LIBROS

Annie Ernaux, recuerdos que se desvanecen

La autora francesa, Premio Formentor 2019, rememora en «Los años» su camino vital, desde su infancia en el mundo rural hasta su madurez, en una suerte de autobiografía colectiva

Annie Ernaux, Premio Formentor 2019 EFE
Jaime G. Mora

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Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) vuelve a la década de los ochenta y se ve con 40 años; le invade una sensación de extrañeza, en ese lugar indeterminado que separa dos generaciones: la de esa niña criada en la Normandía profunda, en la escasez de todo, «de objetos, imágenes, distracciones, de explicaciones de uno mismo y del mundo», y la generación de esa catedrática jubilada que a sus 68 años escribe « Los años », vive a 40 kilómetros de París y ha encontrado un estilo literario que después llamarán autoficción.

Pero en su cuarentena siente vértigo, «vértigo frente a la inmutabilidad». Está divorciada, vive sola con sus dos hijos y tiene un amante. Ha vendido su casa con una indiferencia que le sorprende. Durante la separación, un abogado ha transformado la historia sentimental «en un lenguaje jurídico» que purga cualquier elemento pasional. El matrimonio ha sido un intermedio en su vida. Siente que ha retomado su adolescencia, aunque ya no se avergüenza por querer satisfacer sus deseos. Eso sí ha cambiado. Mayo del 68 ha acabado con la religión como marco oficial de la vida y ahora es «capaz de decirse tengo ganas de follar».

Ernaux ha perdido el pudor. El pudor, dice, se desvanece cuando aparece la realidad. Ha entendido que para transmitir su «experiencia de mujer» debe dejar de lado la ficción de sus primeras novelas y buscará en su memoria el verdadero rostro de su época. Y así, en 1981, llega « La mujer helada », título que describe su sensación al verse atrapada en el papel de esposa y madre. ¿No se suponía que ella había escapado de ese «futuro asignado»? ¿Dónde quedó su voluntad de permanecer joven?

Dos años después, en «El lugar», narrará la muerte de su padre. Ernaux le ha quitado las máscaras a su escritura. Su estilo es ahora preciso, sin lírica. En « Pura pasión » (Tusquets, reedición en noviembre) habla del deseo de una mujer madura y culta que solo ansía la llamada de su amante. En « El acontecimiento » (Tusquets, reedición en noviembre) profundiza sobre su aborto clandestino. Una cierta sensación de mujer, «la de una inferioridad natural», ha desaparecido y por eso vuelve a cuando abortar era un delito. Su vida es su época: a diferencia del batallón de autores atormentados que han terminado por pervertir la autoficción, Ernaux se cuenta a sí misma al tiempo que cuenta el mundo que la rodea.

Habrá una veintena de títulos, sobre el cáncer de mama que sufrió (« El uso de la foto »), sobre el alzhéimer de su madre (« No he salido de mi noche »), sobre su primera experiencia sexual aquel verano de 1958 (« Memoria de chica »)… Todos estos traducidos por Cabaret Voltaire, que desde 2015 viene publicando un libro por año de la autora francesa. El último lanzamiento, coincidiendo con la entrega del Premio Formentor por esa manera de «desvelar sin pudor la condición femenina», lleva el título de «Los años», su particular Aleph: el libro que contiene todos los libros que Ernaux ha escrito porque en él está todo su camino vital, el que ha experimentado entre 1940 y 2008, cuando hace este brillante ejercicio de fusionar su memoria individual con la memoria de Francia.

Aquí regresa a las décadas pasadas; a los años cincuenta, de los que rescata las frases que le decía su madre o los lamentos de las cenas familiares, y a la vez habla de un país que pasa hambre tras la guerra, de la educación católica o de los grilletes del mundo rural. Ernaux regresa a los sesenta: enumera los libros, películas y canciones que la hacían sentirse «auténtica»,y así detalla el progreso de una sociedad espoleada por los jóvenes del 68, los de la liberación sexual, los mismos que, ya en los noventa, con un trabajo seguro y una vida más o menos ordenada, terminarán por entregarse a la sociedad de consumo.

Ernaux bucea en el imaginario de sus días vividos, en los recuerdos que se desvanecerán con el pasado, para «salvar algo del tiempo en el que ya no estaremos nunca más».

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