El diccionario más cruel de la literatura

El escritor y traductor Marco Rossari publica ‘Breve diccionario de enfermedades (y necedades) literarias’, un libro afilado y corrosivo que se lanza contra los grandes mantras del ‘culturetismo’

Detalle de 'Sátira del suicidio romántico', de Leonardo Alenza y Nieto, quien ya aplicó la crueldad contra la afectación literaria
Bruno Pardo Porto

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No se puede ser sublime todo el rato, como no se puede vivir en una ópera o en el ‘happy ending’ de una película: también es necesario el descanso, la ligereza, las pantuflas. Allí donde hay solemnidad existe la posibilidad de la burla, que es el único remedio contra el infierno de la impostura, de lo ridículo. Esto lo sabe el escritor y traductor Marco Rossari (Milán, 1973), que ha venido a pinchar la pompa del gremio literario con un libro afilado y corrosivo que se lanza contra los grandes mantras del ‘culturetismo’. El artefacto (explosivo) se llama ‘Breve diccionario de enfermedades (y necedades) literarias’ y lo ha editado Libros del Kultrum.

Rossari es despiadado, pero también autoparódico, porque es imposible reírse del mundo sin reírse de uno mismo. Para el caso, la primera entrada del glosario, que ataca a lo que él hace en esta obra: «Aforismo: forma de pereza desoladora y crónicamente sentenciosa». El nivel de crueldad sube, claro. De la autopublicación dice que es una «lavativa de charlatanes», y de los debates literarios que son una «anestesia infalible». Una reseña, anota, no es más que el «diagnóstico equivocado de un médico amigo» y un marcapáginas es un «termómetro de la atención». De la ‘young adult fiction’ opina que es «pedofilia editorial».

El autor la toma también con eso que el filósofo Ernesto Castro ha dado en llamar ‘fetichización del libro’: esa fe religiosa en el poder salvífico de la palabra impresa, que nos hace mejores casi por ósmosis. Así, cree que la bibliofilia es una «perversión sexual por la que el paciente obtiene placer con la acumulación de polvo sobre libros intonsos [búsquenlo en Google]» y que toda biblioteca es una «celda de clausura». Ante el empacho recomienda una dosis de televisión: «Purga literaria; laxante para intelectuales estreñidos». Pero jamás un ‘book tour’: «Catastrófica epidemia de presentaciones inútiles».

Con todo, el grueso de este diccionario breve apunta a los iconos, a los que transforma en trastornos, síndromes y problemas varios. Por ejemplo, Bukowski : «Infausta propensión a creerse escritor tras una cogorza monumental». O Henry Miller : «Inclinación patológica a escribir sobre sexo cuando solo fornicas contigo mismo». O Joyce : «Afición maníaca a la pornografía, la coprolalia y otras parafilias no menos indecorosas». O Whitman : «Hipertrofia del ego». O Hemingway : «Elefantiasis testicular». A veces el orden se invierte, y entonces la tuberculosis resulta ser una «pose o aspaviento de Thomas Mann ». Pocas cosas existen que no se puedan retorcer hasta la risa (excepto ciertos órganos colgantes).

Proust merece un capítulo aparte. Su método, dispara Rossari, es una «eficaz terapia contra el alzhéimer» que cuenta con un «útil prospecto en seis tomos». Aunque este es un tratamiento peligroso, porque puede derivar en la dolorosa ‘ proustatitis ’, que es cuando se produce la «inflamación de la madalena [sic]». Y eso por no mencionar otro efecto secundario: la horrible verborrea literaria que padecen algunos de sus admiradores. Este mal, por cierto, lo solucionó el novelista argentino Ricardo Strafacce con una sencillísima vacuna de fácil aplicación: «Si no sos Proust, no me cuentes tu merienda».

En fin, Rossari ejerce aquí de ‘ hater ’ profesional, es decir, lo hace cobrando: el sueño húmedo de tantos tuiteros. Pero es que él sabe de lo que habla.

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