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Álvaro Enrigue: «Me encantaría que la gran novela americana estuviera escrita en español»

El escritor mexicano publica «Ahora me rindo y eso es todo», novela que ilumina el espacio cultural hispánico de la Apachería

Álvaro Enrigue ABC
Jesús García Calero

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Álvaro Enrigue (Guadalajara, México,1969) ha iluminado con su novela «Ahora me rindo y eso es todo» (Anagrama) el inmenso espacio cultural que la narrativa «yankee» oscureció al abordar el final de las guerras indias. Gerónimo y los últimos guerreros apaches son una extravagancia estadounidense, cuya reclusión y muerte sirve de colofón a la conquista del vacío suroeste de Estados Unidos. Enrigue demuestra que la Apachería no era un yermo en el que solo unos pocos salvajes resistían el trote «civilizador» del Séptimo de Caballería, que llevó a los chiricahua a la extinción deseada. Documentándose de forma incontestable y viajando por el territorio, el escritor desentierra el pasado oculto bajo el polvo del desierto y de la Sierra Madre. Capas y capas de un pasado que importa mucho en este presente de indios que vuelven desde más al sur, de niños que emigran solos y naciones que se amurallan. El mito de los gringos cae: «Gerónimo era más mexicano que la salsa verde», afirma Enrigue. Esta gran novela americana no es solo histórica, en ella vibran los conflictos actuales que atraviesan la frontera por encima y por debajo, antes y después del muro de Trump.

-Arranca con un rapto, el de una mujer que se hizo apache. ¿Es todo cierto?

-El personaje de Camila es mi personaje favorito, particularmente importante porque es un cuerpo femenino que se impone y termina tomando su decisión en un mundo duro, que siempre hemos percibido como un mundo de hombres. En las mitologías del oeste norteamericano las mujeres eran pirujas o madres y no había nada en medio. Es un personaje histórico. La mujer principal del jefe Mangas Coloradas era una mexicana que había sido raptada y en lugar de ser esclavizada lo enamoró. Se muestra el procedimiento brutal por el que fue transformada en una apache. Era el común.

-¿Cómo nace la idea?

-Empecé sobre un dato falso. José Emilio Pacheco me contó que el padre de Alfonso Reyes había participado en una expedición para detener a Gerónimo. Busqué incansablemente el dato y no lo encontré. Gerónimo es una figura mítica. Los niños gringos gritan su nombre desde el trampolín cuando se tiran a la piscina. Que estuviera relacionado con el padre de Alfonso Reyes, que además era un militar prominente, gobernador de Nuevo León, golpista, ya me impresionó. Pero al investigar, solo con hacer las sumas, la historia se dio la vuelta. Descubrí que Gerónimo era en realidad mexicano. Yo pensaba escribir una historia de militares mexicanos incidiendo en la historia de EE.UU y siendo borrados.

-¿Por qué lo era?

-Había nacido después de 1821 y antes 1943 en Nuevo México. La Constitución concedió derechos completos de ciudadanía a los pobladores originales de América en 1821. Así que por donde lo veas era mexicano. Y hablaba un español muy fluido. Todos lo hablaban porque se criaron en México. Pero había muchos jefes que nunca lo utilizaban. En todos los casos el que parlamentaba era el chamán de guerra, que acompañaba al jefe. Durante 60 años fue siempre Gerónimo, que era el mejor estratega de todos.

-En EE.UU. no les perdonaron ni de ancianos.

-Los hijos de los últimos guerreros fueron llevados a escuelas en Pennsylvania. Se morían de tos ferina y de enfermedades que ya por entonces se curaban. Gerónimo y sus hombres murieron como prisioneros en la base militar de Lawton, Oklahoma. El ejército mexicano habría fusilado a los hombres y esclavizado a las mujeres, y las habría enviado a conventos para que fueran entrenadas como sirvientas. Los gringos les conceden eso, poder estar vivos con sus familias en condiciones de prisioneros de guerra. Lo impresionante es que nunca los dejaron ir.

«Descubrí que Gerónimo era en realidad mexicano, más que la salsa verde»

-¿Por qué?

