Javier Gomá, en la Fundación Juan March, que él dirige
Javier Gomá, en la Fundación Juan March, que él dirige - IGNACIO GIL

Javier Gomá: «La mayor parte de la cultura es hoy una invitación a la tristeza»

En su libro «La imagen de tu vida» propone construir con la existencia un ejemplo perdurable y una invitación a una vida digna y bella

Madrid Actualizado: Guardar
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Javier Gomá (Bilbao, 1965) está en un punto de inflexión en su obra filosófica. Ha llevado sus más valiosas aportaciones a un nuevo terreno fronterizo con la literatura y con su propia biografía, en un libro singular: «La imagen de tu vida» (Galaxia Gutenberg), que llegará a las librerías este miércoles 15. Parte de una cuestión esencial: cultivar aquello que es digno de perdurar. Pero la pérdida de su padre, junto al que aparece en la portada, preside desde la dedicatoria al monólogo dramático «Inconsolable», con el que se cierra esta obra de coherencia palmaria. He ahí la tensión que el autor de la «Tetralogía de la Ejemplaridad» y «Filosofía mundana» ha sabido sublimar. Confiesa que ha cerrado el plan filosófico que se había trazado y que ahora se siente inmerso en la literatura.

-El concepto de belleza que maneja, asociado a lo sublime, deja fuera el 90 por ciento de cuanto se crea hoy. Pienso en alguien que lee su libro y luego va a ARCO, donde hay otros tipos de belleza, más de provocación.

-El arte contemporáneo después del urinario de Duchamp y el arte conceptual de los setenta llegó a lo último de la experimentación. A partir de entonces hay cosas apreciables pero me parecen reiteración de lo dado. El arte, como la cultura en general, vive en el epígono del epígono de la subjetividad moderna nacida en el XVIII o XIX. Allí nacieron la libertad y la experimentación. Llevamos casi cincuenta años en los que la cultura está en un final de época. Hay aguas subterráneas que están preparando el nuevo paradigma. Para ello es necesario una ingenuidad aprendida, si me permite utilizar un título de un libro mío. Repensar y sentir las cosas de manera originaria.

-¿Pero entender la belleza solo como lo sublime no es una reducción?

-Lo que a mí me parece una reducción es que este mundo haya renunciado a pensar y sentir lo sublime. Que se entienda que lo sublime es arqueología, cosa de estudiar a los griegos, romanos, el renacimiento o cierto romanticismo. A partir de entonces la realidad es «res extensa», negatividad, decadencia, depresión y todo lo demás son juegos mentales. En ARCO el 90 por ciento son juegos mentales

-Es provocativo invocar la imagen de tu vida en un libro que estará a la venta en los anaqueles de una sociedad ebria de imágenes y selfies.

-Cuando pensé en cómo funciona el mundo, desde la adolescencia, no me podía imaginar que todo fuera tan a corto plazo. Individuos, empresas, políticos, la economía, ¡los escritores!, todo es extremadamente cortoplacista. Me desconcierta. El mundo funciona al ritmo de la actualidad. Quizá desde joven vi natural tratar de hacer de mi vida y de mi obra un «monumento», algo que perdurase, pensé que le ocurría a todo el mundo. Pero incluso los intelectuales y escritores actúan casi siempre surfeando la ola, ávidos del minuto. La nueva modalidad de actualidad es supersónica, son las redes sociales, el selfie y la democratización de la propia imagen.

-Reina la imagen instantánea y autosuficiente

-Antes, la construcción de la imagen dependía del otro, que te hacía un retrato. Ahora te la puedes hacer tú mismo, ofrecer decenas cada día. ¿Pero qué valor tiene? Este libro va de solo una imagen, LA imagen, definitiva, perdurable, general. Mientras en la tetralogía planteaba un concepto de ejemplaridad dinámica, abierta y hasta cierto punto provisional, el que aquí propongo es esa ejemplaridad definitiva, general y memorable que queda después de la muerte, cristalizada en una imagen.

-Han desaparecido figuras de grandísima influencia en la cultura popular, como David Bowie. ¿Cómo es la imagen de vida que proyectan?

