ESPAÑA, CAMISA BLANCA

Pablo Aguado: «Los animalistas no tienen sensibilidad artística»

El matador de toros Pablo Aguado
Salvador Sostres

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El abogado Javier Melero dice que España es una barra de bar donde todo el mundo grita. Usted consiguió el silencio absoluto en Madrid.

Fue algo muy especial para mí. Siempre le agradeceré a Madrid ese momento. Que con 25.000 personas a tu alrededor mirándote fijamente, lo único que se escuche sea la respiración del toro, no se me olvidará jamás. El silencio en el toreo es el único silencio que se escucha. Ya lo sentenció el maestro Curro Romero cuando le preguntaron por el silencio que más le gustaba y dijo «el del tenis».

El sacrificio.

El mayor sacrificio es poner en juego tu vida para expresar tu arte y tus sentimientos. Y este trasfondo artístico y que pudiera ser trágico no todo el mundo es capaz de entenderlo.

Los animalistas.

Poner en el mismo estatus la vida de un hombre y la de un animal es iluso y demagógico. Hay que respetar al animal y tratarlo con cariño. Pero comparar su vida con la nuestra es devaluar al Hombre. La demagogia animalista ha conducido a alabar a quien acaricia a un gato en la ciudad y a insultar a quien sostiene 500 cabezas de ganado en el campo.

El futuro.

Un arte que por ejemplo en Madrid llena Las Ventas 31 días seguidos, y por lo tanto laborables, con sus 25.000 asientos, no creo que sea un arte en peligro de extinción.

La tauromaquia forma parte de nuestra cultura, como la religión católica. ¿Debería enseñarse en las escuelas?

El hombre es fruto de su cultura. El hombre crece en la proyección de sus raíces. La cultura taurina es cultura española, y la cultura española es transversalmente taurina. Hay un hilo conductor taurino que subyace en casi todo el arte español. Negarlo es negar la realidad, es una forma de analfabetismo. Habría que enseñar con carácter educativo, y sin ninguna pretensión de adoctrinar, lo que significa la tauromaquia, y no tanto por la tauromaquia, que también, sino por lo que contiene de información sobre cada uno de nosotros y sobre nuestra cultura.

Yo es lo que digo de la religión y me llaman fascista.

Es lo contrario. La ignorancia es lo que nos hace esclavos. La cultura nos ilumina y nos hace libres para poder elegir lo que luego nos gusta o no nos gusta.

De usted los cronistas destacan la delicadeza.

El toreo, Bergamín lo dijo, es una cuestión de sensibilidad. Los antitaurinos tienen un exceso de sensiblería animalista y una llamativa falta de sensibilidad artística. Por eso se fijan en un animal en lugar de fijarse en el arte.

Así en la plaza como en la vida

El torero pasa miedo. Nos dicen que somos valientes y en cierto modo lo somos, pero no porque no pasemos miedo sino porque toreamos a pesar del miedo. Si no tuviéramos miedo, no tendríamos mérito.

Cuando no está el toro, ¿qué otro miedo le atormenta?

No ser capaz de complacer artísticamente. Es esa inseguridad de depender de mi momento anímico, artístico, de no saber cómo voy a reaccionar aquella tarde en aquella hora concreta, porque el torero –a diferencia de otros artistas, que crean cuando les viene la inspiración– tiene un día y una hora concreta para presentar su obra y nunca sabe cómo va a estar en aquel instante difícil y oscuro.

¿Sus grandes logros de las últimas fechas le hacen coquetear con la idea del retiro?

Al contrario. Mientras mejor te salen las cosas, más ganas tienes de torear. El genio engancha. Y siempre con humildad, quiero seguir mejorando.

Su gran maestro.

No tengo un maestro único. Supongo que de ahí viene que haya podido desarrollar una personalidad tan definida. Aprendo de todos, hasta de los que no me gustan tanto, pero uno es su propio maestro hasta para regañarse. El toreo es íntimo, silencioso, solitario.

Su próxima ambición concreta.

Después de haber abierto la Puerta del Príncipe de Sevilla, poder abrir la Puerta Grande de Madrid tiene que ser algo maravilloso.

El arte, la muerte.

Me preocupa el arte. En la muerte ni pienso. Yo sólo pienso en expresarme artísticamente. Mi arte lleva implícita la muerte, pero no pienso en ello. Yo me visto de torero para torear, no porque me guste jugarme la vida, aunque sin la muerte quizá la suerte perdería parte de su misterio.

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