-Pues ni cuando eran pocos y estaban viejos. Pero lo impresionante es que para llegar al cementerio donde están enterrados apaches temibles como Nana, Mangus, o Gerónimo, tienes que cruzar diez rejas y alambrados, una zona en la que avientan bombas, es una cosa enloquecida, como si siguieran muertos de miedo de que se despierten. El ejército se mostró como una máquina de procesar historias. Las calles de la base llevan sus nombres. A la romana, comerte al enemigo, absorber a sus dioses y ponerlos en tu templo. El templo de la nacionalidad estadounidense incluye ferocidad chiricaua. Es triste que en México hemos renunciado a esa herencia y además no existe una figura como Gerónimo.

-¿Pancho Villa casi se hizo apache al final?

-(ríe) La historia de la expedición punitiva de 1916 es verídica. Fue la primera con camiones y aviones de la historia de la humanidad, prólogo de lo que iba a pasar en la I Guerra Mundial. Se movía a gasolina y esos juguetes fueron estrenados en México. Las invasiones estadounidenses en América Latina siempre han servido para eso desde entonces, para estrenar los juguetes. Junto a esos adelantos, los buscadores seguían siendo apaches. El tema del lenguaje es fascinante. Un buscador en ese momento y en ese lugar se llamaba un coyote. Y la persona que guía hoy a un pollero, a un traficante de personas del sur al norte en el mismo desierto, se llama también coyote. El hijo mayor de Gerónimo se llamaba ni más ni menos que chapo.

Álvaro Enrigue

-¿Por qué dice que la Apachería es un tercer país?

-No es México ni EE.UU. Pasé muchos meses en ese desierto. No hay una zona en la que se hable más inglés que ahí. En Nueva York puedes vivir sesenta años sin decir una palabra de inglés, puedes circular por el Nueva York dominicano, mexicano y boricuo. Pero allá tienes que hablar inglés a fuerza. Para poner gasolina, para comprar cocacola, todo es en inglés y aun así la única radio que se escucha es en español, porque llega del norte de México, que está infinitamente más poblado y civilizado que esta zona.

«El genotipo de EE.UU. está cambiando, pronto será un país moreno. No exterminas una población y ya. Regresan»

-¿Qué aporta la ficción a los conflictos del presente?

-La literatura no responde al día a día del periódico y la radio pero medita incansablemente. Un novelista produce conciencia sobre un tema y acomoda en la memoria del lector instrumentos de contexto. No es nuestro único fin como escritores pero ahí descansa el valor político de toda escritura literaria. Cuando alguien dice que su escritura es apolítica en realidad está escribiendo un libro de derechas. No hay literatura no política. La migración es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, va de los países pobres a los ricos, como una manera de nivelar la economía mundial o como un sistema de ganar votos por el método más barato y malvado posible. Una de las regiones en las que ese intercambio de culturas y personas de tonos de piel distinto está sucediendo más intensamente en el mundo es la zona en la que sucede esta novela.

-¿Puede hablarse de gran novela americana sin la mirada correctora hacia el sur?

-Me encantaría que la gran novela americana estuviera escrita en español. No digo algo que resulte estadísticamente improbable. En Estados Unidos viven más hispanohablantes que en España o en Argentina. La mirada hispanoamericana debe estar integrada en la literatura estadounidense, porque los Estados Unidos son simplemente inexplicables sin ella, más los de los últimos años, pero como demuestro en mi novela, siempre ha sido igual. El único lugar en el que no hay hispanos tomando decisiones y ejerciendo acciones que modifican la historia son los «westerns».

-América es mestiza.

-Este país siempre lo fue y eso viene directamente del inmenso mestizaje de México, que siempre ha sido borrado. La mayor parte de la población del siglo XVIII de la ciudad de México era de origen africano. Y lo extraño es que nosotros vivimos en la ficción del mural de Diego Rivera, en el que somos una especie de mezcla purísima, 50% y 50% de migrante europeo y poblador original. América estuvo siempre abierta por los dos lados.

-La venganza de los indios que regresan a Arizona, ahora desde más al sur… ¿Asusta al blanco estadounidense que podría convertirse en minoría?

