por una razón de Estado: el culto al emperador. Este culto cohesionaba un mundo de sesenta millones de personas de diferentes y retiradas zonas geográficas, con costumbres propias y lenguas maternas. Los judíos se negaron siempre a reconocer en el emperador a un dios. Y eso era un ataque al corazón del Estado. A los romanos no les importaba que Dios reinara en los cielos. Les importaba y mucho que el único rey en la tierra fuera su emperador.

«El culto al emperador cohesionaba un mundo de 60 millones de personas»

Como contrapunto ha dado voz principal a la emperatriz Vibia Sabina. ¿Quería mostrar también las sombras de su reinado?

Es una mujer apasionante. Procedía de una familia aristócrata, posiblemente hispana, que había comido «jamón del bueno» durante varias generaciones. Las mujeres del clan de Trajano la casaron con Adriano cuando apenas si pasaba de los doce años. Su matrimonio fue un auténtico infierno. Adriano jamás respetó la llamada «pietas» matrimonial, que te obliga al respeto y a la colaboración. Adriano pronto se entregó a desprestigiarla públicamente con sus aventuras de alcoba efébicas que eran la comidilla de la corte. Ella se negó a darle descendencia. Y dicen algunos historiadores que, al menos, abortó en un par de ocasiones. Se le imputa una frase que dice que jamás le engendraría un ser a un hombre de naturaleza tan cruel como Adriano. Se dice que fue asesinada por orden del emperador. Ella y su valentía merecen, al menos, una novela tan grande como la que Yourcenar le dedicó a su esposo, olvidando conscientemente a tan gran señora.

¿Para cuándo la conclusión de la trilogía?, ¿qué puede adelantar?

Esa novela está terminada y entregada. Los tiempos de Algaida no los controlo yo. Están en manos de Miguel Ángel Matellanes y de los esfuerzos incontables de Charo Cuevas. A ambos les estoy eternamente agradecido. Tanto como al director de obra de esta trilogía, el catedrático Genaro Chic. Sin él, esta obra hubiera sido otra cosa, posiblemente con escaso rigor documental. ¿Que le adelante algo? Lo hago: estamos en el reinado de Marco Aurelio, el emperador filósofo, y Cara Pescao, ya anciano, aún tiene fuerzas para montar una expedición hispalense y gaditana al país de los negros. A cambiar sal por oro. Un negocio redondo… pero repleto de peligros y amenazas desconocidos para los romanos de la época.

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