Premio Cervantes

Ida Vitale: «El Cervantes es un premio a la ancianidad, pero no da la inmunidad»

Con 95 años, la poeta uruguaya es la quinta mujer que gana el considerado como el Nobel de la literatura en español

La poeta uruguaya Ida Vitale, fotografiada en su casa de Montevideo AFP/ Vídeo: EP

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A sus 95 años, recién cumplidos, por cierto, quién le iba a decir a Ida Vitale (Montevideo, 1923) que este 2018 iba a venir cargado de emociones, y premios. Si hace un par de meses celebrábamos juntas, con una conversación en estas páginas, la concesión del premio FIL de la Literatura en Lenguas Romances , ayer mismo la uruguaya descolgaba el teléfono de su nuevo apartamento en su ciudad natal –a finales de verano, se mudó, dejando media vida, entre amigos y libros, en Austin– emocionada, esta vez, por las noticias que llegaban de España: había ganado el Cervantes «por su lenguaje, uno de los más destacados y reconocidos de la poesía hodierna en español», y por ser «un referente fundamental para poetas de todas las generaciones y en todos los rincones del español». Es la quinta mujer en lograrlo, desde que el galardón se creara, allá por 1976, y rompe, por sexta vez, esa regla no escrita de la alternancia anual entre autores españoles e hispanoamericanos. Todos motivos para el alboroto, aunque ella prefiere verlo, y tomárselo, con perspectiva, esa que sólo te da la edad, y la sabiduría.

¿Cómo está?

Estoy enloquecida, porque en un rato tengo que salir para una cosa que ya estaba prevista en una ciudad de acá.

¿Recuerda que cuando estuvimos hablando me dijo que el Cervantes ni mentarlo, que era para prosistas?

Sí, me acuerdo… Bueno, sí, es que España anda muy alborotada.

¿Y usted, anda también alborotada?

Bueno, este premio fue más discreto, porque me llamaron como a las nueve y media. Recuerdo que antes hubo uno (en 2015 recibió el Reina Sofía de Poesía) que me llamaron como a las seis de la mañana. Realmente, sí, es increíble. Creo que es un premio a la ancianidad.

Es la quinta mujer que recibe el Cervantes en cuarenta y dos años…

Eso no dice nada bueno del premio Cervantes. Ha estado equivocado (ríe).

Que se lo hayan dado a usted, ya es un paso en la buena dirección…

Pero yo no me atrevo a representar a todas las españolas, y no españolas, que debieron haberlo recibido. Es complicado eso de tener que asumir la representación de todas las mujeres. Habrá más de una que esté pensando que le correspondía a ella, y yo pienso lo mismo, de pronto.

Además, ha roto la alternancia entre España y Latinoamérica: el año pasado lo ganó Sergio Ramírez, nicaragüense, y este año usted, uruguaya.

Ah, bueno, no quiero arrostrar las furias españolas, entonces (ríe). Por lo menos, además, le ha tocado a un poeta, más o menos poeta. Porque este más bien se supone que es un premio para la prosa, ¿no? Que tiene tantos y tan buenos representantes en este momento.

En este caso, es un reconocimiento a la poesía, que tanta falta nos hace.

Por lo visto. Lo agradezco mucho. Ya terminaré de poner en mi lista de agradecimientos a una larga lista de españoles que me van a llamar, ya sé. Por suerte, tengo muchos amigos en España todavía. Usted se enteró muy rápido, espero que los demás vayan más lentos. Lo gracioso es que yo me voy a ir de acá antes de las dos de la tarde, y van a creer que no quiero atender, pero voy a estar en un auto, viajando.

Entonces, me alegro doblemente de que haya cogido el teléfono. Piense que es considerado el Nobel de la literatura en español.

Sí, sí, todos lo dicen, por eso lo borré de todo pensamiento distraído que podía tener. La verdad es que esto es una locura… Nada, nada.

¿Cómo se recibe a los 95 años y con una trayectoria como la suya?

Bueno, no sé. Es que la trayectoria parece ser siempre algo externo. Yo la verdad es que nunca me sentí muy cercana de los premios. Bueno, en general, creo que los poetas no viven pensando en los premios. Quizás hay más costumbre para la novela, con todos mis respetos, que me parece muy importante. Yo soy una gran lectora, quizá más lectora de novela que de poesía.

¿Y cómo llegó la poesía a su vida?

