LIBROS

Mary Beard: «Es injusto que la sociedad se pierda el talento de las mujeres»

La historiadora británica ha abandonado por un instante sus ensayos sobre Roma para publicar «Mujeres y poder. Un Manifiesto», donde viaja a los orígenes, desde la cultura clásica, de la desigualdad entre géneros

La historiadora británica Mary Beard Isabel Permuy
Laura Revuelta

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Mary Beard (Much Wenlock, Reino Unido, 1955) no parece supersticiosa porque no teme al amarillo y sus malos augurios escenográficos. No teme al amarillo ni al qué dirán: el abrigo que viste en las imágenes que ilustran estas páginas es una de las indumentarias que más repite en actos y encuentros. No destaco este detalle por frivolidad; me ha llamado la atención que al bucear por Google en busca de sus entradas -y salidas a bocajarro- he encontrado numerosas fotos, y en muy distintos escenarios, vestida de igual manera. A Mary Beard le importa un pepino lo que diga la gente. Es muy británica en su aliño y en sus condimentos. Ha cerrado la boca a más de uno que se ha metido con su físico sin atender a su intelecto y su larguísimo currículum académico como historiadora y experta en cultura antigua .

Famosa es su réplica a un crítico de televisión, de nombre Gill, que escribió en el «Sunday Times» , después de una de sus primeras apariciones en los documentales sobre Roma, algo así como qué hacía una chica como ella (no demasiado atractiva) en un sitio como éste (la tele y sus niñas monas). «Siempre ha habido hombres como Gill que tienen miedo de las mujeres inteligentes que dicen lo que piensan... Lo importante no es lo que parezco, sino lo que hago», sentenció ella. Por eso ha rechazado propuestas tan absurdas como una invitación del «Daily Mail» para cambiar su imagen y otra para participar en un «reality show» de gente «popular» que tiene que aprender a tirarse desde un trampolín («Splash»). Invitación declinada, por supuesto. Ella sigue fiel al amarillo y a su larga y canosa melena al viento.

Mary Beard, pese a que sonríe y gestualiza mucho en las fotos, tiene un genio a prueba de bombas internautas . Desde su «blog» en «The Times» o desde su activísima cuenta de Twitter, dice todo lo que piensa sobre todo lo que acontece en el mundo. Incluso, contra los que no piensan lo que dicen y han arremetido contra ella de manera salvaje y violenta (no vamos a reproducir los comentarios). Por eso, Doña Mary Beard tiene una corte de fans, sus libros se venden bien y sus documentales sobre Roma arrasan en audiencia. Muchos/as secundan la frase que ha escrito una de sus admiradoras, Megan Beech, y que aparece impresa en miles de camisetas: «Cuando sea mayor, yo quiero ser como Mary Beard» .

-¿Cómo y por qué surge la idea de este libro, «Mujeres y poder», en este momento?

-La idea se me ocurrió mucho antes del escándalo de Weinstein y del movimiento #MeToo. Surgió de mi larga experiencia como mujer en el estudio de la Historia, y del descubrimiento de la conexión entre ambas.

-¿Son las mujeres las grandes olvidadas de la Historia y del relato histórico?

-En gran medida sí, pero no por completo. Devolverles su sitio no es tan sencillo como puede parecer. Trabajo sobre una época (la Antigüedad Clásica) de la que apenas han sobrevivido obras escritas por mujeres. Eso dificulta mucho recuperar sus vidas. Lo que podemos hacer es esforzarnos mucho más por pensar en el género y en las relaciones de género (más que, sencillamente, en las mujeres) como un aspecto importante de la indagación histórica. También podemos «desplazar» de su lugar central algunas prioridades masculinas en materia de Historia (las batallas, los grandes hombres de la política). No estoy diciendo erradicar. Estoy diciendo «desplazar».

«Deberíamos desplazar algunas prioridades masculinas en materia de Historia: batallas, políticos...»

-En ese sentido, este año se cumple el centenario del movimiento sufragista en Reino Unido, amén de otros aniversarios históricos que tienen ese corte más «masculino». ¿Qué piensa cuando mira hacia atrás y ve todo lo que se ha hecho, y cuando observa el presente y se da cuenta de todo lo que no se ha hecho?

-Creo que hay que celebrarlo, por supuesto. Ahora el mundo es mucho mejor. Sin embargo, todavía queda mucho que hacer, y algunas de las batallas más difíciles aún se tienen que ganar. La razón es que, en Occidente, ahora nos toca enfrentarnos a la clase de discriminación que existe en nuestras mentes, en las cosas que damos por hechas y en nuestro lenguaje (pensemos, por ejemplo, en cómo se sigue diciendo que las mujeres somos «chillonas» o que «gimoteamos»). Son cosas más difíciles de combatir que la discriminación práctica. Aunque tengo que insistir en que se trata de una perspectiva más propia del primer mundo.

-Claro, casi una menudencia si lo comparamos con lo que sucede en los países árabes... ¿Si las mujeres hubieran accedido al poder desde el principio de los tiempos, cree que habría cambiado el curso de la Historia, de los grandes y pequeños acontecimientos?

