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Ricardo García Cárcel: «La relación de Felipe II con el príncipe Don Carlos es un tema mórbido y crucial»

Los ataques feroces hacia Felipe II, utilizados como combustible para la Leyenda Negra, son analizados con sumo detalle en «El Demonio del Sur» (Cátedra), el último ensayo de este académico de la Historia

Ricardo García Cárcel es uno de los mayores expertos en el estudio de la Leyenda Negra José Ramón Ladra
Manuel Muñiz Menéndez

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El papel de Felipe II como uno de los objetivos de la Leyenda Negra formada en torno a España es el asunto al que Ricardo García Cárcel (Requena, 1948) dedica su último ensayo, « El Demonio del Sur » (Cátedra). En él García Cárcel disecciona las acusaciones de tirano, fanático y asesino de su propio hijo –el príncipe Don Carlos– que se usaron propagandísticamente contra el monarca.

–En los 25 años transcurridos desde la publicación de su anterior libro sobre la Leyenda Negra, ¿qué ha cambiado en la consideración de la historiografía sobre este tema?

–Ha habido cambios fundamentales. En el año 92, cuando yo escribí mi anterior libro sobre la Leyenda Negra, estábamos viviendo una coyuntura política en la que dominaba una «euforia olímpica». El libro, en cierto modo, era deudor de una situación optimista en la que yo pensaba que era el momento de entonar el réquiem a la Leyenda Negra; entendiendo la Leyenda Negra ya no sólo como una crítica negativa respecto a España, sino como la obsesión fatalista que los españoles hemos tenido respecto a la opinión que hemos suscitado fuera. Entendía yo que había que enterrar esa especie de fijación obsesiva con que nos persiguen, con que no nos quieren, con que «qué hemos hecho para merecer esto», como diría Almodóvar. ¿Qué ha ocurrido después? Que hemos pasado por varias fluctuaciones en la conciencia europea de España y –a lo largo de este tiempo– hemos perdido la ilusión, la euforia o el encantamiento en el que nos hallábamos en el año 92. Hoy en día está muy de moda el tema de la Leyenda Negra porque estamos en plena crisis de autoestima nacional, fundamentalmente por la problemática catalana, que ha suscitado unas angustias identitarias extraordinarias en el conjunto de España. Curiosamente ese fantasma que creíamos haber enterrado está surgiendo de nuevo y quizá estamos tapando nuestras propias inseguridades como Estado respecto al problema catalán echando mano del viejo problema del «no nos quieren, ¿qué hemos hecho?». Así que sí creo que retorna la Leyenda Negra porque estamos viviendo una importante conciencia de crisis nacional.

–Un tema que me parece muy interesante en el libro es cómo la Leyenda Negra, además de desde fuera, también se ha generado desde dentro de España.

–Es algo fundamental. La Leyenda Negra no se entiende sin tener en cuenta los factores de la propia problemática interna y una cierta conciencia crítica yo diría que excesiva, profundamente autodestructiva, que hemos arrastrado históricamente y que seguimos teniendo. Esta generaba que las opiniones negativas emitidas desde la propia España eran instrumentadas y manipuladas desde los países europeos. No hay que olvidar que las dos puntas del iceberg son Antonio Pérez (el secretario de Felipe II) y Bartolomé de las Casas . Es decir, dos españoles que son los que van a llevar a cabo la operación de descrédito de España. Por tanto, no se puede entender la Leyenda Negra sin entender que es desde la propia España desde donde emana.

–Ese «sentido del fracaso» del que habla en el libro.

–Sí. La «fracasología» ha hecho estragos en nuestro país, la tendencia masoquista negativa a autofustigarnos sigue estando presente. Hoy, ante el problema catalán, curiosamente nos encontramos con que buena parte de la izquierda, más que analizar el fenómeno en sí mismo y poner el dedo sobre los responsables del problema, intenta volver a hacer esa conciencia crítica masoquista, depositando la culpa en el propio Estado.

–¿La Leyenda Negra tuvo realmente tanta importancia política en su momento? ¿O se ha sobredimensionado su papel?

