Óleo de Pemán con el Toisón de Oro, obra de Hernán Cortés, que preside la Biblioteca de la Casa gaditana donde se guarda su legado Román Ríos
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Los «pemanes» de Pemán

En estos tiempos en los que todo son insultos contra Pemán (el último, «asesino»), ABC Cultural ha visitado la Casa gaditana que custodia su legado y ha tenido acceso a sus diarios. En ellos está la Historia de España y la evolución política del autor

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Yo pecador. Con estas palabras abre José María Pemán (Cádiz, 8 de mayo de 1897-19 de julio de 1981) su «Confesión general», donde «corrige» la fecha de su nacimiento: «Yo me confieso, lector, de haber nacido el 16 de diciembre de 1917. Quiero decir que ese día pronuncié mi primer discurso en público, y por primera vez sentí en torno mío esa atmósfera difusa que le hace a uno sospechar que acaso está uno destinado a ser de esa clase de hombres distintos, ligeramente gloriosos e insoportables, que han de seguir la carrera de las Letras». Así se presenta un autor cuya memoria se ve envuelta hoy en la polémica, tras haber sido acusado de «fascista, misógino y asesino» y su busto retirado del Teatro Villamarta de Jerez.

La «Confesión general» -mezcla, según sus propias palabras, de «autobiografía y autocrítica» incluida en sus «Obras completas»- es uno de los miles de documentos que custodia la Casa Pemán en el número 14 de la gaditana plaza de San Antonio. Allí, entre las calles Veedor y Junquera, muy cerca de la calle Cervantes y al pie de la parroquia que da nombre a la plaza, se alza la que fue residencia del escritor, hoy restaurada. Tres pisos más terraza y torre. Dentro, el despacho de Pemán y su biblioteca -14.271 volúmenes-; también el recuerdo del cuarto de juegos de los niños y la «habitación de las paridoras», actual sala de juntas de la Fundación Cajasol, que en 1998, cuando era Caja San Fernando, compró a la familia el legado de Pemán por cien millones de pesetas, y la vivienda, por ciento cincuenta millones.

Junto al original de la «Confesión general», la Casa Pemán guarda sus diarios, su correspondencia, sus artículos; toda su obra. E incluso un fichero al que, con guasa gaditana, llaman el «Google de Pemán»: tarjetas de color blanco en las que, a lo largo de los años, el autor de «El divino impaciente» fue apuntando definiciones -alma, llanto, ojos, prisa, república- con la idea, quizá, de crear un diccionario o una enciclopedia personal. O simplemente como archivo de consulta.

El mejor y el peor

Cuadernos repletos de notas, de reflexiones, de borradores de poemas y de dramas; impresiones de viajes; sus discursos, sus guiones. Por los manuscritos del legado de Pemán es difícil moverse. A través de ellos hay que abrirse paso como a través de un laberinto. El laberinto de su caligrafía, a veces clara como la de un niño; otras, nerviosa y apretada, huidiza. El laberinto, también, de la catalogación y digitalización de sus fondos, aún en pañales, por decirlo suavemente. Localizar cualquier documento en la Casa Pemán tiene algo de hallazgo y mucho de milagro, entre tantos originales que, conservados en cajas de cartón, sirven, leyéndolos al azar, para reconstruir la vida del autor.

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