Virginia Woolf, a quien la periodista argentina Irene Chikiar dedica la biografía «La vida por escrito» (Taurus)
Virginia Woolf, a quien la periodista argentina Irene Chikiar dedica la biografía «La vida por escrito» (Taurus)
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Cara y cruz de Virginia Woolf

Biografías de la escritora británica hay muchas, porque su personalidad da para eso y más. Pero la que le dedica Chikiar Bauer profundiza en los pasajes más discutidos de su vida

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He aquí una biografía, una más, de la escritora inglesa Virginia Woolf que se propone no tanto los hechos que pautaron su vida, perfectamente establecidos ya en su caso, como las circunstancias que los rodearon –la familia, los amigos, el entorno– y, sobre todo, atrapar su peculiar personalidad, polimorfa y escurridiza. Escurridiza también para sí misma, aun contando con el esfuerzo introspectivo permanente que mantuvo en sus diarios y cartas. Es decir, allí donde limitaba su maravillosa imaginación para poner al descubierto los hilos que tiraban de su propia vida.

En todo caso, con qué aguda percepción de las cosas y de las personas Virginia Woolf convirtió su obra, de ficción y de no ficción, en un pozo de gran profundidad o en un cielo inmenso y abierto: «Es la única mujer en el mundo con esa vasta inteligencia», dijo de ella Lytton Strachey.

Y quizás tuviera razón.

Las crisis nerviosas planean en su vida y en la de quienes la rodean

Desde la primera biografía escrita por encargo de Leonard Woolf a su sobrino Quentin Bell, y publicada en 1972, no menos de una docena de biografías han seguido la misma senda, ubicándose lógicamente en aspectos o dimensiones menos tratados por Bell o no tratados en absoluto. Varias son las cuestiones en disputa. Veamos: el papel de Leonard Woolf en el suicidio de la escritora, progresivamente impugnado por quienes no quieren verlo como el héroe indiscutible que ofrece Quentin Bell; el papel jugado por su enfermedad maníaco-depresiva en relación a su vida y a su obra (¿era curable en la época y hasta qué punto podía afectarla en su vida diaria?); el papel de su homosexualidad (¿cómo conjugarlo con su matrimonio de treinta años, aun teniendo en cuenta la libertad experimentada en el seno del «Old Bloomsbury»?); y el papel del abuso sexual sufrido en su adolescencia y al que ella misma se refirió en tres textos autobiográficos reunidos en Momentos de vida.

Fue Louise DeSalvo quien se alejó de las interpretaciones anteriores a 1989 (más bien inclinadas a pensar que había dramatizado un simple escarceo) para señalar a Virginia Woolf como una «superviviente al incesto» cometido por su hermanastro George cuando ella tenía unos 18 años y era lo suficientemente tímida como para querer evitar un conflicto con él generándole, sin embargo, un difuso sentimiento de culpa y de rechazo.

Sombra depresiva

Las preguntas seguirían, pero vamos con las respuestas que ofrece la periodista argentina Irene Chikiar Bauer, quien desde el primer momento ofrece algo que sí es verdaderamente novedoso: una biografía completa de la novelista británica pensada y escrita en castellano, utilizando la voluminosa bibliografía disponible para trazar una especie de diagonal matizada en aquellos pasajes más discutidos de su vida.

Chikiar insiste en la dimensión vital de la escritora; la quiere despojar de la sombra depresiva que la ha perseguido, dice. Pero cualquiera que haya leído su obra está más que familiarizado con su excepcional sensualidad y su sentido de la ironía. No me parece un aspecto que deba reivindicarse porque no creo que se haya olvidado nunca; solo convive con el lado oscuro y melancólico de la escritora, y ambos forman parte de su singularidad.

Virginia Woolf a su marido: «No siento ninguna atracción física hacia ti»

Dicho esto, la última biógrafa de la escritora ofrece una semblanza muy completa porque la considera en relación con su entorno, y muy especialmente con su familia, con su hermana Vanessa, su marido, Leonard, y con algunas de sus amistades íntimas: Violet Dickinson, Vita Sackville-West, Ethel Smyth y otras mujeres.

El hecho de que el libro, de casi mil páginas, se organice en dos bloques –el primero llega hasta la muerte de su padre (1904); a partir de entonces la biografía se estructura por años– marca además la gran influencia ejercida por Leslie Stephen (magnífico retrato) sobre su hija, sin duda una mujer de transición entre dos mundos: los viejos valores victorianos en los que se educó y el deseo de libertad moral y apertura intelectual que defendería firmemente en su obra.

Claro que Chikiar ofrece una lectura personal de sus diarios y cartas, pero resultan convincentes sus conclusiones en aspectos que habían quedado tal vez confusos para un lector no experto en Virginia Woolf. Así, entiendo que no hubo violación, en sentido estricto, de su hermanastro George, aunque este sí la forzó a caricias y besos indeseados que hicieron mella en su sensibilidad, cohibiendo su propio deseo; la relación sexual con su marido fue un fracaso desde el minuto cero y él comprendió que no debía forzarla en esa dirección, de modo que se resignó a no tener relaciones, pues ella no hubiera resistido tampoco su infidelidad.

Pulsos afectivos

Las crisis nerviosas planean constantemente en su vida y en la de quienes la rodean, muy especialmente en las de Vanessa y Leonard, sus dos ejes. Virginia depende afectivamente de su solicitud, pero mantiene pulsos afectivos con ambos. Con su hermana, la escritora crea una relación de admiración rendida ante su superioridad como mujer y madre y, al mismo tiempo, siente el deseo de superarla con su talento. Con él seduce a Clive Bell, marido de Vanessa, con gran sufrimiento para esta (fue una relación blanca, pero de una gran complicidad al principio del matrimonio de su hermana). Sorprenden, en todo caso, el perdurable anhelo de maternidad reprimido en la escritora y los celos que siente ante la familia fundada por Vanessa.

Virginia Woolf: «Yo utilizo a mis amigos más bien como lámparas»

Para Chikiar, la biografía de Quentin Bell potenciaba la «locura» de Virginia como respuesta dolida ante los comentarios ácidos de la escritora vertidos en sus cartas en relación a Vanessa y a sus hijos; del mismo modo, esa «locura» exoneraba a Leonard de responsabilidad ante su suicidio. Su tesis es que el matrimonio se había distanciado lo suficiente como para que Virginia se viera incapaz de superar otra crisis depresiva por sí misma y, al mismo tiempo, comprendiera el agotamiento que sufría su relación conyugal, asediada además por el compromiso político de Leonard contra el nazismo.

En La vida por escrito la homosexualidad de Virginia no ofrece duda: ella no soportaba la relación erótica con un hombre y así se lo dice a Leonard cuando rechaza su propuesta matrimonial: «No siento ninguna atracción física hacia ti. Hay momentos –uno fue cuando me besaste– en que no siento nada, como si fuera una piedra». Sin embargo, ambos hicieron un esfuerzo y desafiaron las evidencias para forjar una relación verdaderamente humana, hecha a todas las temperaturas excepto a la de la pasión.

«Yo utilizo a mis amigos más bien como lámparas: con su luz veo. Ensancho mi paisaje.» Prodigiosa Virginia Woolf, impedida de seguir los carriles convencionales de una vida corriente. Esa fue su cara y su cruz.

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