Gauguin, el artista «salvaje»: toda la verdad, pero sin juicios morales

La National Gallery de Londres revisa, en una ambiciosa exposición, la primera dedicada al retrato, todas las caras de un artista tan genial como polémico, que reinventó este género

«Autorretrato con Cristo amarillo», 1890-91 Museo d’Orsay, París

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Mientras Boris Johnson continúa echando un pulso a Europa, el mundo del arte responde con una interesante temporada en Londres: los dibujos de Leonardo , propiedad de la Reina, agotan sus horas en la Queen’s Gallery; Kara Walker denuncia la esclavitud afroamericana con una monumental fuente en la Sala de Turbinas de la Tate Modern; William Blake deslumbra en otra Tate (la Britain); la principal feria de arte del país, Frieze , se celebra hasta el domingo (España no pierde de vista un Botticelli , a la venta por 30 millones, pero declarado BIC y, por tanto, inexportable); Banksy abre tienda en la ciudad…

El lunes, la National Gallery rendía homenaje al Prado en su bicentenario. Ayer, el protagonista era Paul Gauguin (1848-1903), a quien, pese a protagonizar numerosas exposiciones y publicaciones en los últimos años, se dedica la primera muestra centrada en sus retratos. El artista postimpresionista francés redefine las reglas de este género tradicional, indaga en sus límites, lo revoluciona, lo reinventa. No lo utiliza para explorar la psicología de los retratados, ni subrayar su estatus social o su posición económica. Utiliza el retrato como un modo de abordar las relaciones con sus allegados (en algunos casos, como arma para ajustar cuentas con sus enemigos) o aspectos de su propia vida interior. La muestra es el resultado de una exhaustiva investigación.

Forman un conjunto especial, y numeroso, los autorretratos, de los que se exhibe una espléndida galería. Entrevemos en ellos a un hombre narcisista, egocéntrico, arrogante, con una gran autoconfianza. Según los comisarios de la muestra, Chistopher Riopelle y Cornelia Homburg, Gauguin fue un maestro en propagar una imagen de sí mismo cuidadosamente elaborada ( mitad civilizado, mitad salvaje ) y así llamar la atención en la competitiva vanguardia parisina. Trabajó con ahínco en la construcción de su propio mito . Para ello se valió de varios alter ego: de Jesucristo («Hay un camino al Calvario que todos los artistas debemos recorrer», decía) a Jean Valjean, el héroe de «Los miserables», de Víctor Hugo, o Buffalo Bill.

«Los ancestros de Tehamana», 1893 The Art Institute of Chicago

Pero, aparte de sus constantes selfis, todos sus retratos son, en realidad, una suerte de autorretrato: inmortaliza a sus familiares, amantes, amigos y colegas. Entre estos últimos, dos en especial, ambos holandeses: Vincent van Gogh y Meijer de Haan . En 1888 Gauguin y Van Gogh (su hermano Théo fue uno de sus marchantes) compartieron casi tres meses de trabajo en Arles, en la célebre Casa Amarilla. Una etapa que, a pesar del intenso intercambio de ideas, acabó como el rosario de la aurora y con Van Gogh con una oreja menos. Diez años después de su muerte, Gauguin trajo de París semillas de girasol. Las plantó y, cuando florecieron, pintó los girasoles en una enigmática naturaleza muerta que cuelga en la muestra, una suerte de retrato póstumo de Van Gogh, al que al fin reconocía su valía artística. De Haan, un pintor especializado en temas judíos, se convirtió en una especie de código simbólico de su obra.

Al igual que sus trabajos, Paul Gauguin se reinventaba constantemente . De agente de Bolsa en París, a uno de los artistas más destacados de la colonia de artistas de Pont-Aven, en la Bretaña francesa, al que admiraban Matisse y Picasso y que fascinó a todo un Nobel: Mario Vargas Llosa narró la vida de su abuela, Flora Tristán, en su novela «El paraíso en la otra esquina». Gauguin volvería a dar un cambio radical a su vida. Abandona a Mette, su esposa danesa, y sus cinco hijos, dejando atrás su vida en la vieja Europa para vivir como un «salvaje» libre en la Polinesia: Tahití, las islas Marquesas… Al igual que el protagonista de la «Lolita» de Nabokov, o el pintor Balthus, Gauguin siente fascinación por las adolescentes: se casaría con dos nativas, con las que tendría hijos. La primera, Tehamana, de trece años, a la que retrata en bellísimos cuadros como «Los ancestros de Tehamana», presente en la exposición, o «Nafea faa ipoipo (Cuándo te casarás)», que se vendió por 300 millones de dólares, uno de los más caros de la Historia.

Fantasías misóginas

La National Gallery explica, en las cartelas de la muestra, «las fantasías misóginas de los colonos europeos hacia las mujeres de la Polinesia» y el estatus privilegiado de Gauguin como occidental para gozar de la libertad sexual que se le ofrece. El director del museo, Gabriele Finaldi, comenta al respecto que «hay que entender la situación histórica y social de hace un siglo respecto a los representantes de los poderes coloniales. Había respeto y sumisión a los franceses. Era frecuente que los nativos les ofrecieran a sus hijas. Nos toca decir la verdad, pero no hacemos un juicio moral a Gauguin . Es un artista importante que tiene hoy mucho que decir. Debía tener un gran magnetismo y carisma. Alguien obsesionado consigo mismo, que construye una especie de mito». Pero reconoce que era un hombre «lleno de contradicciones». Al tiempo que era muy crítico con los poderes coloniales, él ejercía dicho poder.

«Busto de Meijer de Haan», 1889 The National Gallery of Canada (Otawa)

Del 7 de octubre al 26 de enero de 2020, esta muestra, organizada por la National Gallery de Londres y la National Gallery de Canadá (Otawa), donde se vio antes, reúne medio centenar de obras. Entre ellas, alguna novedad. Como un dibujo recientemente descubierto, en el que retrata al poeta griego Jean Moréas. La exposición, que se cierra con el último de sus autorretratos, pintado poco antes de su muerte a los 54 años, cedido por el Kunstmuseum de Basilea, se completa con un documental sobre la vida y la obra de Gauguin, que se proyectará en los cines del Reino Unido a partir del 15 de octubre.

Para unos, Paul Gauguin fue uno de los grandes genios de la Historia del Arte. Para otros, un salvaje colonizador sin escrúpulos, pionero del turismo sexual, pedófilo… que dio rienda suelta a sus deseos sexuales con adolescentes en los paraísos de los Mares del Sur. Deprimido por la muerte de su hija Aline, enfermo, ahogado por los problemas económicos, intentó suicidarse. Murió sifilítico en 1903 en Atuona, en la isla de Hiva Oa. En el dintel de su casa-taller había una inscripción: «Maison du Jouir» (Casa del placer). Junto a su tumba, una escultura, « Oviri » (significa salvaje en taitiano). Toda una declaración de intenciones de un artista que halló su paraíso en la otra esquina del mundo.

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