Elena Fortún y Carmen Laforet
Elena Fortún y Carmen Laforet - ABC

Elena Fortún y Carmen Laforet: cartas a flor de piel

Sale a la luz el epistolario inédito que la creadora de «Celia» y la autora de «Nada» mantuvieron entre 1947 y 1952

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A los siete años, Carmen Laforet (1921-2004) leyó por primera vez, en las páginas de «Gente Menuda», en el suplemento «Blanco y Negro» de ABC, las aventuras de Celia Gálvez de Montalbán. Fue entonces cuando comenzó su admiración hacia Elena Fortún (1886-1952), creadora de aquel personaje, travieso y entrañable. La joven lectora jamás hubiera aventurado que, veinte años después, no sólo conocería a su admirada autora, sino que mantendría con ella una intensa correspondencia, hasta la muerte de ésta. «De corazón y alma (1947-1952», el epistolario inédito que publica la Fundación Banco Santander, es un testimonio de enorme valor literario y personal, reflejo de una amistad inquebrantable entre dos mujeres que amaban la literatura por encima de todas las cosas.

Fue Loli Viudes, amiga de Carmen Laforet, quien entregó a Cristina Cerezales Laforet, hija de la autora de «Nada», un paquete de cartas que Elena Fortún dirigió a su madre. Fue de las pocas cosas que Laforet se llevó consigo de la casa familiar tras separarse de Manuel Cerezales, en 1970. Al leerlas, la hija de Carmen Laforet descubrió una faceta desconocida de Encarnación Aragoneses, más conocida como Elena Fortún: su trascendencia, más allá de lo literario. Enviadas, en su mayoría, desde el sanatorio Puig de Olena (Barcelona), están «escritas en su lecho de muerte» y son, según cuenta Cerezales Laforet en uno de los prólogos del epistolario, «de una sencillez y profundidad que, a pesar del dolor que contienen, emocionan sobre todo por su belleza».

Carmen Laforet, con sus hijas, Cristina y Silvia, en su casa, hacia 1955
Carmen Laforet, con sus hijas, Cristina y Silvia, en su casa, hacia 1955 - ABC

Mensaje de amor

«Estas cartas tienen un mensaje muy especial. Es un mensaje de amor, de solidaridad. Es una admiración literaria, de una escritora hacia la otra», asegura, emocionada, la hija de Carmen Laforet. «Encontrarme con estas cartas fue una emoción inmensa. Mi madre siempre dijo, y en estas cartas está explícito, que para ella Elena Fortún era una escritora maravillosa y que aprendió a escribir con sus libros», remata Cerezales Laforet, también escritora. Una opinión que comparte la profesora de Estudios Hispánicos y de Género en la Universidad de Exeter Nuria Capdevila-Argüelles, responsable, a través de la recuperación y el cuidado de su obra, de que Fortún no sea hoy un fantasma para los nuevos lectores. «Estamos ante el intercambio de ideas de dos escritoras tótems. Es fundamental que Elena Fortún está escribiendo al final de su autoría y Carmen Laforet al principio», reflexiona Capdevila-Argüelles, en conversación telefónica con ABC.

«Verdaderamente la quiero y me quedo asombrada de ello. Su divina humildad diciendo (¡usted, que es en estos momentos la primera escritora española!) que aprendió a escribir de mí... me conmueve hasta los huesos. Y no por ser yo quien escribió esos libros que usted leía cuando era chica, sino por esa pureza de alma que le hace decirlo», escribe Elena Fortún desde Buenos Aires, el 1 de febrero de 1947. «Pienso en ti cada día. Y me parece que he hecho algo malo cuando me doy cuenta de que estoy acostada en mi cama, por la noche, y no te he escrito», contesta Laforet, en otra misiva.

Elena Fortún, a Carmen Laforet: «Verdaderamente la quiero y me quedo asombrada de ello»

Si las cartas de la autora de «Nada» sorprenden, según Capdevila-Argüelles, por «su alegría» y «la referencia al 'nosotras'», en las de Fortún destaca la «escritura como necesidad vital». «Si ella viviera hoy, estaría enganchada a las redes sociales. Deja de escribir cuando físicamente ya no puede. Está haciendo esa labor de maestría, y que es la evidencia de el vínculo generacional que es absolutamente importante para entender la cultura de las mujeres», argumenta la profesora de Exeter, responsable, también, de la reciente edición de «Oculto sendero» (Renacimiento), novela de corte autobiográfico en la que Fortún confiesa su homosexualidad.

«Querida mía. Te mando un abrazo muy fuerte, muy apretado. Tendré la mayor alegría cuando me digas que ya te puedes levantar; que vas a tu bosque de pinos a ponerte fuerte, y de allí, vendrás cerca de mí. Te quiere muchísimo tu Carmen Laforet». Esta despedida, al final de una de las misivas, pone de manifiesto que estamos ante «cartas con emoción a flor de piel», como sostiene Capdevila-Argüelles. «Nadie se encierra en un armario por gusto. Estamos publicando literatura. Su calidad es innegable y a las autoras que ellas fueron les hubiera encantado que su historia saliera a la luz», defiende la profesora.

El mismo camino

«Lástima que yo no sea más joven o que tú no seas más vieja. Hacer el mismo camino al mismo tiempo habría sido una buena cosa... Tus hijos y los míos hubieran sido amigos... o habríamos salido juntas a tomar el sol en el invierno... en lugar de salir sola, como salgo ahora. No me compadezcas, porque no teniendo una Carmen Laforet de sesenta años, prefiero la soledad que está acabando por hacérseme muy querida», confiesa Fortún a su amiga, hacia el final del epistolario. «Querida Elena mía, ¡ya lo creo que me hubiera gustado ir a la par contigo por la vida!... Pero el caso es que de manera muy extraña hemos ido», le contesta Laforet, despidiéndose con un «Te quiero mucho».

Carmen Laforet, a Elena Fortún: «¡Ya lo creo que me hubiera gustado ir a la par contigo por la vida!... Pero el caso es que de manera muy extraña hemos ido»

La última carta de Elena Fortún está fechada en Barcelona, el 16 de enero de 1952. «Me preguntas si quiero curarme. La verdad es que ya no quiero vivir más, pero tampoco quiero sufrir de esta manera», confiesa. Padecía cáncer de pulmón, aunque se le ocultó su enfermedad. Murió el 8 de mayo de ese mismo año. Carmen Laforet siguió escribiendo a su amiga hasta su ingreso en un convento, durante una semana, a finales de enero, para hacer ejercicios espirituales: «Elena mía querida; antes de mi encierro bonito, creo que te escribiré para abrazarte con toda el alma... Y cuando salga también, para contarte cómo fue aquello». Pero la muerte, como siempre, se interpuso entre ambas. Hasta hoy, en que vuelven a reencontrarse, a través de sus lectores.

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