La «poesía», más o menos entre comillas, llega de muchas maneras. Cantar es una de ellas. Y en eso, cuando yo era chica, no andábamos tan mal, porque teníamos un profesor de música recién llegado de Europa, supongo que de alguna guerra o en previsión de alguna otra. Cantábamos Schubert, Beethoven, pero con letras de algún poeta uruguayo más o menos adaptadas.

Hasta que dio con aquel poema de Gabriela Mistral…

Sí, uno está acostumbrado a oír las cosas de una manera determinada, y cuando llega la distinta, pues llama la atención.

Fue, también, una gran profesora… Con lo importante que es la educación en la actual sociedad, ¿verdad?

Bueno, sí, claro, el pobre papel que nos queda, eh. Hace un tiempo vi, con gran escándalo, que en España, en un lugar concreto, los maestros eran atacados por padres, que no estaban de acuerdo con el trato a los hijos o que no les gustaban las notas. Eso es una cosa horrible, atacar a un maestro que enseñe bien y que se dedique a los alumnos… Cuando yo iba a la escuela, era inconcebible. El maestro y el padre estaban aliados a favor del niño. ¿Qué pasa ahora? Los niños se han insubordinado, y ya ni los padres les manejan, el espíritu de colaboración se ha disuelto.

¿Se sigue considerando maestra?

Sí, sí, claro, siempre es mejor eso que considerarme simplemente cocinera de mi casa (ríe). Es que es un gremio al que le debo mucho.

También desempeñó un gran papel en el periodismo cultural de su país.

La verdad sea dicha: una de las cosas que hay que reivindicar en Uruguay es que la mujer hace mucho que tiene un papel importante en la vida ciudadana.

Su memoria es prodigiosa, se acuerda de cosas como si hubieran sido ayer.

Bueno, generalmente uno se acuerda de las cosas que pasaron hace mucho con más claridad que de dónde dejó los lentes o las llaves hace un minuto. Eso es normal. Donde la memoria incluye muchos nombres propios, verá que mi memoria no es tan impecable. Me desespero por recordar el nombre de un autor o de un músico, lo que sea, y me falla. Eso está estudiado: la catástrofe empieza por los nombres propios. Pero pasa, pasa, todo tiene que pasar, ¿no?

¿Recuerda con qué libro llegó su abuelo a Montevideo desde Italia?

Sí, sí (ríe). Se hablaba de un velero, que tardó tres meses en llegar, porque con viento en contra retrocedía. Viajó con un libro sólo: la «Ilíada», en griego y en latín. Fue lo primero que me encontré en el sótano, que era una parte de la casa muy importante para mí. Me encantaba ese sótano, que tenía una ventanilla al nivel del jardín. Era bonito. Era un sótano bastante agradable y ponían cosas en desuso, una maquinita de moler café, por ejemplo. Era una fuente de tesoros…

Como un rincón prohibido…

No era prohibido, nunca sentí que me vigilaran. Me vigilaban mucho más en la azotea, donde estaba el cuarto de la empleada; ahí no se cumplían las leyes, yo estaba en contacto con el tango, esa vulgaridad (ríe). Descubrí el lenguaje de esa música, que me llamó mucho la atención: «Me amuraste en lo mejor de mi vida». ¿Qué será «amurar»? Debe tener que ver con colgarse de la pared (ríe).

¿Ya ha logrado asentarse, más o menos, en Montevideo?

Todavía tengo un cuarto patas para arriba, lleno de cajas y de libros. La vida está complicada y esto me lo va a complicar un poquito más todavía.

Pero va a venir a España a recoger el premio, ¿verdad?

Sí, sí, se supone, si estoy viva… Nunca se sabe lo que va a pasar mañana.

Pues claro que lo estará.

Bueno, no, el premio no da la inmunidad (ríe).

Pero da fuerzas para seguir viviendo, y para seguir escribiendo.

Sí, en eso estoy, en el no hacerlo. Ahora tengo ganas de echar la capa en el suelo y quedarme dormida, que dicen ustedes. Nunca me imaginé que los 95 me iban a llegar tan cargados.

Piense que, además, un premio siempre ayuda a llegar a más lectores.

Ah, bueno, sí, a los lectores sí. Pero no creo que facilite mucho la tarea del que tiene que terminar el libro.

Para terminar, no quiero colgar sin preguntarle por la importancia que tiene el premio Cervantes para el español, esa lengua que tanto nos une.

Sí, supongo que eso es lo primero que uno tiene que pensar, que lo que viene ganando es la lengua, y la poesía.

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