Rodrigo Blanco Calderón - Haciendo amigos

¡Ser mujer no es un sentimiento!

«La reivindicación de la biología va pareja a la de otro término que servía para señalar como retrógrado a quien lo usara: sexo»

Rodrigo Blanco Calderón

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La frase que da título a este artículo la escuché hace poco, en una manifestación organizada por el Movimiento Feminista de Málaga en la Plaza de la Constitución de esta ciudad. Al pasar por allí me entregaron un volante cuyo encabezado reza: «¿Sabes qué implica realmente la 'Ley Trans'?».

Se trata de un hoja informativa que consta de 21 puntos donde se explica por qué, según esta organización, la Ley Trans supone un ataque frontal contra los niños, las mujeres e, incluso, los propios transexuales. Lo más interesante del volante y del grito de guerra fue la insistencia en algo que hasta hace poco era un anatema dentro del movimiento feminista y que una persona no podía recordar sin correr el riesgo de ser crucificada por las hordas de la corrección política: que, al parecer, después de todo, los hombres son hombres y las mujeres son mujeres.

Esta reivindicación de la biología va pareja a la de otro término que servía para señalar como retrógrado a quien lo usara: sexo . Cuando lo que se llevaba desde hacía unas décadas era el erudito y cosmopolita género, a pesar de que su trasvase al español es producto de una mala traducción del inglés gender, que a su vez empezó a circular en la Inglaterra victoriana como un eufemismo pacato que quería limpiar el lenguaje de las impurezas del sexo, tanto en su dimensión performática como verbal.

Este giro imprevisto en la estrategia de derrocamiento del patriarcado puede ser visto de distintas maneras.

Para quienes aspiran hacer de la identidad sexual un constructo volitivo, supone un retroceso. Pues aquí la población trans se concibe a sí misma como un ejército de avanzada que se inocularía dentro de las categorías tradicionales para dinamitarlas, en un estallido tecnológico, orgásmico y liberador.

Para quienes defienden la marca biológica como una denominación de origen, donde lo femenino sería el equivalente sexual del pueblo elegido, la Ley Trans es un caballo de Troya disfrazado de yegua, un ariete de la masculinidad avasalladora de siempre, que solo busca arrasar, también desde adentro, la diferencia y razón de ser de las mujeres.

Mi deplorable condición de hombre me inclina a celebrar que dentro de sectores importantes del feminismo la biología deje de considerarse un elemento ideológico. Sin embargo, esta misma condición humana me impide alegrarme demasiado. En especial, cuando veo que en el punto 13 del volante mencionado se define a la mujer como el «lugar de la experiencia compartida de habitar un cuerpo de hembra humana en una sociedad patriarcal, con la violencia que ello implica».

La mujer como un lugar que se habita. Es decir, una casa. La mujer de-vuelta al espacio en que la sociedad patriarcal la confinó durante miles de años. Y ni siquiera una casa propia, como hubiera aspirado Virginia Woolf , sino una casa compartida. Un bloque comunal, una colmena, donde no existen individuos pues estos han sido borrados por una violencia ancestral.

La imagen es desoladora no solo por el pasado al que hace referencia sino por el futuro al que aspira: persistir como monjas de clausura , velando el maltratado cuerpo colectivo, pues esa es la señal de su condición inmutable, sufriente, por los siglos de los siglos.

Todo esto, por supuesto, recuerda mucho a 'El cuento de la criada', de Margaret Atwood , y a la Tía Lydia, ese personaje macabro que enseña a las criadas las normas de la República de Gilead, así como su sistema jerárquico para clasificar al conglomerado de las Mujeres y de las No Mujeres.

La guerra de etiquetas, en nuestro caso, no es patrimonio exclusivo de un bando. Si las feministas de la vieja guardia (lo de «vieja» es solo un decir, por supuesto) reclaman para sí el término «mujer», las feministas de la nueva ola que apoyan la inclusión de la población trans les responden con el mote de « Terf », acrónimo de «Trans Excluyent Radical Feminist» (Feminista radical trans excluyente).

Según leo en varios foros dedicados al tema, terf ha sustituido a feminazi como insulto corriente en estas cuestiones. Con la diferencia crucial de que el desafortunado feminazi era un insulto pronunciado por hombres y mujeres que rechazaban (que rechanza) la lucha feminista. Mientras que terf sería ya un mote peyorativo generado al interior del movimiento feminista. La prueba de una fisura que, también según otras fuentes que pude revisar, no es del todo nueva.

Este cisma dentro del feminismo ya ha provocado sus respectivas hogueras. Es el caso de algunos lectores de J. K. Rowling , que han quemado libros y películas de Harry Potter en respuesta a algunas opiniones expresadas por la autora, a quien consideran transfóbica.

En España, en un nivel mucho más bajo, tenemos una versión de la Tía Lydia de Atwood. Una Tía Laura, llamémosla así, que establece una firme separación entre las Mujeres y la No Mujeres. Y quien también nos reprende si cometemos el pecado de leer con deleite esa exaltación de la perversidad titulada 'Lolita', de un tal Vladimir Nabokov .

De toda esta situación, yo solo quisiera destacar algo. Una última objeción ante el irrevocable juicio final que a mí y a mis compañeros de la celda XY nos espera en estos tiempos de progreso: que, al menos en estas disputas a muerte dentro del feminismo, reconozcan que los hombres tenemos poco o nada que ver. A fin de cuentas, las mujeres también aportan su grano de maldad al mundo. Creer que todo lo malo del movimiento feminista son solo resabios inconscientes del heteropatriarcado, como argumentan los marxistas al atribuir al capitalismo todas las contradicciones doctrinarias de la revolución, es postular una condición angélica de lo femenino. Es restarle una parte esencial de su humanidad: esa que nos empuja a buscar el amor y también el poder.

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