-Cada uno elige sus estampas. Entiendo que David Bowie proyecte una imagen de vida sugestiva para muchos. Para mí lo es de una época de gran efervescencia que no es la mía, una línea que yo no quiero seguir: la rebeldía, lo libertario, la ausencia de límites, mezclados con la industria del espectáculo y la mercantilización. La conversión del arte auténtico en industria. Todo ello pese a una dignidad en sus últimos años y una entereza en la aceptación de su destino. Lo que propongo es una concepción de la vida opuesta a la de Bowie, para mí un epígono del epígono, que no aporta nada nuevo intelectualmente al paradigma romántico.

-¿La muerte de los rockeros, de la juventud, ayuda al menos a una conciencia de la mortalidad?

-Esa es la paradoja, que la muerte está por todas partes y la mortalidad por ninguna. La muerte está en los telediarios, los periódicos, los cines, los videojuegos. Está abrumadoramente presente. Lo que está ausente es la conciencia de la muerte. Quizá a muchos les va a llegar un poco tarde. Yo me pongo del lado de los que notan el rumor de unas aguas subterráneas para un nuevo paradigma. Donde haya una ingenuidad aprendida, un idealismo, una sublimidad, un arte al servicio de la civilización, que nos propongan recuperar la ambición por lo bueno o bello de este mundo. Donde se crea una poética del vivir juntos, se recupera la elegancia entendida como elegir bien, no solamente ser libres. Un ideal del buen gusto entendido como educación del corazón, y donde se pueda sentir y pensar lo sublime. Donde haya una humana perduración, te importe la posteridad, donde aspires a elevar monumentos con el arte y con la vida, te enamores de la realidad y no de la actualidad. Ese es el universo que yo siento fermentar dentro, que borbotea en esas aguas subterráneas y que pronostico que veremos en obras de arte en los próximos veinte o trenta años.

-¿Puede haber una obra artística genial sin una ejemplaridad del autor? ¿Es condición sine qua non? ¿Ha terminado la independencia entre la vida y la obra?

—Es un hecho que hay obras artísticas extraordinarias que tienen como autor a una persona envilecida. Es más, el paradigma romántico hace de eso casi obligatorio. Tenemos incluso personas que como quieren ser genios se obligan a sí mismos a ser perversos.

-¿Model Byron?

-Sí, es el estereotipo romántico, que dice que tienes que elegir entre vida y arte. Y como el arte es para ese estereotipo un modo de existencia superior al vital, poco menos que te condena a una vida naufragada, arruinada como precio al máximo valor que es una obra artística. «Humana perduración» empieza asi: «Para ser un gran poeta tienes que ser algo más que un buen poeta...»

-¿Plantea la ejemplaridad al artista como un dilema?

—No estoy de acuerdo en que una obra artística deba salir siempre de un autor con vida rota. Por el contrario, pienso que algunas de las obras superiores, cuando el arte es verdaderamente grandioso es cuando el autor no es solo un artista, porque es también una expresión suprema de lo humano. Sófocles, Bach, el propio Cervantes que está en el libro. El autor del Quijote no es una persona de vida vulgar e inmoral. Casi al contrario. Tiene una imagen, que logra casi pintar en los prólogos, de su vida ejemplar. Por eso le he invitado a formar parte de este libro.

-Ha invitado a Cervantes a su libro. Pero no le parece lo mismo el Quijote de 1605 y el de 1615. ¿Por qué?

-En la primera parte, el Quijote es un loco que tiene alucinaciones, ve gigantes donde hay molinos. En la segunda, ve lo mismo que tú y que yo. ¿En qué consiste el chiste? En que los personajes de la segunda han leído la primera y se dedican a engañar a una persona que ya no está loca. Sigue siendo igual de idealista. No es Don Quijote el héroe del desengaño, sino el que ha soportado la negatividad de la experiencia y el relativismo del humor y mantiene todo el entusiasmo en edad tardía.

-Dice que el humor le engrandece...