–En primer lugar, la Leyenda Negra habría que conjugarla en plural, porque no hay una sola leyenda negra. De la que yo hablo en el libro es la referida a la monarquía de Felipe II y que tiene como telón de fondo la imperiofobia, el rechazo al imperio y a lo que significaba el papel de España en el mundo. Pero la Leyenda Negra ha ido evolucionando. A partir de finales del siglo XVIII fundamentalmente se ha centrado en la vertiente antropológica, ha ido evolucionando hacia lo que yo he llamado «leyenda amarilla», que se asemeja a postales llenas de tópicos, de arquetipos. Ya no respecto a la monarquía, sino respecto al carácter español. La « Carmen » de Bizet sería el ejemplo arquetípico de esa imagen que no es Leyenda Negra, sino que es amarillismo lo que subyace en ese discurso contra España.

Felipe II fue un personaje oscuro, retorcido, malpensado, con componentes neuróticos en su personalidad

–Centrándonos ya más en este libro, ¿por qué sigue habiendo tanto interés por Felipe II?

–Porque el suyo es un reinado largo, que llena la segunda mitad del siglo XVI y representa simbólicamente la monarquía española en todo su esplendor y en toda su decadencia. Lo que fascina de Felipe II es que es el hombre que, por una parte, gobierna un enorme territorio en el que no se pone el sol, representa la cima del imperio español en el mundo; pero, al mismo tiempo, está más cerca del hundimiento que nunca, en la cima, pero cerca del precipicio. Eso es lo que le otorga su interés. Aparte de una problemática, ya no política sino personal: la de la relación con su hijo, un tema mórbido que atrajo a la literatura.

–Eso era algo por lo que también le quería preguntar: la Leyenda Negra parece ser un subgénero literario, además de político.

–Sin duda. El Barroco conectó con el Romanticismo a través precisamente de la continuidad del mito de Don Carlos. Ese mito lo fabricó en el Barroco un pseudohistoriador, el abad Saint-Réal . Y el relato que hace Saint-Réal conecta después con Schiller y de ahí a Verdi. El Romanticismo capitaliza lo que el Barroco había fabricado. La literatura le sacó un partido maravilloso; es lamentable, pero es así: España ha servido de pasto para una ópera tan maravillosa como la de Verdi.

–¿Produjo Felipe II un «boom» de la Leyenda Negra?

–Sí, pero también hay que decir que la Leyenda Negra (entendiendo por tal la crítica negativa contra España) había empezado ya en el siglo XIII y –paradójicamente– había sido Cataluña el objeto de esas críticas negativas. Fueron Cataluña y la Corona de Aragón las que recibieron las primeras críticas por lo que podríamos llamar el frustrado sueño imperial catalán en el Mediterráneo, representado por figuras como Roger de Flor o Roger de Lauria. Ese sueño se convierte luego en el sueño imperial español y de la crítica a Cataluña que hacen los italianos en el siglo pasamos a la crítica que hacen los europeos a España.

–¿Qué asuntos eran los que más se usaban para atacar a España en tiempos de Felipe II?

–Fundamentalmente hay tres. Primero, la Inquisición, que era un tema obsesivo por dos vías, la de los judeoconversos y la de los protestantes. Segundo, la conquista y colonización de América. Y tercero, la persona del rey en sí misma. Felipe II es un personaje que carecía de empatía para conectar con la sociedad; fue un personaje oscuro, retorcido, malpensado, con componentes neuróticos en su personalidad. Y el enorme poder que ejerce genera una reacción negativa en la sociedad europea que le convierte en un monstruo; el concepto de «Demonio del Sur» que da título al libro es una frase de Voltaire que se convirtió en un tópico de tan repetida. Y que se contrapone a la imagen que se había intentado –pero no conseguido– construir en España de él, que era la imagen del Rey Prudente. Lamentablemente, en el conjunto de la opinión europea a lo largo del tiempo, gano el relato del Demonio del Sur sobre el del Rey Prudente.

