poster Vídeo
Peñalver, en una de las mesas de trabajo de su estudio - IGNACIO GIL
DE PUERTAS ADENTRO

La periferia expansiva de Guillermo Peñalver

En uno de los barrios del extrarradio de Madrid tiene Guillermo Peñalver su guarida de dos plantas en la que da clases de pintura a sus alumnos y desarrolla su labor plástica. Un universo poblado por un montón de objetos y recuerdos

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La mirada no sabe dónde posarse. Son muchos los estímulos. Estamos rodeados de obras de arte (acabadas e inacabadas), de objetos, de materiales, de recuerdos... Creo que lo más extraño que jamás nos hemos encontrado en el estudio de un artista es un postalero. Este está lleno, con postales diferentes, extrañas, muy curiosas. Justo en el momento en el que Guillermo Peñalver –el dueño de este artilugio y de todos los demás que nos circundan– nos habla de la nostalgia que le produce que ya no nos escribamos cartas y que por eso anima a sus amigos a hacerlo con él cuando viajan, llega al taller el cartero... Con una nueva misiva desde San Sebastián.

Es curioso, pero hay creadores cuya obra se mimetiza con su autor (como aquellos perros que son idénticos a sus dueños) y, por prolongación, con su lugar de trabajo.

No ocurre así con Peñalver. «Blanco sobre blanco» se llama su última cita en la galería Gema Llamazares, la que acaba de inaugurar. Pero aquí todo es estallido de color, sinfonía de cachivaches, de obras, de recortes; juguetes de todas las épocas; una bici estática que el artista reconoce que guarda a un amigo y que tampoco usa... En absoluto contención.

Cuando invade la morriña

Guillermo es parlanchín y contradictorio. Dice gustarle trabajar en solitario, pero siente morriña cuando se desplaza a la zona de Oporto, en Madrid, y comprueba de nuevo como otros compañeros de profesión y generación se atrincheran en la zona. Pero luego vuelve a su estudio en Hortaleza («simpre tengo que especificar “barrio” y no “calle”. Entonces las paradas de metro se multiplican en la mente de mi interlocutor»), y se acomoda en el silencio... O en la música, que siempre tiene puesta mientras trabaja, cuando no es él mismo el que rompe a cantar (aunque reconoce que no lo hace nada bien): «Últimamente me ha dado por la ópera. Conectas el spotify y, sin darte cuenta, te has “tragado” tres seguidas. He recuperado a Puccini, “La Boheme”... ¡Qué tipo este, Puccini! ¡Te tiene todo el rato jubiloso, alegre, con los niños por aquí y por allá, y al final mata a Mimí! Y, entonces, claro, no me queda otra que ponerme a gritar: “¡Mimí! ¡Mimi!”. Eso, si compartiera estudio, no podría hacerlo...».

Ver los comentarios