LIBROS

Las vigilias de Carmen Laforet y Ramón J. Sender

Austral recupera «Puedo contar contigo», la correspondencia que ambos autores mantuvieron entre 1965 y 1975

Carmen Laforet y Ramón J. Sender ABC
Jaime G. Mora

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Carmen Laforet tardó dieciocho años en responder la primera carta que Ramón J. Sender le envió, en octubre de 1947, para felicitarle por su novela de debut. «He leído su "Nada" y me parece una buena novela. Hace años que no tenía una impresión tan "confortable" intelectualmente hablando –le escribió el escritor aragonés–. Usted tiene un gran talento y nos pertenece a todos. Cuídelo y no se deje arrebatar por la gloriola y ni siquiera por la gloria».

Laforet no sabía entonces quién era Sender, y cuando lo supo le venció el pudor. Solo se atrevió a escribirle de vuelta en 1965, en vísperas de un viaje a Estados Unidos, donde el escritor se encontraba exiliado desde hacía dos décadas: «Sería para mí una verdadera alegría, aparte de un gran favor, que pudiéramos encontrarnos durante mi estancia en Los Ángeles». Sender accedió encantado.

Tras este primer encuentro comenzó una relación epistolar que duró al menos diez años, hasta 1975. Publicada en 2003 por Destino, Austral recupera en edición de bolsillo « Puedo contar contigo », la correspondencia en la que ambos autores, una desde su recogimiento en una España llena de «carbonilla», y el otro desde un destierro del que se negaba a regresar mientras el «pequeñito césar» siguiera al mando del país, compartieron una soledad que les arrebató la felicidad.

«Dicen que no hay tiempo, pero el poco que tiene la gente lo dedica a envenenarse la vida. La verdad es que la culpa es de todos. Nos pasamos la vida quejándonos de la soledad y defendiendo la soledad al mismo tiempo. Cuando alguien se acerca demasiado, lo mandamos a hacer gárgaras, y luego nos quejamos», apunta Sender en una de las setenta y seis cartas recogidas en el volumen.

Aquellos fueron los años que Laforet pasó sumida en una crisis que la incapacitaría para la escritura. No obstante, en sus primeras misivas trata de mostrarse como una feliz madre de cinco hijos, sin dejarle ver a su interlocutor las consecuencias que tuvo la maternidad en su vida profesional, ni los efectos de la conversión religiosa que sufrió en 1951. Tampoco hay rastro en estas cartas de los desencuentros con su marido, el crítico y editor Manuel Cerezales , de quien se separaría en 1970.

Al otro lado del Atlántico, Sender intuye las dificultades de Laforet y siempre la anima a escribir. «Tuvo usted la rara fortuna (peligrosa) de comenzar con una obra maestra. Ahora sería difícil que le parezca bien lo que hace si no es mejor que aquello», le dirá en 1966. «Veo que anda usted buscando el lado perezoso del oficio (crónicas, conferencias, etc.). No le escurra el bulto a la novela, porque ahí es donde usted hace maravillas», insistirá meses después. «Dice que a veces le decepciona alguna de sus obras. Bien, siga usted decepcionándose y déjenos el entusiasmo a nosotros», repetirá más tarde.

Tardan tres años en pasar del «usted» al «tú». Entretanto Sender no le oculta que siente cierta atracción por ella, aunque Laforet siempre evita la cuestión. Él solo será un amigo al que admira. Tras afianzarse la amistad, la escritora aparta su timidez y muestra su hartazgo por los «reinos belicosos» del mundillo literario, hasta que por fin le comunica su ruptura matrimonial: «Ahora tendré más libertad para moverme que durante los últimos veinticuatro años. Y también creo que más libertad de espíritu. Y también creo que podré trabajar…».

Sender le ofrece su ayuda a Laforet. Le facilita contactos para que pueda dar conferencias en EE.UU. Se ofrece a costearle la estancia. Ella siempre vacila. Prefiere buscar acomodo en Roma. No lo dice abiertamente, pero Laforet está bordeando la depresión y celebra cada paso adelante que consigue dar. «Vuelvo a tomar el gusto al hecho de escribir mis cosas sencillas», dirá en 1971. «Quiero aprovechar la racha del escribir para hacerlo y para eso es necesario –para mí al menos– soledad o, mejor dicho, independencia, y una habitación donde a las horas de escribir tenga calor», escribirá dos años después.

Pero el bloqueo narrativo de Laforet es crónico y ya no dará por bueno ninguno de sus manuscritos. Dejó de dar entrevistas y, con el tiempo, fue descuidando su correspondencia. «A todos nos va a llevar el diablo, un día no lejano –dice Sender en la última carta que se conserva–. Menos a ti, que te llevarán los ángeles, un día muy lejano todavía».

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