Tendemos a mirarnos el ombligo con un ojo y, con el otro, mirar qué dicen de nosotros fuera de nuestras fronteras

–Hablando de América, ahora parece estar repuntando allí la crítica.

–De la euforia del 92 hemos pasado a un periodo de enorme regresión. En el 92, con la conmemoración del Quinto Centenario, se había logrado superar la Leyenda Negra americana. Se había logrado incluso encontrar una alternativa semántica a la palabra «descubrimiento» de América. La alternativa fue «encuentro», que dejaba una imagen paritaria entre el mundo europeo y español y el americano. Lamentablemente hoy ya no se acuerda nadie de esa palabra y hemos regresado a los viejos fantasmas del indigenismo, a los que sin duda Bartolomé de las Casas contribuyó decisivamente.

–¿Por qué siempre ha fracasado el intento de crear una «Leyenda Blanca»?

–El problema de la Leyenda Negra son las críticas internas que salen de España desaforadamente contra la monarquía de Felipe II y la incapacidad de lo que hoy llamaríamos la fabricación de un relato. Recientemente decía Josep Borrell que, lamentablemente, España no tiene quien le escriba. Es un problema de largo recorrido. En el siglo XVI Felipe II intentó tener escribas que le escribieran. Y de hecho los tuvo: en el teatro español, con Lope de Vega y otros, encontró un discurso legitimador de la monarquía. Pero esa «Leyenda Blanca» que intentaba neutralizar la Leyenda Negra no acabó de triunfar. Significativamente, la « Apología » de Guillermo de Orange –que es el texto nuclear de la Leyenda Negra histórica– tuvo un contrapunto, la «Antiapología» de Pedro Cornejo, un intelectual español. Y la «Antiapología» no la conoce absolutamente nadie, nunca se ha editado en España. Resulta sorprendente que todo el discurso de la construcción de la gloria de la monarquía fue barrido por la construcción al contrario. Eso es un drama que se da en el siglo XVI, pero me temo que no se ha superado.

–¿Qué aspectos de la Leyenda Negra son los que más perduran hoy en día?

–Quizá lo que queda es el sustrato protestante, anticatólico, que es la imagen de los países del norte frente al sur latino, mediterráneo. Se fustiga la presunta pereza, la indolencia, la incapacidad para organizarse. Sigue habiendo una cierta opinión en la Europa del norte de que el mundo mediterráneo –no sólo España– es inútil. La extrema derecha alemana, por ejemplo, tiende permanentemente a echar basura sobre ese discurso del pueblo mediterráneo. Con respecto específicamente a España, el otro día me decía un eurodiputado que él, en su condición de tal, había podido percibir en el despliegue mediático a raíz de la intervención de la policía contra los manifestantes en 1 de octubre que en la prensa europea todavía pervive ese fantasma devaluatorio respecto a España, la tendencia a criticar, a menospreciar las capacidades de nuestro país. Algo que parecía totalmente superado y que ahora está emergiendo, muy preocupantemente.

–Lo que da pie a hablar sobre la presunta excepcionalidad española.

–Soy obsesivo en el libro al respecto de intentar enterrar a toda costa el fantasma de la excepcionalidad. Todos los países han tenido sus críticas negativas. Los franceses han hablado fatal de los alemanes, los alemanes de los franceses. Y qué decir de los británicos, que han tenido muy mala prensa (y a raíz del Brexit, mucho más). El problema con la Leyenda Negra empieza en la obsesión de creernos los españoles sujetos pacientes de una presunta campaña de descalificación contra nosotros. Ese síndrome de excepcionalidad es lo que yo intento combatir. Creo que somos un país normal, con nuestras virtudes y nuestros defectos. Hay que empezar por asumirse y considerar que no todos están pendientes de nosotros. Tenemos siempre una mirada estrábica, mirándonos con un ojo el ombligo y con el otro ojo mirando qué dicen de nosotros. Y de esa opinión que se vierte sobre nosotros siempre recogemos justamente la parte más negativa. Por lo tanto, estoy en contra de esa interpretación masoquista y victimista de la Leyenda Negra. Hay que superarla. Somos normales.

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