El canon literario, más allá de Harold Bloom

Su pérdida es una buena oportunidad para recordar que su empeño por ordenar las cimas de la creación humana no ha perdido ni un ápice de sentido en este mundo tan dado al caos y a la sobreproducción que, por sobreproducir, hasta sobreproduce listas, expresión más pedestre del canon

Harold Bloom Corina Arranz
Bruno Pardo Porto

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Si nos pusiéramos apocalípticos podríamos decir que la muerte de Harold Bloom es, también, la muerte del canon literario, la caída de la última muralla que separaba a los clásicos del olvido. Pero eso sería exagerar, claro, como exageraba él con Shakespeare , al que ponía a la altura de los dioses. Su pérdida, si acaso, es una buena oportunidad para recordar que su empeño por ordenar las cimas de la creación humana no ha perdido ni un ápice de sentido en este mundo tan dado al caos y a la sobreproducción que, por sobreproducir, hasta sobreproduce listas, expresión más pedestre del canon.

Dice el poeta Luis Alberto de Cuenca que el canon «está inscrito en nuestros genes culturales» y que, de hecho, «es un ejercicio necesario de higiene mental». Hacer listas –bromea– «rejuvenece neuronas, favorece el riego sanguíneo». Y no se trata tanto de ordenar como de echar la vista atrás en busca de lo que merece ser recordado e imitado, algo que han hecho en su momento todos los grandes artistas. Por eso, sostiene el filósofo Javier Gomá , «el canon pertenece a la esencia de la literatura». «Decir canon es lo mismo que decir clásico, que es la perfección que ha superado la prueba del tiempo», subraya.

De Bloom, pues, permanecerá su empeño, no tanto su lista autores imprescindibles, de acento «exageradamente anglosajón», en opinión del escritor Agustín Fernández Mallo y de tantos otros. ¿Y qué nos espera? «Las necesarias incorporaciones de toda una literatura hasta ahora considerada marginal o inculta, que empieza ahora a emerger de las sombras de la Historia, como la elaborada por mujeres o hecha por escritores de continentes no Occidentales», añade este. Si Bloom hubiese sido mujer o español su propuesta habría sido otra, aunque no por ello más o menos válida. Porque «el canon –matiza la también escritora Elvira Navarro – no es algo inamovible, pero tampoco caprichoso».

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