ARTE

24 horas (y pico) en pos de William Klein

La Fundación Telefónica dedica, dentro del programa de PHotoEspaña, una retrospectiva a uno de los mejores fotógrafos del siglo XX. Un autor con buen ojo y pocas palabras

William Klein (y su cámara) en el Espacio Fundación Telefónica Guillermo Navarro

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Cuando un artista que genera gran expectación visita una ciudad, resulta muy socorrido para una crónica escribir que «pasó por Madrid como un huracán». Ese tópico no nos sirve en esta ocasión, porque, con 91 años, nadie está muy «huracanado» . Ni siquiera un fotógrafo tan potente –estética, temática y físicamente– como William Klein , padre (dicen) de la «street photography» y tío favorito, padrino excéntrico o novio díscolo de otro buen puñado de disciplinas artísticas: pintura, foto de moda, cine de ficción, documentales, fotografía abstracta y seguro que alguna otra que se nos quedará en el tintero.

Ya nos habían advertido que entrevistar a Klein (Nueva York, 1928, pero residente en París desde hace muchas décadas y absolutamente afrancesado) iba a ser complicado. No tenía muchas energías, ni muchas ganas , pero finalmente conseguimos que nos dedicara unos minutos el viernes a las 18:30, antes de la inauguración de « Manifiesto », la retrospectiva en la Fundación Telefónica que lo trae a España . Tres o cuatro preguntas, hechas en voz alta y clara, muy cerca de su oído.

¿Está satisfecho con esta exposición?

Sí, está bien.

¿Hay alguna parte de su producción artística a la que le gustaría que se prestase más atención?

Hay que pensar en conjunto.

Llegados a ese punto, está claro que la entrevista no va a ir bien. Probemos otros temas. ¿Le era fácil captar el espíritu de las ciudades? ¿Fotografía en el siglo XXI? Agua. Solo al preguntarle qué ciudad fotografiaría si tuviese ocasión dice algo –quizá– revelador: «Todo está bien» . Lapidario.

A través de la cámara

¿Qué se puede hacer en un caso así? Seguirle mientras visita la muestra, llevado en silla de ruedas. Y ahí sí se ve que Klein sigue perfectamente centrado en lo que le interesa: la fotografía . Recorre la cita mirando sus propias obras a través de una pequeña cámara digital, discutiendo con su director de elementos creativos (uno de los dos miembros de su estudio que le acompañan fielmente) sobre las diferencias de imagen entre el visor y la pantalla de la cámara: «Es como el día y la noche». Buen ojo, pese a las dioptrías que da la edad .

Parece satisfecho con el montaje, que recoge desde las pinturas abstractas que realizó mientras estudiaba con Fernand Léger hasta los «contactos pintados», intervenciones sobre sus propias pruebas fotográficas realizadas en las últimas décadas. Entre medias, fotos abstractas inspiradas por Moholy-Nagy , vídeos de sus películas (con una sección especial dedicada a « Qui ètes-vous, Polly Maggoo? », su sátira del mundo de la moda, de 1966); abigarrados montajes de sus instantáneas urbanas que intentan reproducir la sensación de estar mirando a la multitud; la maqueta original de su seminal libro sobre Nueva York ; y un desfile de sus intencionadamente extrañas tomas de moda.

«¿Qué ciudad fotografiaría ahora si pudiera? Ninguna, todo está bien»

Se anima a subir al escenario en la presentación de la exhibición y hasta a decir unas palabras, ahora sí («Si ves la exposición y lo juntas todo te darás cuenta de en qué pienso cuando saco una fotografía»). Pero enseguida deja caer el micro y vuelve a sacar la cámara . Está a lo que está. Cuando vuelve a subir a las salas sigue sacando fotos a los visitantes y a los fotógrafos que le retratan. Estas están concurridas y algunos admiradores se le acercan . Un japonés le traduce alguno de los carteles que se ven en sus fotos de Tokio: «Pone “tempura”». No resulta muy revelador. Klein, mudo. Casi las 9 de la noche, ya no son horas.

Al día siguiente tiene programada una visita al Museo del Prado . Sale encantado, dándole las gracias a la guía, pero sus ayudantes no saben decir si ha habido alguna obra que le haya emocionado particularmente.

«Mon Dieu!»

Del Prado, al Botánico, donde tiene programada una firma de libros . Entre 40 y 50 personas hacen cola antes de que llegue. La mayoría con « Celebration », el volumen sobre su obra que acaba de publicar La Fábrica, pero algunos llevan otros más clásicos. «Mon Dieu!», exclama Klein cuando un «superfan» se le acerca con un buen taco de sus libros , incluyendo una primera edición de «New York 1954-1955». Es casi lo único que dice en todo ese rato (salvo para preguntar el deletreo de algún nombre), pero firma con rapidez y sin titubeos. No lleva su cámara, pero tras las firmas –mientras se toma un té y una «cookie»– posa con algunos «fans» bastante animado, haciendo la V de la victoria y hasta tirándole un beso a una chica .

Misión cumplida. Son las 20 horas del sábado. El «equipo agotado» de su estudio me pide que les saque una foto de recuerdo y Klein se despide de mí con un «À bientôt». Lacónico hasta el final .

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