-Una de las explicaciones para esta cosa horrenda que nos pasó con Trump es lo que en México llamamos patadas de ahogado. El coletazo de un grupo que controló al país, identificado en términos raciales y religiosos consigo mismo, y que está perdiendo el control. Las minorías crecen más rápido que los descendientes de europeos, es cierto, quienes además se mueren más rápido. La crisis de opioides y el nuevo crack dañan fundamentalmente a la población blanca. Igual que es cierto que fue la población blanca la que votó en contra de un servicio médico gratuito universal. Y son los que los utilizan. Es un ánimo kamikaze. El genotipo de los Estados Unidos está cambiando velozmente, y pronto será un país moreno, no sé si en la próxima generación. Es el destino. No vas y exterminas a una población y no pasa nada. Siempre regresan.

-Pero ahora en Estados Unidos se meten con Colón, y con Fray Junípero.

-(rísas) Ahora nos obligarán a decir cedros enanos a los juníperos.

-Me ha dado la impresión de que en su visión hay desafecto al pasado imperial español.

-Soy mexicano, por supuesto. Y no tengo problema de hablar de mi propia herencia. Soy hijo de mexicano y española. La herencia ibérica la he reclamado en todos mis libros, discutiéndola tanto como la herencia mexicana. Hay una historia evidente en la novela, cuando el mexicano está a punto de hacerse español y cuando tiene que jurar lealtad al rey simplemente no puede.

-Hay más elementos que definen esa desafección.

-No entendemos los tránsitos políticos entre regímenes también como grandes corrientes culturales. En la educación pública mexicana ves durante tres años el mundo prehispánico, durante dos años y medio el mundo de las repúblicas y durante diez minutos el imperio español, que ha sido la parte más larga. El cambio del 12 de octubre empezó en México, no en Los Ángeles, cuando se empezó a ejecutar un ritual que le pone los pelos de punta a mi madre -a mí me parece divertidísimo- en el que la gente va y protesta ante la estatua de Colón el Paseo de la Reforma en México. Pero ni el genocidio borraría la herencia o la responsabilidad que tenemos sobre la lengua compartida, que heredamos de Europa.

«Nací en una casa muy mexicana, no muy española, pero sí muy republicana. México debe hacer un trabajo de higiene ahí»

-Pensando en Fray Junípero, resulta evidente que donde hubo españoles sobrevivieron los indios, y donde no estuvieron, los indígenas fueron exterminados.

-Pero estamos trabajando en ello (risas). Donde no quedaron a lo mejor ya regresan. Donde fueron exterminados quedó un espacio ciego, vacío y ahora está siendo ocupado, desde hace años por migrantes mexicanos, y últimamente por las oleadas centroamericanas. Y va a seguir pasando. Hay una hipocresía profunda en negar la necesidad de personas que paguen impuestos en Arizona y Nuevo México.

-¿Cree que en México se tiene una idea de España desactualizada, basada en la visión del exilio republicano, que también explica esa desafección?

-Pues es probable que sí. Apunta a mi historia personal. Mi madre y sus padres eran republicanos y yo crecí en una casa que era muy mexicana y no muy española pero sí muy republicana. Estoy hablando casi como si los republicanos no hubieran sido españoles.

-A eso me refiero, claro.

-Había una manera de entender la hispanidad completamente distinta desde el exilio.

Álvaro Enrigue

-La embajada republicana estuvo vigente hasta la vuelta de la democracia.

-Mis hijos van a un colegio que se define como republicano y créame que no voy cantando por la calle la internacional. Pero mis hijos se saben de memoria el himno de la República. Tengo la impresión de que México debería hacer un trabajo de higiene ahí. Hace cuántos años ya que Foucoult dijo que teníamos que olvidar el siglo XIX, que esto de la nación-estado no funciona. Ha dejado de ser funcional en el mundo contemporáneo. Y de pronto el modelo imperial tiene cosas muy atractivas.

-¿El español, por ejemplo?

-No digo que debamos volver a los imperios, pero sí que valoremos que eran fluidos, cosmopolitas, plurilingües. Había cosas beneficiosas en todos y el imperio español, gracias a su porosidad y a su impecable desastre burocrático y gracias a que todo se hizo cosiendo y cantando era bastante hospitalario. Creo que hay que ser bastante tonto para negarlo. No es que niegue la responsabilidad que Europa tiene sobre la población original de América. Pero al mismo tiempo señalo que un modelo que tuviera la inclusividad y pluralidad de voces y las fluideces territoriales como las del imperio español no estaría tan mal.

