MÚSICA

Bob Dylan, de nuevo en el laberinto

Desde 2012 no había compuesto. Ahora lanza dos canciones. Analizamos los 17 minutos de «Murder Must Foul», con su océano de referencias, que nos lleva al asesinato de JFK y al final del sueño americano

El Nobel de Literatura 2016, en uno de sus últimos conciertos

Álvaro Alonso

En 1972 el músico experimental Gavin Bryars hizo llorar a los alumnos que descansaban en la cafetería de su escuela en Leicester, al haber escuchado tras la puerta, que había olvidado cerrar, la voz de un vagabundo que recitaba unos versos sobre un acompañamiento mínimo de cuerda secuenciado hacia el infinito. El efecto emocional de aquel «Jesus Blood Never Failed Me Yet» , cantado por un hombre cuya identidad nunca se pudo averiguar, es sobrecogedor desde su simplicidad. Bryars, bajo el influjo de John Cage , realizó otro experimento similar, dedicado al hundimiento del Titanic. Y aunque Bob Dylan no ha declarado que pusiera en Bryars el oído para componer «Murder Must Foul» , la canción que acaba de surgir de su chistera como un fantasma en mitad de la noche, empasta con ellas a la primera.

Si las de Bryars duraban 26 y 24 minutos, la de Dylan dura 17 , con lo cual cabe alabar su brevedad, si se permite la ironía. A nivel de estructura, este nuevo tema apunta también a otra de las insistentes obsesiones del de Duluth , a saber: cómo diablos se las apañó aquel tipo apadrinado por Jackson Browne , Warren Zevon , para componer «Desperados Under The Eaves», una canción que son como tres canciones montadas en una, una hazaña compositiva que siempre envidió. Hay, además, nexos melódicos entre una de esas canciones ensambladas de Zevon y el «Sinking of The Titanic» de Bryars.

John Fitzgerald Kennedy y su esposa Jacqueline en Dallas poco antes del magnicidio el 22 de noviembre de 1963

Si uno pone a continuación la de Dylan, ve que fluye con las anteriores, aunque con claras diferencias. En primer lugar, el flujo de conciencia de Dylan, en el papel de narrador de película en blanco y negro por el que discurre la primera parte, un flashback que nos transporta a 1963, a la «negra limusina» desde la que saluda John Fitzgerald Kennedy en Dallas . Las primeras estrofas apuntan sin concesiones a los culpables como un ajuste de cuentas. Como un perro y a plena luz del día. «Allí mismo, frente a los ojos de todos».

El leve acompañamiento de piano hace pensar en Vangelis , mientras la voz de Dylan suena especialmente limpia, con un tono más cercano al estándar de 4:40 Hz de lo que su cascada garganta es capaz de aguantar. Esa voz que su amigo David Bowie con cariño describía como «de arena y pegamento» . En la segunda parte de la canción van apareciendo postales de época y localizaciones de Dallas, instantáneas de América tras el desembarco de los Beatles . Es la era de Acuario. Y como en otras canciones-secuencia, surge un puñado de imágenes y sonidos que son como las estatuas del museo a media noche de ese cuento de García Hortelano .

Dylan a principios de la década de 1960, época del «American dream» de JFK

, del «Dizzy Miss Lizzy» de Larry Williams . Necesitamos canciones, todo es cura, sea Fleetwood Mac o Thelonious Monk . Siguen las notas del piano y sigue la voz de Dylan, recordando la tragedia de Altamont , los ángeles del infierno y a los Rolling Stones ; sobrevolando las carreteras secundarias, al sur de Dallas, por poblados fantasma como Roma, durmiendo desnudos bajo un manto de bluebonnets , esas raras flores azules que anuncian la primavera en todo Texas.

Sigue el bardo dulce, acariciante, compasivo, recordando a Oswald y a Jack Ruby . ¿Acaso somos tan distintos? Aunque en el sentir de Dylan, cuando pide al disc-jockey Wolfman Jack que ponga otra canción, hay implícitas otras canciones-secuencia como la suya, «American Pie» de Don McLean o la también hermética letra del «Hotel California» de Eagles . Se amontonan en el oyente las canciones anteriores legadas por Dylan: «Desolation Row», «Idiot Wind», «Hurricane», esta última tan calculada en su aparición. Otro grano de arena.

Dylan quiere que sobrevueles el Downtown de la ciudad, de Elm Street en Deep Ellum hasta la colina de Grassy Knoll . De Dealey Plaza hasta el fatídico sexto piso. Tienes un visitante cada madrugada. Es el alma de Kennedy, pues hasta su cerebro robaron, que simboliza el fin de la edad de la inocencia, ese paseo por el río Trinity junto a Suzy que ya no volverá. A John lo llevaron muerto al Parkland Hospital. «Otro chivo expiatorio, como Patsy Cline».

En esta canción-río se amontonan las referencias musicales, históricas y cinematográficas

Se amontonan las referencias, quiere Dylan limpiarnos el corazón y la pena con infinitas canciones, de Etta James a John Lee Hooker , Guitar Slim o Marilyn Monroe , Eagles o Nina Simone . Qué más da. Al fin y al cabo Warren Zevon no saltó por la ventana del hotel de la Avenida Gower. Pero ahora toca tragedia, así que los Platters puede cantar «Twilight Time». O «que otro muerda el polvo», de Queen . O «De vuelta a Tulsa», de Bob Wills .

Una de Brad Paisley o de Junior Parker . Oscar Peterson y Stan Getz nos sirven. Hasta los Allman Brothers de Dickey Betts . Charlie Parker, Art Pepper, Monk. Buster Keaton o Harold Lloyd. Ella Fitzgerald cantando «Cry me a River», Lindsay Buckingham y Stevie Nicks. Nat King Cole o Terry Malloy. Elvis Presley rima con Shakespeare. Qué gran ironía, aterrizar en Dallas en un aeropuerto llamado «Love Field». Lo mataron en la casa del sol naciente. Chet Baker o Skeeter Davis sobre una de Cole Porter . Los valientes andan solos, como Kirk Douglas . Jelly Roll Morton o Little Richard . Tom Rush canta «Driving Wheel» de David Wiffen . Suena Beethoven , Eric Clapton ataca «Key to the Highway» de Big Bill Broonzy . Marchamos hacia Georgia. Llega el eco de viejas canciones de la vieja Escocia. Bud Powell o Lester Young. En fin, canta, un gospel, canta «Murder Must Foul». Y no preguntes qué puede hacer tu nación por ti. Sino tú, por tu nación.

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