Miles de personas han vuelto a echarse a las calles en Barcelona con motivo de Sant Jordi
Miles de personas han vuelto a echarse a las calles en Barcelona con motivo de Sant Jordi - INÉS BAUCELLS

El libro vuelve a colapsar las calles en un Sant Jordi pletórico

Colas kilométricas y una multitud en el centro de la ciudad para otra fiesta de récord

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Con lo fácil que sería dosificarse y entregarse al noble arte de comprar libros cualquiera de los 364 días restantes, evitándose así los codazos y pisotones, pero no. No hay manera. Llega Sant Jordi y, prietas las filas, toca salir a la calle. Y, si puede ser, todos a la vez. Como si no hubiese un mañana. Como si los fondos de las librerías se fuesen a transformar en calabazas al acabar el día. «Esto es tan excepcional que si alguien intentase inventarlo no sería posible», señalaba Màrius Serra con una camisa hawaiana tan despampanante y colorida que uno no podía evitar pensar que, una vez más, los meteorólogos se habían pasado de prudentes.

¿Lluvia? Ni rastro. Al menos hasta que, a media tarde, el cielo se oscureció y, ahora sí, el agua hizo acto de presencia.

Antes de eso, sin embargo, amaneció soleado y radiante y a media mañana ya no había quien diera dos pasos seguidos por el centro de Barcelona sin pisarle el juanete al vecino o acabar con un ejemplar de «La filla del capità Groc» de Víctor Amela o «Historia de un canalla» de Julia Navarro incrustado en las costillas. «Esto es el paradigma de una sociedad civilizada», celebraba Víctor del Árbol, otro de los best-sellers de la jornada mientras, unas cuantas cabezas más allá, Ibáñez se dejaba la muñeca en cada dedicatoria: firma, dibujo, un olé para el maestro de la ilustración y unas salvas de aplausos para su paciencia y dedicación con sus lectores.

Con uno al año es suficiente

El tiempo aún era un de los temas más comentados en el tradicional –y este año algo más desahogado– desayuno de escritores que organiza el Hotel Regina, pero la realidad acabó pronto con el debate: por mucho que insistan los hombres del tiempo, en Sant Jordi no puede llover. Nada de eso. La tradición exige que el clima acompañe al menos durante buena parte del día, y ahí estaba esa cámara que seguía los pasos de EduardoMendoza para realizar un documental sobre el autor de «Sin noticias de Gurb» para dar fe de que al binomio rosas y libros habría que añadir una tercera derivada: el sol.

Un sol que, en fin, invita a echarse a la calle en masa, masajea el ánimo de los libreros, que llegaron a la jornada después de que las ventas hubiesen crecido un 40% en las dos últimas semana, y acompaña a unos escritores convertidos en objeto de multitudinaria adoración. «Con esta intensidad, un día al año ya es suficiente», sopesaba Jesús Carrasco mientras el estadounidense Garth Risk Hallberg, de estreno con «Ciudad en llamas», se maravillaba de que la fiesta estuviese enfocada a los lectores y no a los escritores o los editores. «Esto en Estados Unido sería impensable», confesaba.

El sueco Jonas Jonasson venía prevenido –«lo he oído todo sobre Sant Jordi», aseguraba– pero poco podía imaginar que, de buenas a primeras, se encontraría firmando sin parar ejemplares de «El matón que soñaba con un lugar en el paraíso» mientras le colocaban un bebé entre las manos. Sin llegar a esos extremos, a Claudio Magris se le presentaban lectores con media docena de sus títulos para firmar o con tres ejemplares, tres, de «No ha lugar a proceder» para dedicar del tirón. Al italiano incluso le regalaron un «Un monde qui s’ecroule», de Prince Alexandre de Dohna, y un enigmático làpiz de memoria. «Esto es maravilloso», acertaba a decir il professore, a quien apenas se veía entre la marea humana que desfilaba por el paseo de Gracia.

La lluvia no apareció hasta media tarde y Barcelona bordeó el colapso

Y es que los libros, al menos en Sant Jordi, mueven montañas, ya sea para encumbrar a Víctor Amela como uno de los fenómenos de la narrativa en catalán –en las casetas incluso abroncaban a los periodistas que intentaban charlar haciéndole perder dos valiosos nanosegundos– o para confirmar que el oficio de escritor es cada vez más transversal y lo mismo incluye chefs, periodistas, economistas o presentadores de televisión que equilibristas de la palabra como Juan Marsé, el gran ausente y, sin embargo, doblemente presente gracias a «Esa puta tan distinguida» y a la reedición de «Últimas tardes con Teresa». Al autor barcelonés, es cierto, no se le vio firmando, pero sí que apareció en la comida que Penguin Random House celebra cada año con autores y periodistas y en la que, ahí sí, le tocó dedicar algún ejemplar de manera furtiva y posar en un par de fotos.

Será que, después de todo, no es tan fácil librarse de Sant Jordi. Que se lo pregunte sino al hermano del cineasta Juan Antonio Bayona, un gemelo idéntico que apareció en el desayuno junto al director de «Loimposible» y desapareció en cuanto le empezaron a confundir y a preguntarle por «Un monstruo viene a verme» o el la nueva entrega de Parque Jurásico. Tampoco es fácil escapar de esas listas de los más vendidos a las que todo el mundo quita hierro mientras las espera con gran expectación. Y todo para confirmar que, como se venía anunciando en los últimos días, en podio se lo repartieron ayer Paula Hawkins, Víctor Amela, Julia Navarro, Almudena Grandes, Màrius Serra e Ibàñez.

He aquí, pues otro Sant Jordi maravillosamente excesivo en el que incluso a los mediáticos de toda la vida, esos Risto Mejide o Mario Vaquerizo que combinan las firmas con los selfies –«ya sabes distinguir entre quien te quiere por la foto y quien por el libro, pero hasta para ser famoso hay que ser profesional», reconocía Vaquerizo–, les ha salido una feroz competencia: la de los youtubers. O booktubers. O, en fin, fenómenos de la era digital como Rush Smith o Isasaweis que provocaban desmayos, lloros y colas kilométricas. Nueva savia para otro Sant Jordi normal y corrient dentro de su maravillosa excepcionalidad.

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