Juan Eduardo Cirlot
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«Nebiros», la novela maldita de Juan Eduardo Cirlot

La editorial Siruela conmemora el centenario del escritor con la publicación de esta obra, condenada por la censura

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Barcelona, 1950. Juan Eduardo Cirlot viste con elegancia: el abrigo cruzado de lana rayada cubre una americana de tonos claros con chaleco, camisa y corbata. Cabello engominado y peinado hacia atrás, rostro atractivo aunque el entrecejo fruncido revele cierta tristeza… El poeta y crítico va a dar a la imprenta «Nebiros», su primera novela. A sus 34 años, Cirlot no cuadra en el garcilasismo autárquico. Surrealista y simbolista, ha publicado media docena de poemarios, el último «Lilith», de 1949. En «Nebiros», un hombre ojea puestos de libros de viejo y bares de putas en una ciudad portuaria sin nombre que puede ser Barcelona. Un libro de magia, «Los secretos del infierno», enumera las jerarquías del submundo: Luzbel, Satanachia, Nebiros… «Cada demonio reinaba sobre un pecado capital, pero de Nebiros se decía que sus dominios consistían en un pecado que alude la Biblia, que no se puede nombrar o, mejor dicho, del cual se ignora la esencia».

Atenazado por la rígida familiar, entre el erotismo y su epílogo de culpa, el narrador identifica con Nebiros su tedium vitae: desde los barrios burgueses a los infiernos del Barrio Chino. El paseo nocturno por los laberintos del deseo culmina en un bar de putas, Nebiros con una oscura obrera del sexo. Se llama Lilith como una mujer de «Magia sexual», libro de viejo que hojeó la víspera: «Hacía tiempo que sabía de la existencia de aquel ser, el cual podría aparecerse por medio de las personas más diversas, pero siempre como compensación a la pérdida de la primera mujer, Eva, que había sido asignada por Dios al primer hombre».

Cirlot confió «Nebiros» a José Janés, el más cosmopolita de los editores barceloneses, con una dedicatoria a Juan A. Gaya Nuño, director de las Galerías Layetanas; su compañero de Dau al Set, Antoni Tàpies, había expuesto allí en 1949: el catálogo llevaba textos de Cirlot.

El 28 de febrero de 1951 –año de la huelga de tranvías– Janés solicita la autorización a la Dirección General de Propaganda. Serán 2.350 ejemplares al precio de 50 pesetas.Un mes después, el 26 de marzo de 1951, un kafkiano lector 20 dicta sentencia: «Libro fatalista, saturado de contradicciones y pesimismo, cuyo protagonista –un imaginativo sexual, tímido y sin fe–, después de un largo paseo por los prostíbulos de su ciudad, en el que se le ocurren los más paradójicos y peregrinos comentarios, llega a la escéptica conclusión que toda ansia de superación y mejora espiritual es inútil….».

Desmoralización

La desmoralización de un país agotado por el aislamiento político y el racionamiento irritan a los censores tanto como las escenas sexuales. Además de pusilánime, prosigue el censor, el libro es peligroso por «la turbia sexualidad servida en descripciones pornográficas». De nada servirán las alegaciones del editor: Janés subraya «la calidad lírica e intelectual de la obra», su autenticidad y la adhesión de Cirlot «al régimen nacional»; César González Ruano envía una carta a Juan Beneyto para que interceda… «Nebiros» es revisada, pero el dictamen reafirma el laconismo de la prohibición: «De una moralidad grosera y repugnante. No se debe autorizar».

«El deber más importante en mi vida es, para mí, el de simbolizar mi interioridad»

Desde aquel 7 de junio de 1951, «Nebiros» dormirá el olvido en un armario de la casa del autor, en Herzegovino, 33. Habían pasado más de diez años de de la muerte de su padre, acaecida en 1973, cuando Victoria Cirlot halló aquella novela inédita y tachada por la censura: «Nunca había oído hablar de ‘Nebiros’ y además no entendí al principio el significado de los subrayados en rojo». Su madre le aclaró que «el manuscrito había sido totalmente censurado y que su padre no había querido cambiar nada». Al enmarcar la novela en su época, «no resulta nada raro que su publicación no fuera autorizada. Más bien parece sorprendente que tanto el editor como el autor pensaran que podía publicarse», reconoce.

Referencias del relato

La medievalista exhuma las referencias del relato: «Los secretos del infierno», edición del Mago Bruno de 1522 cuyo título original es «Los secretos del Infierno o El emperador Lucifer y su ministro Lucífugo Rofocale». En la página 38 de esa obra aparece el nombre de Nebirus: «Suprimida la forma latinizada, quedó Nebiros, un nombre que tuvo que gustar al poeta por su cercanía a la palabra ‘niebla’, como se lee en el poema ‘Susan Lenox’, además de contener la N de nada, de nunca, de ni, eso es, por su carga de negatividad según el simbolismo fonético», explica.

En «Nebiros» late la poética cirlotiana: «Canto a la vida muerta» (1946), la citada «Susan Lenox» (1947), «El libro de Cartago» (entonces inédito), «Diariamente» y «Lilith» (1949). Victoria Cirlot se pregunta por qué su padre no destruyó aquella novela, como hizo con su archivo anterior a 1958. La historiadora nos remite al «Diccionario de símbolos»: «El deber más importante en mi vida es, para mí, el de simbolizar mi interioridad». Juan Eduardo Cirlot retorna en su centenario desde el neblinoso paisaje moral de posguerra.

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