Eduardo Mendoza, fotografiado en Londres
Eduardo Mendoza, fotografiado en Londres - AFP

Premio Cervantes 2016Alabanza de Eduardo Mendoza

«La verdad sobre el caso Savolta» sigue siendo la mejor publicada por un autor español en el último medio siglo

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Corría el año 1975, y sobre España aún pesaba una losa gris que sofocaba la risa y la libertad. Justo entonces, un joven barcelonés publicó un libro imposible. Quien esto escribe era aún muy niño para leerlo, pero no tanto como para no recordar la grisura y la losa, y para no poder apreciar, años después, lo excepcional de aquella escritura y aquella mirada; la hondura, la ironía y la piedad con que su autor narraba en un país que no se distinguía entonces por ser piadoso, irónico u hondo.

Aquella novela se tituló «La verdad sobre el caso Savolta» y en mi humilde parecer, cuarenta años después, sigue siendo la mejor publicada por un autor español en el último medio siglo.

A través de sus páginas, Eduardo Mendoza reconstruía ante el lector una encrucijada histórica, la de la Barcelona de principios del siglo XX, que ilustra de manera certera las luces y las sombras de las que los barceloneses y todos los españoles somos herederos.

El conflicto entre la modernidad y la tradición, entre la codicia y la justicia, entre el poder y la libertad. Lo hacía rehuyendo los estereotipos y las fáciles interpretaciones para uso y contento de unos y otros, restituyendo aquel momento y aquel conflicto en su complejidad y su contradicción, sin subirse al carro de quienes convierten la Historia en justificación conveniente y retrospectiva de sus desmanes, miserias o insuficiencias. Pero por encima de todo, en aquel libro, sin eludir nunca la dificultad de su asunto, había literatura, invención en estado puro; y había eso que tanto faltaba entonces, eso que nace de la inteligencia y de la conciencia de las tragedias humanas, y que se convierte en su más elevado y eficaz paliativo: humor.

A lo largo de los años, Eduardo Mendoza ha seguido desplegando su talento literario, con novelas y relatos de variada temática y diverso cariz, sin que en ninguno faltara jamás esa vocación de profundidad y esa pulcritud de estilo, por un lado; y por otro, la voluntad de deleitar a quien lee con el argumento infalible de la imaginación, la amenidad y la sonrisa pertinente. En una de esas novelas, «La ciudad de los prodigios», hizo de su ciudad, Barcelona, un relato que la abrazaba en toda su belleza y toda su fealdad, como abrazan quienes de veras quieren y saben. Quizá una ciudad no exista del todo hasta que alguien la convierte en criatura literaria, en sostén de esas imágenes nacidas del espíritu de un genuino artista en las que, según aseguraba Walter Benjamin, se contienen las pocas trazas de la verdad que a los seres humanos nos es dado aprehender. Mendoza ha sabido ser ese artista. Su ciudad y sus lectores lo saben.

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