-El auge del nacionalismo, ¿no es pánico ante esa superación supranacional, no es lo que inspira los nuevos triunfos políticos en Brasil, Hungría, Italia?

-Y no quites responsabilidades a México con los migrantes centroamericanos. El Gobierno de México no tiene estatura moral para discutir el tema del muro y los derechos de los migrantes mexicanos, porque tratamos mucho peor a los centroamericanos de lo que Estados Unidos trata a los migrantes mexicanos y centroamericanos. La política más atroz, la de separación de familias, no es nada comparado con lo que los mexicanos les hacen a los centroamericanos cuando solamente están cruzando el territorio. La autoridad y la ley son absolutamente draconianas, grotesca e inaceptablemente.

-Los apaches de su novela son, además de fieros guerreros, muy familiares y con gran sentido del humor.

-Está en todos los libros de antropología e historia. En cualquier grupo de la gran nación apache, que debía llamarse atapascana, porque es lo que hablaban, una vez que una persona se integraba mayormente lo que hacía era reírse y ocuparse de los niños. Es cierto que era una cultura en la que imperaba el sentido del humor y en la que el honor completo de un guerrero se jugaba, por supuesto, en el campo de batalla, pero sobre todo en la lidia con los niños, que sus hijos fueran lo que llamaríamos ahora buenos ciudadanos, buenos guerreros, buenos padres, buenos miembros de la comunidad. No eran comunidades hospitalarias en las que integrarse fuera fácil, pero tenían vidas divertidas y además pues con valores que ahora extrañaríamos. Qué delicia esto de ir al combate como tu responsabilidad y estar todo tiempo en movimiento, conseguir comida, estar en continua competición con tu propio cuerpo en un ejercicio de resistencia física y mental.

-Usted trata a los indios como una nobleza, los reyes de un mundo.

-Bajo ninguna circunstancia puedo ponerme como mexicano criollito, con doctorado y acceso a las mejores bibliotecas del mundo, a adivinar qué es (o suponer, como se hacía en los «westerns») qué es lo que pensaban los apaches. yo lo que tengo son los registros de las conversaciones de los últimos jefes apaches con los militares estadounidenses y las notas de periódicos que dejaban sus ataques a poblaciones mexicanas, más una bibliografía más o menos extensa de una treintena de libros sobre comunidades apaches en la mesilla. Eso no alcanza para suponer qué es lo que pensaban. No lo sabemos y suponerlo es éticamente inaceptable. Tenían que ser vistos siempre en contrapicado, desde abajo, por seres humanos que no los entienden del todo pero saben que son superiores en ciertas lides a ellos.

-El relato es especialmente conmovedor en su dignidad final

-Los números que están en el libro son estrictamente históricos. Este último grupo de guerreros, incluidos varias mujeres, asoló un territorio infinito durante años, entre Nuevo México y Arizona, un lugar más grande que Alemania. Y cuando se rindieron resultó que eran 23. Si ese no es un ejemplo de resistencia, ¿cuál lo es? Y si no podemos invocar esa resistencia en tiempos difíciles como los actuales, con este retorno de los nacionalismos que es aterrador, esta ceguera frente el calentamiento climático, el retroceso posible de los derechos de las mujeres en Estados Unidos. Todo eso está en la puerta, no ha empezado a pasar pero a lo mejor empieza a pasar si no buscamos ejemplos de resistencia. Estaremos condenados a la extinción como una cultura que fue progresista y liberal, que quiso ser cosmopolita.

-¿Debemos contar mejor nuestra historia?

-Es el deber de nuestra generación, dar testimonio desde nuestro punto de vista. Tenemos nuevos datos y nuevas perspectivas. Si no dejamos un testimonio de lo que hemos aprendido del pasado en el presente no tenemos derecho de estar vivos. Tenemos que justificar, el verbo tan hermoso que utiliza siempre Borges. Es el trabajo de los escritores, con la vieja información y las nuevas ideas podemos ver el mundo desde una perspectiva que sería absolutamente impensable para la generación anterior y lo será para las futuras.

-Gerónimo es más mexicano que la salsa verde.

-Pues sí, y además está enterrado en los Estados Unidos, pero ¿cuántos mexicanos no?

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