Francesca Woodman: el salto al vacío de un ángel con las alas rotas

La Fundación Canal rastrea en una exposición el inquietante universo de esta fotógrafa maldita, de culto, que se suicidó a los 22 años

Francesca Woodman. «Autoengaño nº 1», Roma, 1978. Detalle CORTESÍA CHARLES WOODMAN, THE ESTATE FRANCESCA WOODMAN

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Han pasado ya cuatro décadas desde que el cuerpo de la joven fotógrafa norteamericana de 22 años se desplomara el 19 de enero de 1981 en las calles neoyorquinas tras lanzarse al vacío desde su apartamento en el Lower East de Manhattan. Pero esta artista de culto, maldita , adorada como uno de los nuevos becerros de oro del arte contemporáneo, sigue estando rodeada hoy por un halo de misterio. La Fundación Canal (Mateo Inurria, 2) abre su temporada de exposiciones con una muestra de Francesca Woodman (Denver, 1958, Nueva York, 1981), cuyo título, «Ser un ángel/On Being an Angel», resulta cruelmente apropiado para alguien obsesionada con los ángeles (los veía como un alter ego, aunque sus ángeles no eran precisamente celestiales) y cuyo fatal salto mortal dio al traste con una prometedora carrera y una vida apenas comenzada a ser vivida.

Organizada por el Moderna Museet de Estocolmo, la muestra reúne, hasta el 5 de enero de 2020 , un centenar de imágenes y seis cortos, donde esas imágenes cobran vida, de esta artista inclasificable, que, pese a autorretratarse obsesivamente –fue su mejor musa–, en muchas ocasiones ocultaba su rostro. Quizá tratando de esconder su atormentada alma . Frágil, introvertida y vulnerable, dicen quienes la conocieron que también era carismática, provocadora, apasionada, excéntrica, brillante, dramática, con un sentido del humor muy peculiar. Ángel y demonio .

Francesca Woodman. «Sin título», Roma, 1977-78. Detalle CORTESÍA CHARLES WOODMAN, THE ESTATE FRANCESCA WOODMAN

Un regusto amargo

Sus poéticas obras , a caballo entre la fotografía y la performance, casi siempre en blanco y negro y en formato cuadrado (aunque a veces usó el color y el gran formato, como se aprecia en la exposición), resultan inquietantes, desasosegantes - dejan un regusto amargo en la garganta-, pero siempre fascinantes. El montaje de la muestra, que huye del morbo de su suicidio , no es oscuro, en contra de lo que cabría esperar.

La joven Francesca Woodman parecía destinada irremediablemente a ser artista, pues en su familia el arte era una religión y ella poseía un talento innato para contar historias a través de sus fotografías. Una madurez inusual, pese a su juventud. Su padre, George, era pintor; su madre, Betty, escultora, y su hermano Charles, videoartista. Debía ser una presión añadida tanto artista en la familia. Demasiado ego por metro cuadrado. Con solo trece años comenzó a mirar la vida, con enorme curiosidad, a través del objetivo de una Rollei japonesa de imitación. A esa edad se hizo su primer autorretrato, presente en la exposición. Pese a su prematura muerte , dejó un legado de unos 10.000 negativos y 800 fotografías impresas, de las que apenas ha visto la luz una cuarta parte. Gestiona su gran legado el Estate Francesca Woodman (Nueva York).

Francesca Woodman. «Desde Space», Providence, Rhode Island, 1976. Detalle CORTESÍA CHARLES WOODMAN, THE ESTATE FRANCESCA WOODMAN

La heroína (auto)destruida

«¿Cómo pudo alguien tan joven crear imágenes de tal potencia y complejidad?», se pregunta Anna Tellgren, conservadora del Moderna Museet de Estocolmo y comisaria de la exposición. «Sus imágenes remiten a la historia de la fotografía, pero reflejan también su tiempo y abren camino a nuevas interpretaciones». Aficionada a la literatura gótica, sus instantáneas, con una estética romántica , se desarrollan en unos ambientes decadentes , en casas abandonadas, en ruinas. Desamores, problemas psicológicos, su tendencia a la depresión y el suicidio acabaron (auto)destruyendo a la heroína, que ha inspirado a artistas de renombre como Cindy Sherman o Ana Mendieta .

La exposición recorre su corta pero intensa carrera, desde sus primeras obras, realizadas tanto en Boulder (Colorado), donde vivía la familia, como en Antella, en la Toscana italiana, donde veraneaban. Estudió en la Escuela de Diseño de Rhode Island; se marchó, gracias a una beca, a Roma, donde ya coquetea a placer con el surrealismo . El lenguaje e iconografía de los surrealistas le van como anillo al dedo a su estilo tan personal: máscaras, espejos, animales, el movimiento, la sexualidad... Como si fuese un juego de magia, Francesca Woodman aparece y desaparece en sus fotografías, se esconde y metamorfosea con el entorno, con la naturaleza; se desvanece .

Francesca Woodman. De la serie «Anguilas», Venecia, 1978. Detalle CORTESÍA CHARLES WOODMAN, THE ESTATE FRANCESCA WOODMAN

Un enigma indescifrable

En 1979 se marcha a Nueva York, donde sigue experimentando con la fotografía. El cuerpo femenino (la morada del alma, pero también su prisión, según la poeta Anna-Karin Palm) es el centro absoluto de su trabajo. Hay quienes lo ven como una reivindicación feminista , aunque las fotografías de Francesca Woodman han dado pie a interpretaciones de todo tipo y condición.

Pero el ángel quiso volar sin saber (o quizás consciente de ello) que tenía rotas sus alas. Ya en 1980 intentó suicidarse sin éxito. No falló la segunda vez. Como suele ocurrir en estos casos, la trágica y prematura muerte convierte al mito en eterno. En su caso, aumentó su aura de artista maldita y de culto. A partir de 1986, cuando el Wellesley College le dedica su primera gran retrospectiva , su fama no ha cesado de crecer. Tampoco el misterio en torno a ella. Francesca Woodman sigue siendo un enigma indescifrable .

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