-Yo aspiro a recuperar la gloria y el idealismo a la altura de nuestro siglo XXI. Y veo en Cervantes a quien hace una aproximación a la altura de su tiempo. El idealismo en Grecia y Roma podía ser objetivo y verosímil. Con la subjetividad moderna, consciente de su dignidad infinita y la indignidad de su destino, la elevación al ideal no pueda ser ingenua, sino problemática. Y necesitas un rodeo. Ese rodeo que inventa Cervantes es el humor. Solo nos parece verosímil el idealismo que supere la prueba del relativismo del humor. El humor que normalmente enfría, encanija y ridiculiza -también el Quijote pasa por eso- cambia en Cervantes porque nos reímos del Quijote pero de una forma secreta le reconocemos una superioridad moral, por su cortesía, idealismo, su humanidad y compasión. Ha probado la negatividad, lo inconsolable de la vida y pese a ello reafirma su idealismo. Acepta las burlas y renueva su entusiasmo. Es para mí el paradigma de lo humano y la mejor imagen de la vida.

-La idea de que la mortalidad ayuda a elegir, culturalmente parece algo muy español, en nuestra cultura hay una convivencia con la muerte. Pienso en el Quevedo de «lo que llamáis morir es dejar de morir…» Culturalmente es una idea muy próxima a los españoles

-Me declaro más que un filósofo un literato. Porque quien es literario pone muchísimo amor en las palabras que escoge. Me considero un juntador de palabras. Quien hace eso bebe de un caudal. Yo he aprendido de nuestra propia tradición cultural. Estoy acabando de leer ahora las obras completas de Fray Luis. No me sería nada extraño que un observador atento advirtiera en lo que escribo una filiación española. Con Quevedo tengo alguna distancia. Le veo expresión de una cierta decadencia española, pertenece a los desengañados de la primera mitad del XVII, que prácticamente muere de melancolía.

-Se siente mucho más próximo a Cervantes. Parecen dos siglos de Oro muy distintos vistos así... ¿Y hoy existen paralelismos de decadencia por el fin de época?

—Al contrario, yo noto en el tiempo que me ha tocado vivir un momento de parto, con la ansiedad y la angustia, y a veces los dolores del parto. Me siento más cerca a un tiempo parecido al de Homero, en un tiempo en que parece que está a punto de un alumbramiento feliz que esa especie de melancolía de la decadencia del Conde Duque y Felipe IV y las derrotas y la Guerra de Treinta Años… Y tampoco participo del conceptismo ni de la escatología.

-¿Y su intimidad de Quevedo con la muerte?

—Es que creo que hay algo de necrofilia, de nihilismo, que yo no siento. En Quevedo hay mucho, a veces convertido en juego de concepto. Es una época cargada de magisterio y doctrina oficial y aparato imperial. Pero el mismo Cervantes escribe ese célebre soneto frente al túmulo de Felipe II que acaba: «miró al soslayo, fuese y no hubo nada». Yo creo que ese verso inaugura el nihilismo español, envuelto en aparato teológico, filosófico y político. El presentimiento de que la monumentalidad del Escorial es virtual y se va a deshacer porque los cimientos son de arenas movedizas. Invade la sensación de vanitas.

-¿Hoy no vemos la realidad de muchos modos virtualizada?

-No vivimos en monumentalidad sino que hemos vivido en el espectáculo que ha entronizado el nihilismo absoluto. Vivimos en el nihilismo de la cultura convertido en mercancía por la industria de una sociedad de masas. Una invitación a la tristeza y al suicidio que, paradójicamente encuentra su salvación en la conversión en mercancía y espectáculo. El detritus cultural convertido en mercancía para una sociedad de masas. Eso es lo que hemos vivido. Y ahora es la hegemonía de eso cuando ha dejado ser fecundo. Y todavía hay gente que pretende ser rebelde y libertaria, poco enterados. Las aguas subterráneas están ya cantando su canción para quien sepa aplicar el oído.

-Canción de lo sublime, nos augura en este libro...

-De lo sublime contemporáneo, no un mero pastiche del sublime antiguo.

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