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Fernando Aramburu en San Sebastián, en una imagen reciente - ABC

Fernando Aramburu: «No hay equidistancia que valga. El sufrimiento de unos no compensa el de otros»

El escritor publica «Patria», una novela que retrata el dolor que ETA ha traído a la sociedad vasca en las últimas décadas

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El día en que ETA anuncia el abandono de las armas, una mujer habla con su marido, sentada al borde de su tumba. Ella es Bittori, y su marido, Txato, un pequeño empresario de transporte que fue asesinado a la puerta de casa en un atentado en el que participó el hijo de sus vecinos, que habían sido sus mejores amigos en el pueblo. ¿Cómo fue posible? Antes de los disparos, estaban las pintadas, los insultos, las cartas del chantaje, la retirada del saludo... La vida cotidiana teñida de muerte civil en un clima tan lluvioso como totalitario. Pero la pólvora no solo acaba con el Txato, cambia también la vida de todos. Para siempre anuda una maraña de emociones que los gobierna, desde el fanatismo, el resentimiento y sobre todo desde el dolor, en permutaciones casi infinitas, a veces insospechadas.

-Hay un contrapunto moral, entre el dolor y el perdón, que recorre el libro. ¿Cree que la sociedad vasca va por buen camino para superar todo esto?

-No hay atentados. Eso ya mejora ostensiblemente la situación. Persiste el riesgo de que la herida cierre mal y siga supurando en el futuro. La solicitud de perdón no se producirá. Abrigo al respecto pocas ilusiones. Quizá alguno, a título individual, concierte un encuentro con su víctima sin presencia de periodistas ni fotógrafos. El perdón presupone el arrepentimiento. Y ahora mismo la palabra «arrepentido» tiene muy mala prensa para la izquierda abertzale.

-Hay un proceso electoral en el País Vasco. ¿Cómo ve la inhabilitación de de Otegui, desde la perspectiva de un vasco que ha escrito «Patria»?

-Me parece un asunto menor. Hay una sentencia judicial. Punto.

-En el libro refleja el papel de curas como el párroco don Serapio, que no sale nada bien parado, poco sutil, que incluso les pide que entierren al Txato fuera del pueblo. ¿La Iglesia necesita una autocrítica de cara a su papel con víctimas?

-No soy quién para exigir a nadie autocrítica. Ya tengo suficiente con escribir. El cura de mi novela es una figura de ficción. ¿Que ha habido curas como él en el País Vasco? Eso, seguro. No me parece, sin embargo, legítimo juzgar a toda la Iglesia a partir del comportamiento de algunos de sus miembros.

-¿Los acosos, pintadas, el vacío y la muerte civil, acabaron alimentando, como dice «el escritor» de la novela, un mecanismo de actuación terrorista, con parte de negocio?

-Al decir esto no descubro nada. Es simplemente que el terrorista se incorpora en un momento determinado a una estructura de violencia que existía antes que él, preparada y dirigida por otros a partir de una base doctrinal prevista para el reclutamiento de adeptos.

-¿El «personaje» peor parado es el fanatismo?

-El fanatismo es una forma de inhumanidad. Ignora la compasión, la tolerancia, el abrazo. Cosifica al rival, instrumentaliza su sufrimiento, mata. Mi impresión, durante mis últimas visitas al País Vasco, es que el paisaje social se ha sosegado bastante. Algunos han interiorizado por fin que las disputas políticas se dirimen en los parlamentos, que para eso están.

-En la novela salen episodios cien por cien reales (Ordóñez, Zamarreño, Zabala). ¿Qué papel les otorga?

-Decidí desde el principio que la ficción tendría diversos anclajes en la realidad común a fin de incentivar en los lectores una impresión de veracidad, de historia que hubiera ocurrido realmente.

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