César González-Ruano
César González-Ruano - ARCHIVO ABC

Ajuste de letrasLa costumbre de Ruano

El 15 de diciembre se cumplen 50 años de la muerte de César González-Ruano, escritor «en periódicos». Sobre todo, en ABC

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En la última columna que publicó en ABC, cuando no podía ni inclinarse en la cama para alcanzar la mesilla de noche, César González-Ruano lamentaba haber perdido la habilidad de escribir su segundo artículo del día. Solo hacer el primero ya le suponía un empeño heroico. «Es algo tremendo cómo una costumbre adquirida durante muchos años, sin ningún esfuerzo se pierde en unas semanas», decía.

Durante sus 40 años como «escritor en periódicos», que no «de periódicos», Ruano firmó entre 20.000 y 30.000 artículos. En la década de los 20 publicó cerca de 30 libros. Crónicas, reportajes, entrevistas, perfiles, novelas, poesía… Todo eso hizo Ruano, que no sabía «escribir despacio». El libro «El terror en América» lo terminó en diez días.

Pero antes de morir, cuando pasaba los días «más mal que bien», su «humillante inferioridad» le impedía recordar con nitidez su vida anterior.

Portada de ABC
Portada de ABC

La vida anterior de Ruano comenzó a redactarse en 1922, cuando lo expulsaron del Ateneo de Madrid por llamar «pesado» y «cejijunto» a Ortega y Gasset y decir que Cervantes «escribía con los pies». Colaboró como republicano convencido en el «Heraldo de Madrid» y llegó a ABC en 1933, poco después de visitar a su entonces director, Juan Ignacio Luca de Tena, en la cárcel donde lo encerró la República. «Al contrario que tantos otros, te hiciste monárquico al caer la Monarquía», recordó el segundo director de ABC.

Ruano, que cultivaba el dandismo, bigote fino y pelo repeinado, contó para ABC los primeros seis meses de Hitler en el poder tras ganar el Premio Mariano de Cavia. Evitó la Guerra Civil en Roma, regresó a Berlín y se perdió en París hasta que en octubre de 1943 cayó en Sitges, en el primer chiringuito. Allí pasó cuatro años «no vividos, sino bebidos». Se levantaba a escribir todas las mañanas «medio muerto». La mano derecha le temblaba y debía sujetarse la muñeca con la mano izquierda. Vivía en un «estado de nervios próximo a la locura, con fallos del corazón y unos mareos que imitaban bastante bien los síntomas de la muerte».

«Tan fácil es acostumbrarse a la virtud como al vicio», escribió Ruano

La muerte. A Ruano siempre le rodeó la muerte y su leyenda negra. «Tan fácil es acostumbrarse a la virtud como al vicio», escribió. En el Madrid de la República se acostumbró a escribir a sueldo de Goebbels. En el París de la Ocupación se acostumbró a expoliar a los judíos: los alemanes lo encarcelaron creyendo que les ayudaba a escapar. Lo excarcelaron para que espiara para la Gestapo, como asegura Joan Estelrich y corrobora Néstor Luján en unos diarios inéditos: «Ruano ni tuvo gracia para cobrar el sueldo de la Gestapo, caridad que los alemanes le dejaron de pasar al saber que estaba enterado todo el mundo de que hacía de espía». La mortuoria leyenda negra de Ruano se completa en la Francia de la Liberación, con la condena en ausencia a 20 años de trabajos forzados por delatar a sus compañeros de celda, resistentes.

Ruano tuvo «en realidad varias muertes hasta la verdadera», escribió ABC cuando el articulista falleció, en 1965. Él acostumbraba a anticipar la suya. Lo hizo en el 59: «La muerte de San Agustín es como un místico y mítico nacimiento. Le envidio su destino final: desnacer en los brazos donde se ha nacido». En el 62: «Familiarizarse con la idea de la muerte, tengo yo por buena disciplina, por noble ejercicio, por digno y hasta ameno juego mental». En sus diarios íntimos: «Encargo que se me ponga en el suelo y que me vea la menor gente posible en el ataúd. Buena o mala, yo quise ser una estatua, no un horrible cadáver».

«Muchas veces, la muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir»

El día en que un proceso vascular se lo llevó pasaron por su casa madrileña en Ríos Rosas, 54, piso 7º derecha, entre otras celebridades, Camilo José Cela, Bobby Deglané y el director del No-Do. Hasta 2013, cuando la Fundación Mapfre lo suprimió para desgracia de prometedores plumillas, Ruano dio nombre al premio que ha reconocido a los columnistas más castizos.

Al enviar su última tercera a ABC, Ruano pidió que la dieran pronto porque no veía salida a su «deplorable estado de salud». «Créeme que lo único que aún me hace ilusión es escribir, aunque me cuesta mucho esfuerzo», le dijo a José Luis Vázquez Dodero, jefe de Colaboraciones. La columna se titula «La costumbre», y fue publicada el 15 de diciembre de 1965, el mismo día de su muerte. Terminaba así: «Voy creyendo firmemente que todo reside en la costumbre. Y que, muchas veces, la muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir».

«Si existen los fantasmas, nadie con más capacidad fantasmal que César para seguir recreándonos desde su tumba», escribió Joaquín Romero Murube.

Ya lo dijo Ruano: «Nadie se muere si vivió de veras. Se mueren solo los muertos. […] La inmortalidad es memoria».

Ver los comentarios