LIBROS

Josep Pla en el Madrid de la dictablanda

El escritor y periodista catalán estuvo en la capital dos veces. De aquella experiencia nacieron unas crónicas plenas de ironía

Pla (sentado a la derecha) frecuentó la tertulia del Café Pombo con Gómez de la Serna
Juan Ángel Juristo

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Josep Pla (Palafrugell, 1897-Llufríu, 1981) vivió en Madrid en dos ocasiones. Primero, cuando tenía 23 años, en 1921, vino a la ciudad como corresponsal del diario La Publicidad. Segundo, diez años más tarde, como corresponsal del diario La Veu de Catalunya cubrió los acontecimientos de la llegada del nuevo régimen lleno de ansiedad y dispuesto a cumplir largas y diferidas promesas. Para Pla siempre fue un misterio que escribiera un dietario sobre Madrid y él mismo lo confiesa cuando lo editó en forma de libro en 1929, que luego amplió bastante muchos años más tarde, en 1957. Lo mismo sucedió con El advenimiento de la República , editado en 1933 y ampliado en 1974. Luego, los dos fueron incorporados a la edición de la Obra Completa de Pla que realizó Josep Vergés en 1966 en la editorial Destino.

Reeditado varias veces y siempre agotado, Destino acaba de publicar una nueva edición de este libro, que lo menos que puede decirse de él es que combina la ironía con la extrañeza de una forma tan magistral que a veces Pla casi iguala su talento a uno de sus más geniales antecesores, Jonathan Swift.

Vivió el asesinato de Dato. como se corrió la voz de que había sido un catalán, se hizo pasar por mudo

En realidad el artificio requiere, exige en cierta manera, esa distancia necesaria si se quiere que llegue a buen puerto. De ahí que Josep Pla aterrice en el Madrid de la Dictablanda c on ánimo de marciano que llega a la Tierra. Gracias a ello, podemos leer páginas magistrales llenas de ironía sobre la importancia del café con leche y tostada en aquella ciudad donde, para Pla, sólo había tres hoteles : el fetén, el Ritz; el Palace, que aspiraba a ser fetén, y el Roma, en Gran Vía, lleno de clérigos y de recovecos oscuros.

En aquel Madrid, Pla vivió el asesinato de Eduardo Dato . Como se había corrido la voz de que había sido un catalán, se hizo pasar por mudo durante días hasta que la cosa se aclarase, no fuese que su fuerte acento ampurdanés le traicionara. Esta anécdota, hilarante y, a la vez, inquietante da el tono de este libro. Si Pla, así, se carga de un plumazo el principal sustento de la bohemia del café madrileño -el de la media tostada-, hay que decir que la cerveza le produjo una sensación tan agradable que incluso llega a afirmar que después de la alemana y la checa no hay mejor cerveza que la madrileña.

Toros y percebes

Madrid le llega, incluso le perturba y goza a veces de las costumbres de la ciudad de forma inusitada, cuando se relaja y deja que se relaje, asimismo, su prodigiosa lucidez que corta como una cuchilla . Le encanta, por ejemplo, observar a la gente paseando por la Castellana, donde ve a todo el mundo feliz y contento por el sólo hecho de existir, pero a la vez le molesta lo que de andaluz hay en la ciudad, con esas referencias taurinas a todas horas. Luego viene la política, en serio, ya que era corresponsal pero en el dietario no se olvida mencionar anécdotas deliciosas, como la del Directorio que se ponía en los bares y que consistía en una copa de Jerez -Primo de Rivera era oriundo de esa ciudad-, rodeado de ocho percebes, que era el número de sus ministros. De detalles así están estas páginas llenas. Pla, claro, en estado puro.

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