Fernando del Paso, el James Joyce de las letras hispanas

El escritor mexicano, que en 2015 ganó el Cervantes, falleció ayer en un hospital de Guadalajara (México) a los 83 años

Fernando del Paso, fotografiado en su casa de Guadalajara (México), el día que ganó el premio Cervantes EFE

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Quiso la casualidad, que casi siempre es causalidad, que un día antes de que se fallara el premio Cervantes de este año (cuando lean estas líneas, es posible que ya tengamos ganador/a), falleciera, al otro lado de ese charco que nos hermana tanto como la lengua, Fernando del Paso , uno de los más ilustres merecedores del bien llamado Nobel de las Letras hispanas. Desde hacía meses, su estado era delicado, tras haber sufrido varios infartos cerebrales que afectaron a su capacidad de habla y a su motricidad, y su muerte fue ayer confirmada por su hija Paulina del Paso, en el hospital de Guadalajara (México) donde estaba ingresado.

El mexicano ganó el Cervantes en 2015 «por su aportación al desarrollo de la novela, aunando tradición y modernidad, como hizo Cervantes en su momento». El ilustre caballero andante que fue este dandi del lenguaje cabalgó por la literatura en español con la lanza de sus palabras en el ristre, regalando una obra arriesgada, siempre fiel a la Historia de su México, en los últimos años más querido que lindo. La noticia del galardón la recibió, entonces, en la cama. Y a todos nos dejó con la boca abierta, como cada vez que abríamos cualquiera de sus libros. Don Fernando, como Don Quijote , fue un personaje literario, capaz de habitar este mundo creando otro para los demás.

Dandi de las letras

Nació en Ciudad de México en 1935 y, al entrar en el bachillerato, se decantó por la rama de ciencias biológicas, esa que, dicen los necios, casa mal con la literatura . Más tarde, estudió en la facultad de Economía de la UNAM. Pese a la advertencia que le hicieron sus padres («¿Escritor? ¡Te vas a morir de hambre!»), los números no le sedujeron, y comenzó a escribir. Mucho y de todo. Tanto que, con apenas 30 años publicó su primera novela, «José Trigo» .

Una década después llegó «Palinuro de México» (su favorita) y a finales de los 80 brindó esa obra maestra que es «Noticias del Imperio» , un alarde narrativo donde lo de menos es la Emperatriz Carlota y su amorío por Maximiliano. No sería odioso compararlo con James Joyce , barriendo un poco para las letras hispanas. Lean y juzguen. Y, si les quedan fuerzas, pónganse con su cuarta novela, «Linda 67».

No contento con ese tridente novelesco, del Paso además cultivó el ensayo, la poesía («Sonetos del amor y de lo diario»), el relato («Cuentos dispersos») y hasta tuvo tiempo de escribir una obra de teatro en verso sobre Lorca («La muerte se va a Granada») y dos pequeños libros, también en verso, para niños («De la A a la Z por un poeta» y «Paleta de diez colores»).

Todo eso mientras viajaba por el mundo, sin perder de vista su patria, donde siempre regresaba. Asistió dos años al famoso programa de escritura creativa de la Universidad de Iowa (EE.UU.), vivió catorce años en Londres, donde colaboró con la BBC (¿no había mencionado que también ejerció el periodismo cultural ?), y casi una década pasó en París, ejerciendo, primero, como consejero cultural y, después, como cónsul general de México .

En su currículum no figuraba ningún máster, ni falta que le hacía; hasta trabajó en varias agencias de publicidad y fue un más que digno dibujante y pintor , que expuso en Londres, Madrid, París y EE.UU. Porque no sólo de literatura vivía su arte, aunque casi todos los que de él se acordaron ayer fueron escritores, y compatriotas. Elena Poniatowska le describió como «un hombre lleno de luces» en cuya literatura volcaba una «cascada de palabras», explicó a Efe. En Twitter, Emiliano Monge dijo que «hirvió, destiló y condensó nuestro barroquismo, hasta volverlo traslúcido», y Juan Pablo Villalobos se deshizo en elogios: «Genio absoluto, estridente y brillante. A sus pies, maestro».

A su paso por Madrid para recoger el Cervantes, Del Paso dijo que le gustaría ser recordado por su «respeto a las letras». Hoy son esas letras las que le rinden respeto, con la esperanza de que, vaya donde vaya, siga escribiendo.

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