-No lo sé. No estoy segura de creer que las mujeres habrían sido necesariamente «mejores personas». Tampoco esa es la razón de que yo quiera que las mujeres compartan el poder. La razón es que es injusto que no lo hagan, y que la sociedad en su conjunto se está perdiendo el talento de las mujeres.

-¿Qué piensa de movimientos como el #MeToo y de las respuestas en contra?

-El #MeToo es una campaña enormemente positiva, pero la pregunta es qué va a pasar a continuación. Hace falta algo más que una etiqueta (por importante que ésta sea) para lograr un cambio duradero. El «efecto en contra» no me preocupa demasiado. Por supuesto, en esto la gente difiere.

«Si las mujeres hubieran tenido el poder, no estoy segura de que hubieran sido mejores personas que los hombres»

-¿Qué opina de líderes contemporáneas como Angela Merkel, Hillary Clinton, Michelle Obama...?

-Es un trío muy diverso. La elegida, la primera dama, las candidatas (la que logró su objetivo y la que no), y así sucesivamente. Creo que todas ellas han sido extraordinariamente admirables, independientemente de sus diferentes políticas, por haber hecho oír su voz.

-¿En su carrera académica, ha sufrido algún tipo de discriminación?

-Personal y directamente, rara vez, pero he trabajado en un mundo con una carga sistemática y estructural contra las mujeres. Tengo que decir que casi siempre he contado con el apoyo de mis compañeros más próximos.

-Cambiemos un poco el discurso de la preguntas y viajemos a Roma. ¿Qué tiene el Imperio Romano y su civilización para que haya centrado su vida e investigaciones en ello?

-Para bien o para mal, Roma fue decisiva para la Historia de Europa y más allá, y nos ha legado algunas de las obras literarias más estimulantes que conocemos. En 2.000 años no ha pasado un día sin que haya habido alguien leyendo «La Eneida» en algún lugar.

«Con la Historia es con lo que más disfruto, pero una buena comida y una copa de vino tampoco vienen mal»

-¿Cuál es el mayor tópico que se ha instalado en el tiempo y a lo largo del tiempo sobre Roma y su legado?

-Que los romanos eran unos salvajes belicosos e irreflexivos. A veces sí que eran unos salvajes belicosos, pero nos han dejado algunas de las críticas más devastadoras del imperialismo. Como dijo Tácito de la conquista romana de Britania: «Crean un desierto y lo llaman paz».

-¿Qué fue lo mejor y lo peor de aquel Imperio?

-Una de las características más importantes del Imperio Romano fue su disposición a incorporar a nuevos ciudadanos. No habrían entendido el concepto de «emigrantes ilegales» que se maneja en la actualidad. Pero a un precio: el de la conquista.

-¿Qué papel jugaron las mujeres en aquel tiempo?

-Se dedicaban casi exclusivamente a la casa. No creo ni siquiera que fuesen el poder detrás del trono.

-¿Todo se puede leer y entender a través de los clásicos?

-No. Afortunadamente, el mundo moderno tiene muchas otras facetas más multiculturales. No somos solamente herederos de la cultura clásica. Ahora bien, los clásicos permean nuestra cultura y son enormemente importantes para ella. Pensemos en la influencia de Homero en Joyce o de Virgilio en Dante.

«Roma fue decisiva para la Historia de Europa y más allá, y nos ha legado algunas de las obras literarias más estimulantes que conocemos»

-Deje pasar los años y hasta los siglos. Imagine que usted es una historiadora que está investigando sobre estas primeras décadas del siglo XXI. ¿Cuál sería su diagnóstico?

-Creo que los historiadores del futuro se quedarán desconcertados ante muchas de las cosas que hacemos o que nos parecen normales. Se preguntarán por qué demonios Reino Unido votó a favor del Brexit. A lo mejor lo entenderán mejor que yo. Les asombrará cuánta gente encerramos en la cárcel cuando no representa ningún peligro para la sociedad. En un sitio en el que, además, se aprende a ser delincuentes.

-Desde el presente, miremos al pasado: ¿con qué momento de la Historia se podría relacionar el tiempo actua?

-No estoy segura de que podamos relacionarlo con alguno. Creo que la Historia nos da visiones del presente importantes e independientes. No creo que haya otra época que podamos relacionar en conjunto, en su totalidad, con la nuestra.

-A Mary Beard no se la puede entender sin su capacidad divulgativa. ¿Cómo lo consigue?

-Principalmente, soy profesora, lo cual significa comunicadora. Eso es lo que hacemos los profesores.

-Activa en redes sociales como Twitter, con miles de seguidores, e incluso no esquiva las disputas. ¿Qué piensa del poder creciente de las redes sociales y de la manipulación que se ejerce a través de ellas?

-No creo que las redes sociales en sí mismas sean buenas o malas. Ofrecen posibilidades que tenemos que utilizar bien, y no mal. Tenemos que aprender a usar muy bien las redes sociales. Todavía estamos al principio, dando los primeros pasos.

-Elija un personaje de la Historia que le fascine por las razones que sea. En defintiva: ¿quién le hubiera gustado ser?

-Ninguna. Nadie. Estoy satisfecha de ser quien soy.

-Más allá de la Historia y sus asuntos, ¿qué le gusta?

-La Historia habla del presente tanto como del pasado. Con ella es con lo que más disfruto. Una buena comida y una buena copa de vino tampoco vienen mal.

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