Notre Dame

Un crisol de estilos para observar la Historia de Europa

Notre Dame se empezó a construir en 1163 y se terminó en 1345: han bastado unas horas para ver cómo se derrumbaba parcialmente. Se consagró a la Virgen, y su nombre, Nuestra Señora de París, nos recuerda que es parte inseparable de la capital francesa, y que puede leerse la Historia de Europa a través de ella

Detalle del rosetón norte de Notre Dame
Bruno Pardo Porto

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Llega un punto en el que un monumento es más antiguo que cualquiera de los habitantes de la Tierra. Es entonces cuando empieza a ser el testigo del tiempo pasado y del presente, cargándose de recuerdos que se materializan en desperfectos o reformas. Le cantan los trovadores, y los escritores hacen de ella lo que deben: literatura. Ya saben: primero se ponen las piedras, luego vienen las historias. Así va convirtiéndose en icono, en símbolo, hasta que un buen día amanece llena de turistas, móvil en mano a la caza de selfies, y es la catedral gótica más visitada del mundo. A Notre Dame le ha pasado todo esto porque lleva más de ocho siglos en la Île de la Cité, a la vera del Sena, en el mismo lugar en el que los romanos levantaron un templo en honor a Júpiter. En el mismo donde estuvo la primera iglesia cristiana de París, consagrada a Saint Etienne. En el mismo donde en el siglo XI se derrumbó otro templo dedicado a la Virgen... Después de sobrevivir a innumerables guerras, siempre en pie, ahora ha sufrido un incendio, y tendrá que volver a reinventarse.

La comenzaron a construir en 1163 y la terminaron en 1345: han bastado unas horas para ver cómo se derrumbaba parcialmente . Fue la catedral más alta del mundo, aunque sus méritos no son cuantitativos, sino cualitativos: allí hay trazas del Románico, del Gótico, del Romanticismo… Todas las épocas dejaron su huella. Es un crisol de estilos que todavía pasma con sus vidrieras, por donde entra la luz (no el sol) y lo tiñe todo de misterio: así se pensaban entonces los templos. Se consagró a la Virgen, y su nombre, Nuestra Señora de París, nos recuerda que es parte inseparable de la capital francesa, y que puede leerse la Historia de Europa a través de ella.

En los siglos XVII y XVIII se dejaron huellas en la catedral, no siempre favorecedoras, pues entonces la restauración se entendía como reforma. Sufrió expolios durante la Revolución Francesa , momento en el que también aprovecharon para decapitar las estatuas de la Galería de Reyes, confundiendo a los reyes de Judea con los de Francia: la era de la razón no había llegado todavía. Hoy, por cierto, esas cabezas se exponen en el Museo de Cluny .

Quedó en muy mal estado. Solo unos años después, en 1802, Napoleón se autoproclamó Emperador allí: le arrebató la corona al Papa y se la colocó a su antojo, tal y como lo inmortalizó Jacques-Louis David.

Francia era un Imperio, sí, pero Notre Dame seguía maltrecha. Tuvo que llegar el Romanticismo para que la cosa cambiase y llegaran las celebérrimas gárgolas. En parte, fue gracias a Victor Hugo . Su novela «Nuestra Señora de París», –¿cómo si no iba a llamarse?– provocó una reacción en la opinión pública, y el Estado aprobó un crédito de dos millones y medio de francos para renovarla en 1845. El proyecto se lo encargó al arquitecto Viollet-le-Duc . Tiró de talento e imaginación, y tras veinticinco años de reforma (eso sí que son obras en casa) la dejó tal y como se veía hasta ahora. Antes del incendio, se entiende... ¿Qué nos deparará el futuro?

Han pasado muchas cosas por Notre Dame, ayer y hoy, con tragedia y sin ella. En 1944 Charles de Gaulle escuchó misa allí mientras sus pareces recibían balazos, un hombre se suicidó frente al altar hace tan solo cinco años, y en 2017 hubo un intento de atentado con martillo, rápidamente frustrado por la policía... Eso por no contar las diferentes manifestaciones que han plantado sus pancartas allí. Ya saben: primero fueron las piedras, luego llegaron las historias. Solo queda saber qué vendrá después del fuego. De momento, sus llamas han dado la vuelta al mundo: eso también es Historia, por desgracia.

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