Ida Vitale, Bob Dylan y el desnudo integral de una biblioteca

La escritora mexicana Bárbara Jacobs, viuda de Augusto Monterroso, selecciona sus lecturas esenciales en «La buena compañía»

Bárbara Jacobs, fotografiada en Barcelona Inés Baucells

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Cuando tenía doce años, Bárbara Jacobs (Ciudad de México, 1947) empezó a sentir una necesidad casi compulsiva de «registrar todo lo que podía» y comenzó a armar a una colección de diarios que, a razón de un cuaderno por año, descansa hoy bajo llave en un mueble que se está empezando a quedar pequeña. Es ahí, por ejemplo, donde la mexicana, autora de títulos como «Las horas muertas», relata su encuentro con Bob Dylan en una sombrerería de Barcelona o pasa revista a todas y cada una de las personalidades literarias y políticas a las que conoció a partir de los setenta.

«Si mis diarios tienen algún interés público o literario se debe a que yo he vivido con gente extraordinaria y he conocido a gente igualmente extraordinaria», apunta la viuda del escritor guatemalteco Augusto Monterroso. «Mi primer esposo conocía a medio mundo. Yo siempre estaba con él y más bien callada, tomando notas. Me vino muy bien, porque yo ya llevaba bastantes años de diarista», recuerda.

No está aquí Jacobs, sin embargo, para hablar de unos diarios que no sabe si llegarán a publicarse algún día, sino para someter a examen su biblioteca y trazar el mapa de su propia cartografía literaria en «La buena compañía» ( Navona), libro a caballo entre el ensayo y la guía de lectura con el que, explica, «ofrece una idea iluminadora de lo que ha sido la literatura más formativa» de su hemisferio y de su tiempo. Un ejercicio que empezó a cobrar forma hace casi veinte años, cuando una amiga le pidió que ideara una suerte de taller literario, y que desemboca ahora en el desnudo casi integral de su biblioteca. «¿Autobiografía literaria? Claro que sí. Refleja mi mundo, mis gustos. Además me gusta que sea esto lo que me represente», señala.

Así que, a falta de diarios, Jacobs selecciona lecturas para elaborar un itinerario literario, un canon alternativo formado por una treintena larga de géneros y unos 150 títulos, por el que desfilan desde Ida Vitale a Simon Winchester pasando por Borges, Virginia Woolf, Mark Twain, Gertrude Stein, Kafka, Hergé, Mercé Rodoreda y, claro, Monterroso. «Yo quería poner algo de él en cada género, pero al final me moderé. Salvo en poesía, que sí que escribió pero de la que se avergonzaba mucho, podría estar en cuento, en novela, en ensayo, en traducción... En todo», relata sobre una selección que se abre, cómo no, los versos de Pablo Neruda e Ida Vitale.

«La literatura empezó con la poesía», recuerda. También se cuela por aquí, para desespero de puristas, un Bob Dylan perfectamente flanqueado por un maldito de manual como E. E. Cummings. «Imagínate que Ida lee esto. Yo me muero. Pero es la realidad. No me entregué de verdad a la poesía hasta que empecé a oír a este enloquecido absoluto que se llama Bob Dylan. Dylan y Cummings me hicieron amar y entender toda la poesía clásica. Fueron como mis maestros retrospectivos», celebra.

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