Detalle de «Semillas» (2016), obra de Estefanía Martín Sáenz inspirada en Emily Dickinson
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Emily Dickinson, una mujer dotada con Paraíso

Ana Mañeru Méndez y María-Milagros Rivera Garretas proponen desde la editorial Sabina una visión radicalmente feminista de la biografía y la obra de Emily Dickinson, la fundadora de lo más íntimo de la modernidad

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Somos muchos los que llevamos años pidiendo una Emily Dickinsondesde dentro, que nos introdujera en el sufriente y singular mundo de la autora y que nos acercara su unitaria, novedosa e innovadora literariedad. Y ello no porque fuera desconocida en nuestro idioma, al que varias veces ha sido vertida ya su obra -en fecha muy reciente por Margarita Ardanaz y por José Luis Rey-, sino porque pensábamos que esta escritura tiene una serie de rasgos diferenciales que funcionan en lo que la propia Dickinson llama «tono menor» y que corresponde a un habla por completo femenina, cuyo código -como explicita la composición 1.318- son el secreto y la confidencia, que constituyen aquí un modo de habla, más que de lengua, y que articulan lo que ella misma -en su composición 1.696- denomina su «intimidad polar».

La poesía de Emily Dickinson nace de lo que su autora define como «diferencia», y que lo es no sólo de la sociedad patriarcal en que nace sino de la norma literaria que esta misma sociedad impone y de la que ella, con valentía y firme voluntad, se aparta: «La fruta prohibida un sabor tiene / que burla los huertos legales», dice en el poema 1.482.

No es tarea fácil

La mayor aportación de Ana Mañeru Méndez y María-Milagros Rivera Garretas -en «Poemas 1-600. Fue-culpa-del Paraíso»; «Poemas 601-1.200. Soldar un Abismo con Aire»; y «Poemas 1.201-1.786. Nuestro Puerto un secreto» (Sabina)- es proponer una visión radicalmente feminista de la biografía y la obra de su autora, con interpretaciones nada desencaminadas, que los propios poemas refrendan, y conseguir que esto se transparente en la misma escritura y, en este caso, en la versión de esta escritura, en la que se hace un uso no sexista del lenguaje, cuyo mérito (sobre todo en el desciframiento de los pronombres personales de tercera persona) hay que destacar. Pero también incurre en errores como la etimología de la palabra símbolo (p. 13 del tomo segundo) o «dedicataria» (p. 59 del tomo primero) en vez de «destinataria», que es el lexicalizado.

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